No había duda. ¡Estaba embarazada! La rana, (que era el
predictor de los tiempos) y mis continuas nauseas lo atestiguaban. Sentí una
extraña sensación de alegría y temor, pensaba en ello a todas horas, sin
tregua, pero poco a poco me fui identificando con aquella cosita que crecía
dentro de mí. Es más, llegué a creer de forma inconsciente que aquel ser con el
que hablaba en silencio formaba parte de mi misma y nunca saldría. Pero en una
fría y húmeda madrugada de enero fui consciente de que pujaba por salir y dolor a dolor
se abría camino por mis entrañas. Cuando creí que era imposible aguantar
un sufrimiento más intenso, la comadrona
me dijo. ¡Ya está aquí! Y tras unos segundos eternos ¡Es una niña! Fue algo difícil de describir, de pronto la
vi, ensangrentada, amoratada…, pero en toda mi vida había visto algo tan
hermoso.
He tenido una vida plena, llena de
alegrías y sinsabores, como casi todo el mundo, y he vivido momentos muy felices, pero, para mí, no hay nada comparable a la dicha que
te proporciona el ver por primera vez a tu hija o hijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario