Durante muchos
años, la pared central del comedor de mi casa, la casa de mis padres claro, estuvo presidida por la foto de boda
de mis abuelos. Él, sentado en una
silla, erguido, con la cabeza alta, la
mirada dura, sus abundantes bigotes en primer plano y el sombrero en la mano.
Ella de pié, con un brazo sobre el
respaldo de la silla, alta, espigada, extremadamente guapa, con un vestido
claro y una cinta en la frente que recogía su cabello discretamente rizado.
Parecían una pareja perfecta: él representaba
la fortaleza, ella la dulzura y la fragilidad.
Pero la realidad
pura y dura era otra.
El güelu era pequeño y un poco contrahecho, razón por
la que cojeaba ligeramente.
Era cabezón, pelirrojo ( y dicen que no lo hay
bueno), con un mostacho desmesurado de un
rojo amarillento descolorido por
lo mucho que fumaba en una pipa que, encendida o apagada, permanecía
eternamente adosada a sus labios; a
decir verdad, no recuerdo si se la
quitaba para comer. Tenía muy mal genio, era déspota y mandón. Se había
constituido en el jefe indiscutible de la familia. Su razón era ley. Sólo lo que él hacía o lo poco que
decía estaba bien y no podía ser objeto
de crítica. Aunque bien mirado,
hacer, lo que se dice hacer, hacía muy
poco. Se puede decir que veía transcurrir la vida sentado en un sillón de su
exclusivo usufructo que sólo abandonaba para cultivar su propio tabaco y alguna
que otra cosilla.
Ella , a pesar de
su avanzada edad, era alta y esbelta , de pelo abundante y rizado aunque cano,
con la mirada dulce y la expresión siempre alegre y sonriente, cariñosa,
extremadamente servicial y muy habladora. Además, en contra a lo que la foto
sugería, ella era la que realmente se movía para mantener a la familia. Recuerdo que tenía aptitudes comerciales y
cuando llevaba a la plaza las cuatro cosas que producían, compra aquí y vende
allá, venía con provisiones para toda la semana. ¡ Ah!, y siempre que no estuviera el güelu delante, cantaba tangos , coplas y cosas así
Yo no me podía explicar cómo una mujer tan
hermosa, buena y trabajadora, se había
casado con aquel hombre tan poca cosa y tan desagradable.
En uno de esos
momentos de intimidad en el que nos encontrábamos mi hermano y yo con mi abuela
al calor del fuego le pregunté:
-Güelita, ¿cómo te
enamoraste del güelu?
-El güelu
era d’una casería de un pueblu
cercanu al nuestru, decíen que de muchos
posibles, pero na d’eso, to presunción , “mucho ruidu y poques nueces” , de “perres” na de na.
-Sí, pero ¿cómo lo conociste?
-Pa ser
sincera no sé onde me vio, pero cuando
dijo a mi padre que quería
cortéjame pa casase, todos lo
vieron con buenos ojos
- Pero… el güelu de
joven ¿era alto y guapo?- pregunté
intentando saciar mi curiosidad.
-¡Que va! Era más o
menos como ye, un poco más altu, tos menguamos cola edad.
- Entonces, ¿cómo es que tú tan alta y guapa te casaste
con un mozo tan birria?
-No sé… A decir
verdad, creo que antes de casame nunca lu vi de pie.
-!Qué tontería! ¿Es
que no fuisteis novios? ¿Cómo es posible que no lo vieras nunca?
- Si, verlo si lu
tenía visto… Vino a cortejar unes cuantes veces, cuatro o cinco. Llegaba montao
nun caballu blancu , yo salía a la quintana…, hablábamos…, mirábamos l’unu pa l¡otru…, reíamos…, Pero
nunca se bajó del caballu. Y como tenía fama de ricu y todos decçien que era
tan buen partido…, no se…, no me fijé mucho
Nosotros la mirábamos
estupefactos.
- La verdad ye que subído n’a quel
hermosu caballu blancu ¡ parecía tan buen mozu!
La abuela se quedo pensativa como
extasiada y luego como si volviera de pronto a la realidad añadió:
- Ya veis, cuando quise dame
cuenta ya taba casada.
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