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Playa de Moniello . Luanco. Asturias
East Ruston Old Vicarage ( Jardines de la Vicaría) Norwich . Inglaterra
Cuando tenía siete años, como mi salud no era muy buena por las secuelas de la pulmonía y de las sulfamidas, mis padres me mandaron al pueblo de mi padre, a secar, porque en aquellos tiempos todo se curaba mandándote a Castilla, de la misma forma que ahora todo se cura caminando: ¿qué tienes tensión?, a caminar; ¿osteoporosis?, a caminar; ¿artrosis?, a caminar.
Yo vivía en Gijón, en la calle Corrida (la columna vertebral de la ciudad) en una casa con ascensor, calefacción, agua caliente, salón, comedor, despacho.., parqué encerado, alfombras, edredones, cuadros… Un lujazo cuando tanta gente vivía de realquiler. Mi familia estaba bien situada, así que comíamos de todo y variado a pesar del estraperlo.
Es que por entonces los españoles teníamos racionamiento: como ahora los cubanos. No recuerdo bien lo que nos daban, una cosa así como un cuarto de litro de aceite por persona para todo el mes, lentejas, garbanzos, azúcar, pan, tabaco, etc, todo en cantidades míseras y de ínfima calidad. Estos alimentos no se podían comprar en el mercado libre a no ser de estraperlo es decir, sin permiso de la autoridad y fraudule
ntamente, y por ello estaban carísimos.
Salimos de Gijón a las siete de la mañana y llegamos al pueblo a las ocho de la tarde, después de dos trasbordos de tren y unos cuantos kilómetros en burro. Eso de montar en el Negro, que así se llamaba el burro de mis tíos, me pareció algo excitante: las cosascomenzaban bien.
La casa era de adobe y estaba dividida en dos zonas separadas por un corral, en la parte delantera estaba la cocina y el dormitorio de los tíos y en la trasera el dormitorio comunal del resto de la familia. Había tres camas con colchones de lana, sábanas de lienzo y muchas mantas hechas a mano. El suelo era de tierra, pero a base de mojarlo y pisarlo resultaba duro y confortable.
A la mañana siguiente me despertó mi tía Adela, hermana de mi padre, que además de pobre, era madre de seis hijos: cuatro chicas y dos chicos. Me dijo que mi madre ya se había ido muy temprano y allí me quedé, totalmente descolocada. Me acogieron y me trataron como a uno más, es verdad; es decir, no me hicieron ni caso, como al resto de la chiquillería.
Mi primer desayuno resultó espectacular: sopas de ajo picantes. Me dieron un pucherico de barro muy caliente y una cuchara e hice lo que los demás, poner las manos en el culo del puchero, supongo que para calentarlas, salir a la calle y sentarme en el banco de adobe que ocupaba toda la parte delantera de la casa.
-¡La puta parió! –gritó mi primo Manuel.
Todos se rieron a carcajadas mientras que él hacía muecas abriendo y cerrando la boca. Yo no entendía nada.
Comencé a comer mis sopas y a cada cucharada me entraban unos calores que me recorrían todo el cuerpo. En esto mordí algo que no era pan y que abrasaba. Empecé a llorar, a gritar y abría y cerraba la boca desmesuradamente.
-La puta parió –gritaron todos mientras se reían de mis sufrimientos.
Mi tía se apiadó de mí y me extrajo del puchero otra guindilla, muy pequeña y muy roja. Un mes más tarde yo también me reía cuando me caía en suerte la guindilla y, hoy en día, siempre que puedo, como sopas de ajo al estilo del pueblo.
Mi tío y mi primo Manuel, cuando acabaron las sopas bebieron un vasito de agua. Yo que tenía la lengua abrasada pedí un poco, todos se miraron y mi tío me dio el final de su vaso. Yo pensé que con aquel poco era como si nada, pero al entrar el agua en la boca creí que me moría, que había ingresado en los infiernos. Nunca más he bebido aguardiente, en mi vida, fue algo impactante.
Una vez terminado el ritual del desayuno desapareció todo el mundo y me quedé sola con otra prima, hija de un hermano de mi padre muerto cuando la guerra, que tenía dos años más que yo y vivía en la casa contigua. Por lo que se ve era la encargada de entretenerme y acompañarme. Fue mi compañera de juegos durante un año y aún es para mí una verdadera hermana.
-Vamos –dijo mi prima.
Yo estaba como atontada, la guindilla y el aguardiente me habían dejado fuera de juego. La seguí sin decir palabra. Caminamos unos cuantos metros hasta una huerta en la que había un palomar de adobe medio derruido. Allí estaban unos cuantos chiquillos y chiquillas de nuestra edad más o menos; de los nueve en adelante trabajaba todo el mundo.
-Esta es mi prima Carmen. Es de la capital.
Todos me miraron con el ceño fruncido.
-Es hija del Pernales.
Yo llevaba puesto un vestido de organdí blanco, almidonado y encañonado, la enagua tenía un volante de encaje que también estaba almidonado y encañonado y calzaba calcetines blancos y zapatos de charol negros. Me había vestido sola porque nadie fue a decirme lo que me tenía que poner.
Ellos me miraban sin decir ni pío.
-Parece una pichona –dijo un chaval de unos ocho años.
Yo levanté los ojos del suelo y lo miré: tenía el pelo rubio, muy corto, como a tijeretazos, los ojos azules y unos mocos verdes que sorbía de forma intermitente. La camisa era de color indefinido entre marrón, negro y gris, aunque por la espalda se adivinaban algunas rayas azules sobre un fondo que algún día debió de ser blanco. Los pantalones eran marrones y en los laterales aún se podían adivinar los surcos típicos de la pana. Los sujetaba a la cintura con un cordón hecho de lana marrón y blancuzca. Se calzaba con unas alpargatas deshilachadas y llenas de agujeros.
Todos se rieron y comenzaron a canturrear:
-Pichona…, pichona…
A partir de aquel momento dejé de llamarme Carmen y pasé a ser
Mi libertad era total, me pasaba el día jugando a las cosas más inverosímiles, por ejemplo: a ver quien meaba más lejos ( y siempre ganaba una chica a todos los chicos, no sé lo que hacía pero el chorrillo salía disparado). Nunca me regañaban, y comer, lo que se dice comer, comía bien: además de las sopas de ajo para desayunar, garbanzos, un trozo de pan con tocino y un poco de chorizo para comer; patatas asadas al fuego para merendar y patatas picantes guisadas con sebo para cenar. Enseguida aprendí a comer deprisa porque allí nada de platos, una cuchara y una especie de fuente de barro comunal, el que no corría no comía. Todo, menos las patatas de la cena, me sabía a gloria. Muy de vez en cuando, si el tío cazaba una liebre, comíamos arroz (dos o tres veces en el año que estuve)
Por el invierno fui a la escuela con el resto de los niños y niñas del pueblo. Eran dos aulas, una para chicos y otra para chicas. De la enseñanza me acuerdo poco, sé que cada día volvía del colegio escalabrada porque todos eran muy brutos y las pedradas y los empujones eran la forma más común de divertirse.
Naturalmente, no había cuarto de baño, ni retrete ni nada de nada. Para hacer las necesidades estaba la cuadra o los arrañales: un paredón cercano a la casa de mis tíos. Ir a la cuadra era un tormento porque las gallinas acosaban mi trasero y me daban pavor, además estaba el Negro que a veces me daba la sensación de que tenía cinco patas. Para limpiarse había que buscar una piedra que no se hubiera usado anteriormente con idéntico fin.
Cada diez o quince días íbamos a la panadería a por el pan. Mi familia le entregaba a los panaderos el suficiente trigo para hacer el pan del año y un exceso para pagar su trabajo. Así funcionaban las cosas, el dinero era escaso y se guardaba para algo de ropa, alpargatas, medicinas y ciertos alimentos: aceite, arroz, etc., todo lo que ellos no producían y necesitaban. Cuando íbamos a por el pan era una fiesta porque la panadera nos regalaba una torta de aceite que tenía anises y pasas: el pastel más exquisito.
Fui para dos meses y estuve casi un año. A veces pensaba que mis padres se habían olvidado de mí, pero tampoco me importaba demasiado. Y la verdad es que un poco si se habían olvidado, no me mandaron ni ropa de invierno, ni me fueron a ver ni me llamaron e incluso no sé si escribirían alguna vez porque yo leía poco y mal. Así que mis tíos, que no tenían ni un duro, me tuvieron que comprar un vestido de abrigo y unas alpargatas y mi tía me hizo una chaqueta de punto con lana de oveja que picaba enormemente aunque abrigaba.
Los domingos íbamos al baile con las primas mayores. Era una nave destartalada en la que un músico tocaba una especie de flauta que llamaban dulzaina. Después, como a una de mis amigas de juegos se le murió la tía y no podía ir a bailes, íbamos a las eras es decir, donde se trillaba el trigo y las habas en verano. Allí paraban todos los que estaban de lutos ( a partir de los dieciocho años casi todos tenían algún luto: por los abuelos, por los padres, por los tíos, por los hermanos, y hasta por los primos). Claro, cuando empezaba a oscurecer, se formaban parejitas que se hacían arrumacos y otras cosas porque casi todas salían preñadas. Yo de aquella no entendía bien el significado de esa palabra, pero sabía que era algo malo que ocurría mucho, aunque tengo que aceptar que se asumía con cierta naturalidad.
Lo dicho, fui absolutamente feliz, aunque cuando volví a casa estaba irreconocible. Recuerdo que al poco de llegar mi madre me empezó a preguntar:
-¿Qué desayunabas?
-Sopas de la puta parió.
- ¿Pero qué dices niña? ¿Qué barbaridades son esas?
A mi madre le costó mucho tiempo reconducir mi educación por los derroteros de lo que era deseable en una niña bien de una ciudad de provincias, es más creo que nunca lo consiguió del todo, de lo cual me alegro.
Francisca Alfaraz Esteban, Paquita para los amigos y gentes en general, se metió en la enseñanza de la informática por casualidad. Cuando tenía dieciséis años entró en Albo y paralelamente empezó a formarse en esto de los ordenadores de forma autodidacta, simplemente por afición. Un día su cuñada le ofreció entrar como profesora en un centro de informática y ella no se lo pensó dos veces.
“La informática, como casi todo, se aprende trabajando mucho. Si es verdad que una vez metida en esto he hecho muchos cursos porque es lo que cuenta para que te consideren a la hora de buscar trabajo, da lo mismo que lleves trabajando veinticinco años, es el mundo de la titulitis. Yo creo que eso es una estupidez, pero las cosas están así”.
Tiene un buen humor innato, siempre está sonriendo, no se enfada jamás aunque tenga que repetir una y otra vez la misma cosa y sea consciente de que no has estado muy atenta.
“No es para tanto, pero creo que es algo innato. De todas formas, como yo fui muy mala estudiante, supongo que algo aprendí, con malos modos no se consigue nada"
“Así es, y los cursos se anuncian convenientemente en la página web del ayuntamiento. Es una pena que no se aprovechen más porque en casi todas las casas donde hay niños en edad escolar hay ordenadores”.
Los adultos que no se animan no se dan cuenta de que están perdiendo la oportunidad de actualizarse en algo que dentro de muy poco tiempo se va necesitar para casi todo. Sin ir más lejos, hoy en día ya se pueden hacer cantidad de gestiones oficiales por Internet, sin necesidad de ir a Oviedo o a Gijón: consultar la vida laboral, los puntos del carnet de conducir, pagar facturas, manejar las cuentas bancarias, hacer transferencias, hacer compras, controlar la trayectoria de sus hijos en la escuela o en el instituto, estudiar en casa sin tener que personarse en el centro todos los días, leer el periódico, y tantas otras cosas… Y la posibilidad de solicitar y recibir recetas médicas etc. está ahí.
Además, en este momento están proliferando mucho los blogs y las redes sociales porque puedes comunicarte con mucha gente sin estar en ese preciso instante ante el ordenador Y permiten “colgar” fotos, opiniones, cursar invitaciones etc., que queden ahí para que las vean todo el mundo o los amigos. El chat también tiene su función y sus adeptos, especialmente entre jóvenes. También están los foros que te permiten participar en un debate no presencial y opinar sobre un montón de temas… Una nueva forma de comunicarse con los demás.
"Ye posible que la gente crea que lo que se pretende es que todos seamos expertos en informática. No, de lo que se trata es de aprender cuatro cosas básicas muy útiles que con tres o cuatro semanas de cursillo puede aprender todo el mundo. Y a partir de ahí cada uno hace lo que quiere, se puede profundizar un poco más o no”
A mi me gusta muchísimo este mundo que me era desconocido, no sé si me gustaría en cualquier caso o es porque Paquita todo lo hace fácil y agradable.
Muchas gracias Paquita
Cuando tenía siete años, como mi salud no era muy buena por las secuelas de la pulmonía y de las sulfamidas, mis padres me mandaron al pueblo de mi padre, a secar, porque en aquellos tiempos todo se curaba mandándote a Castilla, de la misma forma que ahora todo se cura caminando: ¿que tienes tensión?, a caminar; ¿osteoporosis?, a caminar; ¿artrosis?, a caminar.
Yo vivía en Gijón, en la calle Corrida (la columna vertebral de la ciudad) en una casa con ascensor, calefacción, agua caliente, salón, comedor, despacho, parqué encerado, alfombras, edredones, cuadros… Un lujazo, cuando tanta gente vivía de realquiler. Mi familia estaba bien situada, así que comíamos de todo y variado a pesar del estraperlo.
Salimos de Gijón a las siete de la mañana y llegamos al pueblo a las ocho de la tarde, después de dos trasbordos de tren y tres kilómetros en burro. Eso de montar en el Negro, que así se llamaba el burro de mis tíos, me pareció algo excitante: las cosas comenzaban bien.
(Esta fué la primera imagen que divisé, porque los cardos siempre son los mismos. )
La casa era de adobe y estaba dividida en dos zonas separadas por un corral. En la parte delantera, estaba la cocina y el dormitorio de los tíos y, en la trasera, el dormitorio comunal del resto de la familia. Había tres camas con colchones de lana, sábanas de lienzo y muchas mantas hechas a mano. El suelo era de tierra, pero a base de mojarlo y pisarlo resultaba duro y confortable.
(Este era el aspecto de la mayoría de las casa en aquellos tiempos)
A la mañana siguiente, me despertó mi tía Adela, hermana de mi padre, que, además de pobre, era madre de seis hijos: cuatro chicas y dos chicos. Me dijo que mi madre ya se había ido muy temprano y allí me quedé, totalmente descolocada. Me acogieron y me trataron como a uno más, es verdad; es decir, no me hicieron ni caso, como al resto de la chiquillería.
Mi primer desayuno resultó espectacular: sopas de ajo picantes. Me dieron un pucherico de barro muy caliente y una cuchara e hice lo que los demás, poner las manos en el culo del puchero, supongo que para calentarlas, salir a la calle y sentarme en el banco que ocupaba toda la parte delantera de la casa.
-¡La puta parió! –gritó mi primo Manuel.
Todos se rieron a carcajadas, mientras que él hacía muecas abriendo y cerrando la boca. Yo no entendía nada.
Comencé a comer mis sopas y, a cada cucharada, me entraban unos calores que me recorrían todo el cuerpo. En esto mordí algo que no era pan y que abrasaba. Empecé a llorar y abría y cerraba la boca desmesuradamente.
-La puta parió –gritaron todos mientras se reían de mis sufrimientos.
Mi tía se apiadó de mí y me extrajo del puchero otra guindilla, muy pequeña y muy roja. Un mes más tarde, yo también me reía cuando me caía en suerte la guindilla y, hoy en día, siempre que puedo, como sopas de ajo al estilo del pueblo.
Mi tío y mi primo Manuel, cuando acabaron las sopas, bebieron un vasito de agua. Yo, que tenía la lengua abrasada, pedí un poco, todos se miraron y mi tío me dio el final de su vaso. Yo pensé que con aquel poco era como si nada, pero al entrar le agua en la boca creí que me moría, que había ingresado en los infiernos. Nunca más he bebido aguardiente, en mi vida, fue algo impactante.
Una vez terminado el ritual del desayuno, desapareció todo el mundo y me quedé sola con otra prima, hija de un hermano de mi padre, muerto cuando la guerra, que tenía un año años más que yo y vivía en la casa contigua.
Por lo que se ve era la encargada de entretenerme y acompañarme. Fue mi compañera de juegos durante un año y aún es para mí una verdadera hermana.
-Vamos –dijo mi prima.
Yo estaba como atontada, la guindilla y el aguardiente me habían dejado fuera de juego. La seguí sin decir palabra. Caminamos unos cuantos metros hasta una huerta en la que había un palomar de adobe medio derruido. Allí estaban unos cuantos chiquillos y chiquillas de nuestra edad más o menos; de los nueve en adelante trabajaba todo el mundo.
-Esta es mi prima Carmen, es de la capital.
Todos me miraron con el ceño fruncido.
-Es hija del Pernales.
Yo llevaba puesto un vestido de organdí blanco, almidonado y encañonado, la enagua tenía un volante de encaje que también estaba almidonado y encañonado y calzaba calcetines blancos y zapatos de charol negros.
Me había vestido sola porque nadie fue a decirme lo que me tenía que poner.
Ellos me miraban sin decir ni pío.
-Parece una pichona –dijo un chaval de unos ocho años.
Yo levanté los ojos del suelo y lo miré: tenía el pelo rubio, muy corto, como a tijeretazos, los ojos azules y unos mocos verdes que sorbía de forma intermitente. La camisa era de color indefinido entre marrón, negro y gris, aunque por la espalda se adivinaban algunas rayas azules sobre un fondo que algún día debió de ser blanco. Los pantalones eran marrones y en los laterales aún se podían adivinar los surcos típicos de la pana. Los sujetaba a la cintura con un cordón hecho de lana marrón y blancuzca. Se calzaba con unas alpargatas deshilachadas y llenas de agujeros.
Todos se rieron y comenzaron a canturrear:
-Pichona…, pichona…
A partir de aquel momento dejé de llamarme Carmen y pasé a ser
Mi libertad era total, me pasaba el día jugando a las cosas más inverosímiles, por ejemplo: a ver quien meaba más lejos (y siempre ganaba una chica a todos los chicos, no sé lo que hacía, pero el chorrillo salía disparado). Nunca me regañaban, y comer, lo que se dice comer, comía bien: además de las sopas de ajo para desayunar, garbanzos, un trozo de pan con tocino y un poco de chorizo para comer; patatas asadas al fuego para merendar y patatas picantes guisadas con sebo para cenar. Todo, menos las patatas de la cena, me sabía a gloria. Alguna vez se sustituían los garbanzos por alubias regadas con vinagre y muy de vez en cuando, si el tío cazaba una liebre, comíamos arroz (dos o tres veces en el año que estuve).
Por el invierno fui a la escuela con el resto de los niños y niñas del pueblo. Eran dos aulas, una para chicos y otra para chicas. De la enseñanza me acuerdo poco, sé que cada día volvía del colegio escalabrada porque todos eran muy brutos y las pedradas y los empujones eran la forma más común de divertirse.
Naturalmente, no había cuarto de baño, ni retrete ni nada de nada. Para hacer las necesidades estaba la cuadra o un paredón cercano a la casa de mis tíos. Ir a la cuadra era un tormento porquelas gallinas acosaban mi trasero y me daban pavor. Además estaba el Negro que, a veces, me daba la sensación de que tenía cinco patas. Para limpiarse había que buscar una piedra que no se hubiera usado anteriormente con idéntico fin.
(Esto es lo que queda de tan indigno paredón)
Cada diez o quince días íbamos a la panadería a por el pan. Mi familia le entregaba a los panaderos el suficiente trigo para hacer el pan del año y un exceso para pagar su trabajo. Así funcionaban las cosas, el dinero era escaso y se guardaba para algo de ropa, alpargatas, medicinas y ciertos alimentos: aceite, arroz, etc., todo lo que ellos no producían y necesitaban. Cuando íbamos a por el pan era una fiesta, porque la panadera nos regalaba una torta de aceite que tenía anises: el pastel más exquisito.
Fui para dos meses y estuve casi un año. A veces pensaba que mis padres se habían olvidado de mí, pero tampoco me importaba demasiado. Y la verdad es que un poco sí se habían olvidado: no me mandaron ni ropa de invierno, ni me fueron a ver ni me llamaron e incluso no sé si escribirían alguna vez porque yo leía poco y mal. Así que mis tíos, que no tenían ni un duro, me tuvieron que comprar un vestido de abrigo y unas alpargatas y mi tía me hizo una chaqueta de punto con lana de oveja que picaba enormemente aunque abrigaba.
Los domingos íbamos al baile con las primas mayores. Era una nave destartalada en la que un músico tocaba una especie de flauta a la que llamaban dulzaina. Después, como a una de mis amigas de juegos se le murió la tía y no podía ir a bailes, íbamos a las eras es decir, donde se trillaba el trigo y las habas en verano. Allí paraban todos los que estaban de lutos (a partir de los dieciocho años casi todos tenían algún luto: por los abuelos, por los padres, por los tíos, por los hermanos, y hasta por los primos). Claro, cuando empezaba a oscurecer, se formaban parejitas que se hacían arrumacos y otras cosas porque muchas salían preñadas. Yo de aquella no entendía bien el significado de esa palabra, pero sabía que era algo malo que ocurría mucho, aunque tengo que aceptar que se asumía con cierta naturalidad.
Lo dicho, fui absolutamente feliz; aunque, cuando volví a casa, estaba irreconocible. Recuerdo que, al poco de llegar, mi madre me empezó a preguntar:
-¿Qué desayunabas?
-Sopas de la puta parió.
-¿Pero qué dices niña? ¿Qué barbaridades son esas?
A mi madre le costó mucho tiempo reconducir mi educación por los derroteros de lo que era deseable en una niña bien de una ciudad de provincias, es más creo que nunca lo consiguió del todo, de lo cual me alegro.
En mi caso voy a la piscina que la Mancomunidad del Cabo Peñas tiene en Antromero y mis monitores son Mariano y Jesús.
“ Eso me gustó más porque en cierto sentido está vinculado al deporte: tienes que mantenerte en forma porque en ese cuerpo la forma física es muy importante. Fue una buena experiencia, pero en un momento dado me apetecía más volver a Asturias con mi familia y lo dejé definitivamente. Volví a la fontanería, pero no es lo mío”
A partir de ese momento decide dedicarse al deporte profesionalmente y comienza a formarse primero como socorrista y luego como monitor de gimnasio, de natación, de actividades de sala y otros.
“ Me gusta la natación y todo lo relacionado con el ejercicio en el agua, pero, sobre todo, me gusta trabajar con niños.” y ahora, además soy monitor de “aquagym” .
El “aquagym” es un ejercicio agradable, ayuda a relajarse y el tiempo se nos pasa volando, aunque hemos tenido diversos monitores y monitoras, cada uno tiene su estilo y con unos es más agradable que con con otros.
"Es que es una disciplina muy novedosa y todavía no se ha desarrollado un protocolo muy estricto, de forma que hay muy pocas oportunidades de formación. Fundamentalmente se aprende de otros compañeros y adaptas otras actividades que hacías en sala. Es un ejercicio muy completo, aunque parezca que es muy femenino, porque mayoritariamente lo practican mujeres, no es cierto, puede ser muy exigente, depende de cómo se haga. Mis clases, en parte, las enfoco hacia el publico femenino y meto un poco de baile y un poco de diversión para que resulte atractivo”
Y doy fe de eso, sus clases son muy divertidas. Desde que está como monitor en la piscina ha aumentado considerablemente el número de participantes, y yo creo que él tiene algo que ver en eso.
“Los hombres, en general solo buscan “machacarse” y no les importa la música o la diversión, pero el público femenino es más exigente en ese tema, quieren venir aquí a desconectarse un poco de la rutina diaria y pasar un rato agradable”
El grupo es muy heterogéneo en lo que a edades se refiere y aunque se asegura que es un ejercicio muy adecuado para personas mayores por sus beneficios respecto a la movilidad, somos pocas, yo creo que soy la mayor de todas.
“No tiene edad. En un grupo heterogéneo como éste, cada uno hace lo que puede, no todos los ejercicios los tienen que seguir todos con la misma intensidad, depende de la fuerza, la movilidad o la coordinación de cada uno, pero todo es adaptable a los componentes del grupo. Lo único que se precisa es tener unas ideas básicas sobre flotabilidad, que si no se tienen se pueden adquirir en unos días en un curso de natación"
¡Hay que animarse!
"Estoy muy agradecido a la gente que viene a mis clases, cada día hay más afluencia y aunque a mí me paguen lo mismo por una que por cincuenta, es muy agradable ver que a la gente le gusta. Desde que estoy en la piscina de Antromero estoy encantado"
Y nosotras
“He utilizado el deporte como una forma de relajación, de evasión e incluso me ha servido para relacionarme con los demás. El deporte es salud, es vida y es alegría. Es muy placentero ver como la gente se marcha de la piscina con una sonrisa porque se siente bien, y es que cualquier actividad física es alegría y es salud”
Comenzó con atletismo y yudo, al acabar el COU se decantó por la carrera de maestro de educación física y más tarde hizo el grado de técnico superior en actividades físicas y se especializó en algunas disciplinas deportivas.
“No fue la mejor opción, tenía que haber hecho la carrera superior en deportes, el INEF, porque la salida con el magisterio está dificultosa. Me hubiera gustado especializarme en todo, pero es imposible, hay que escoger y opté por: baloncesto, acondicionador físico, fitness y actividades físicas en piscina. Me gusta contribuir a que la gente haga deporte y se encuentre bien.
El deporte hay que planteárselo como una forma de vida, como salud… Algunos creen que si están “cachas” ligan más, y es verdad, pero sólo durante la adolescencia, o como mucho en la primera juventud, luego lo que de verdad importa son otras cosas. No hay que olvidar que el ejercicio físico contribuye a estar bien psíquicamente”
Jesús Ángel es un claro ejemplo de que los “tios buenos” a la vez pueden ser muy interesantes en el plano intelectual.
“Antes el hombre fuerte era el guerrero, muchos no sabían ni leer y, por otra parte, el intelectual no se cuidaba de estar en forma física. Hoy en día está muy claro que cuerpo y mente son un todo, que el ejercicio provoca una buena oxigenación que facilita el proceso intelectual. Ese mito no tiene nada que ver con la realidad.”
Fue alumno mío, buen alumno, educado, agradable, siempre de buen humor… Desde entonces he mantenido una cordial relación con su madre y con él. Estoy orgullosa de Jesús Ángel aunque el otro día me dijera :
“Oye Blanca, tú eras una profesora muy exigente, pero… en esto no te esfuerzas lo suficiente”
Si me esfuerzo, pero soy mayor y tengo la columna vertebral destrozada, así que hago lo que puedo, no obstante intentaré hacerlo mejor.