POR LA MAÑANA TEMPRANO
LA ANTIGUA CASA DEL PUEBLO.
Recuerdo que después de
quitarnos las legañas y ponernos la misma ropa que en el día anterior nos
dirigíamos corriendo a la cocina. Mi abuela, que se había levantado dos horas
antes para encender el fuego y hacer las gachas, nos tenía preparado el cuenco
y la cuchara.
Siempre estaba sentaba
en un silla baja frente a la hoguera y a su derecha disponía de una tosca mesita en la que tenía las agujas de hacer punto , un huevo de
madera con el que repasaba los calcetines una y otra vez, una cesta con los
aperos de costura, el huso para hilar la lana y una plancha de carbón que ahora
luce en mi salita.
Vestía de negro de los pies a la cabeza, dicho
con propiedad, porque nunca la vi sin el
pañuelo negro que en forma de pico y anudado en el cuello, tapaba casi toda su cabeza dejando a la vista parte
de la frente, los ojos, la nariz y la boca.
Se pasaba el día sentada en aquella silla
desde la que dominaba todo su mundo, ahora cocinaba, luego cosía, planchaba,
tejía…. Desde su silla hacía un gran servicio a la familia… sin
aspavientos y eso que
tenía no sé cuántos años, muchos, y si no los tenía los aparentaba.
Nosotras desayunábamos
las últimas porque, mi padre y mi madre ya llevaban trabajando más
de una hora. Comíamos las gachas sin remilgos, era lo que había, y luego
preparábamos las cosas para ir a la escuela.
Yo poca cosa, un
saquito que me había hecho mi abuela con
una sábana vieja, la pizarra, el pizarrín y el trapo para borrar.
Mi hermana era otra
cosa, ¡qué envidia me daba! El cabás de
madera que frotaba una y otra vez con una
bayeta para que brillara, y dentro
el plumier, también de madera, con su lápiz, su goma y su sacapuntas ,
un cuaderno de pastas grises, un libro gordo que ponía enciclopedia y un saquito blanco en el que guardaba con
cuidada pulcritud la labor, las tijeras,
el dedal, las agujas y los hilos. Lo
dicho ¡Qué envidia! Me moría de ganas de
ser mayor para tener esas cosas.
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