Luego vino el amor,
la maternidad y el trabajo. Un jardín multicolor interno, espiritual,
que no precisaba de nada más. Era vivir con mayúsculas. Pero un día descubrí la
infidelidad y empecé a cultivar mi primer jardín físico. Poca cosa, cuatro
macetas en aquel quinto piso del centro de Gijón. Y las macetas fueron
aumentando a medida que aumentó el desamor, sin duda, para paliar aquella sensación de impotencia y de
fracaso en un mundo de convencionalismos e hipocresía. Hasta que todo estalló y
vino la separación y la ruptura de la familia. “Mi familia” algo para lo que
había vivido y por lo que había soportado muchas humillaciones.
Pero pronto encontré un nuevo amor y un nuevo
jardín; inmensos y por ello no exentos de malas hierbas. Y la vida continuó de
forma agridulce. Mi jardín se hacía más y más intenso de forma inversamente proporcional
a mi amor. Mis hijos se independizaron.
Llegó la jubilación… Era una atmósfera asfixiante en un marco de rutina y
abandono.
Un día comprendí que estaba sola y busqué otro lugar
y otro jardín más pequeño en el que se podían controlar las malas hierbas. Y, a pesar de mi soledad, volví a sentirme libre
y viva.
Y al poco vino de nuevo el milagro. Un nuevo amor,
sosegado, sin aspavientos, sin alardes... Un nuevo lugar, muy lejos, y un nuevo jardín, más pequeño, pero
compartido con mi nueva pareja, con mis hijos, con mis nietos. Y vuelvo a sentirme como en los veranos de mi
infancia, verde y azul de mar y de cielo, con mi pequeño jardín abigarrado de
flores….Una sensación de vivir plenamente en un marco libertad y alegría, esperando plácidamente el fin.
Y tus jardines, como tu vida, siempre han sido espectaculares, reflejando tu personalidad, llenos de color, dinamismo, fuerza y siempre dispuestos a renacer de las cenizas. xxx
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