Tiene 66 años y es como una traca de fuegos artificiales: una explosión multicolor que dura un instante.
Fue una
niña querida, mimada y consentida: hija, nieta y sobrina única en el seno de
una familia en el que todos vivían juntos y bien avenidos. Pero no la mimaron al estilo puritano y
fariseo de la época, ella disfrutaba de una libertad poco común a su edad y, sobre todo, inusual en la España de la
posguerra.
Cumplidos los dieciocho se fue a estudiar a Francia y allí culminó el espíritu liberal en el que se había criado, una adelantada a su tiempo porque es el espíritu al que aspira la juventud moderna. Ha vivido y vive a su aire, al margen de los convencionalismos, tanto es así que se ha casado hace unos meses después de de treinta y cuatro años de noviazgo, porque ha querido, sí señor.
Cumplidos los dieciocho se fue a estudiar a Francia y allí culminó el espíritu liberal en el que se había criado, una adelantada a su tiempo porque es el espíritu al que aspira la juventud moderna. Ha vivido y vive a su aire, al margen de los convencionalismos, tanto es así que se ha casado hace unos meses después de de treinta y cuatro años de noviazgo, porque ha querido, sí señor.
Durante nuestra infancia, adolescencia y primera juventud fuimos amigas inseparables y después nuestras
vidas siguieron caminos muy distintos, pero siempre hemos estado la una para la
otra.
Es
explosiva, discute con ardor y se enfada
para siempre, aunque al minuto ya ha cedido y olvidado. Eso sí, tengo que aclarar que ella y yo jamás nos
hemos enfadado, aunque yo le haya
fallado, cosa que ha ocurrido recientemente. Por eso la quiero de forma incondicional.
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