martes, 28 de junio de 2011

ADIÓS A MI JARDÍN



En enero te dije adiós. Adiós a las chirivitas y a los dientes de león que aparecían de forma espontánea al aminorar las heladas del invierno; Adiós a las prímulas y a las margaritas que anunciaban la primavera cercana; Adiós las calas, a las azucenas, a las begonias, a las hortensias, a los geranios, a las petunias… a la espléndida buganvilla..., tantas veces reflejadas en este blog para que mi gente, disfrutara conmigo de tu belleza…
Hoy te he vuelto a ver, reseco y agostado, abortada tu hermosura, asfixiado por las malas hierbas y las zarzas que crecen a su antojo y sin freno…
Pero no lloro porque he trasplantado parte de tus tesoros a las macetas de mis sesenta metros cuadrados de terraza urbana y ahí estás, con renovado vigor, más bello si cabe. Y cada mañana al despertarme veo desde la ventana de mi habitación los geranios, las petunias, la incipiente buganvilla... Y luego salgo a desayunar a la fresca del rincón tropical, que cada vez se asemeja más al que tú me ofrecías cada mañana.
No, no lloro, soy muy feliz en mi nuevo jardín, si acaso me entristece verte acabado y sin rumbo. Supongo que la higuera, que continua impertérrita su vida al margen de tu abandono, si llorará en su soledad por la hermosura perdida.



"Mi terraza"











































































domingo, 26 de junio de 2011

Belver de los Montes y sus gentes.

Conduciendo mi opel por tierras de Zamora recordaba mi infancia: El sudor de la siega y de las espigadoras detrás de los segadores; la trilla y el volteo para separar el trigo de de la paja; las mujeres lavando en el río y la ropa extendida sobre las pequeñas praderías que bordeaban la orilla; Las sopas de ajo picantes y el cocido de garbanzos al amor de la hoguera; el agua fresca del botijo… Todo eso ha desaparecido. Ahora hay tractores, lavadoras, vitrocerámica, neveras, congeladores… Pero no recordaba los calores asfixiantes, las moscas, los mosquitos… impertérritos al desarrollo tecnológico, a los insecticidas, a Internet.

Recordaba mis juegos a patadas y a pedradas; el riguroso usted a los mayores y sus coscorrones; los lutos eternos; las habitaciones comunales y las camas atiborradas de niños… Pero no recordaba la verdadera solidaridad: La del vecino con el vecino, y con el amigo, y con el forastero desconocido… Sumergida en un mundo urbanita, en una globalización que anula la personalidad, formando parte de una sociedad en la que no eres nada fuera de las cuatro paredes de tu casa había olvidado cómo era la convivencia en los pueblos pequeños, con sus dimes y sus diretes, eso es verdad, pero siempre entrañable. Y tú, Belver de los Montes, me has demostrado que aún existe esa forma de vivir en la que cada uno se siente a si mismo y sabe quién es en el seno de una colectividad que te arropa en las penas y en las alegrías… En un mundo en el que aún merece la pena vivir.

Gracias Pepe por invitarme a tu pueblo para que conociera tu vida y a tu gente. Gracias Carlos, Carmen, Manzano, Carmina, Toñín, Paco, Piedad, Pilar, Nati, Jessica, Perfe, Miguel…y tantos otros, por vuestra increíble acogida. Ha sido una ráfaga de aire fresco que jamás olvidaré.