Óleo de E. Llorca
El otoño es la estación del reposo después de la cosecha, cuando la naturaleza ha dado sus frutos y se adorna de espléndidos colores melancólicos acogedores y confortables, sin agobios, sin calores, con alguna que otra tormenta y, aún, muchos días gozosos.
El otoño es la estación del reposo después de la cosecha, cuando la naturaleza ha dado sus frutos y se adorna de espléndidos colores melancólicos acogedores y confortables, sin agobios, sin calores, con alguna que otra tormenta y, aún, muchos días gozosos.
En las estaciones de la
vida, al pasar de los sesenta comenzamos
entrar en el otoño de nuestra existencia. Sí, es
la edad del deber cumplido, de los recuerdos, y como el otoño nos adornamos de
nuevas cualidades cálidas y acogedoras :el amor por el amor, la ternura, la paciencia, darlo
todo sin esperar nada, existir para vivir,
simplemente… y totalmente.
Y es dorado, porque han quedado atrás las grandes responsabilidades.
Ya hemos cumplido, con el trabajo, con nuestros hijos y en muchos casos con
nuestros padres. La responsabilidad ya es de los más jóvenes, y si adquirimos
alguna obligación es de forma voluntaria. Pero aún nos sentimos vivos, con ganas de gozar de la vida plenamente, con algunas limitaciones impuestas por los
achaques y la economía, eso es verdad,
pero podemos disponer de nuestro tiempo, de nuestra actividad…
Podemos hacer cosas que nunca pudimos por falta de
tiempo: Leer, escribir, pintar, participar en distintas actividades culturales
y físicas, viajar, ir al baile, salir con amigos y hasta ver en la tele lo que
nos apetece y a cualquier hora… Repito, con las limitaciones de la edad, pero en la
balanza pesa más el placer de seguir viviendo
más sabios, más libres, más conscientes
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