miércoles, 31 de marzo de 2010

¡CARAY CON SOR MARÍA DE LA PURIFICACIÓN!

Empecé al cole a los cinco años, allá por los cincuenta. Era un colegio de monjas que..., ¡vaya tela! Parecíamos cucarachas, me pusieron un uniforme negro con cuello blanco de quita y pon y capa negra. Yo estaba más que asustada, además la monja que nos recibió, toda de negro con aquella cosa blanca en la cabeza me pareció un fantasmón. ¡Anda que llevaban unas pintas! Tenia una especie de castañuela ovalada con la que daba unos chasquidos para imponer silencio. Yo no sé si es porque las canciones se quedan para toda la vida, lo único que recuerdo es que cantábamos:
"Van 3 noches que no duermo la la , van 3 noches que no duermo la la, pensando en mi pollito la la....."
Pasé mucho tiempo de rodillas cara a la pared porque parece ser que era un trasto. Yo me recuerdo de otra forma: un poco quijotesca y muy creativa.
A los 9 años nos dividimos, unas iban para cultura general, que conste que no sé muy bien en que consistía aquello, y otras a prepararnos para el ingreso de bachillerato. Aquello me pareció un poco duro, aunque reconozco que aprendí a no poner ni una falta de ortografía, ¡cualquiera no, si tenias una falta debías repetirla hasta 500 veces!
El sistema pedagógico consistía en memoria y más memoria aderezada con premios, castigos, medallas y bandas: de colores y negras. A mi me pusieron 3 bandas negras a la vez: por no saber, por no haber llorado al colocarme la primera, señal de que no estaba arrepentida y luego otra por no llorar cuando me colocaron la segunda. Mi orgullo estaba por encima de las dichosas banditas. Pero cuando me castigaron a mostrarme con mis tres bandas negras en clase de los niños, que iban solo hasta los 10 años, me desmoroné.
Hasta 2º de bachiller estudie medianamente bien, a partir de ahí fui un desastre, no me gustaban las clases: memoria y más memoria, y prefería estar ensimismada en mis pensamientos o bien leyendo que era una de mis grandes pasiones.
Hasta que apareció Sor María de la Purificación ( la Puri ). Era joven y
guapa: morena con unos ojos enormes, dientes perfectos y unos hoyuelos que cuando se reía le daban una apariencia a la vez angelical e inteligente. Me ayudaba sentándome en la tarima, sobre la mesa del profesor y para que me animara me llenaba de halagos y caricias: ¡Era un cielo!, nos tenía a todas emocionadas. Y por si eso era poco, sus clases eran muy buenas. Yo les contaba a mis padres maravillas de la monjita que tanto me quería y ellos estaban encantados.
Unos cuantos años después de dejar el cole me encontré con una monja de mis tiempos y le pregunté por Sor María de la Purificación. La monja se puso lívida y me dijo entre dientes que ya no estaba.
Años después, mis antiguas compañeras me vinieron a preguntar que si quería pertenecer a la asociación de antiguas alumnas. Nos pusimos a recordar los viejos tiempos, y ¡claro!, salió la Puri. Evoqué extasiada lo buena que era y lo que me quería y comprobé con asombro que todas me miraban con cara de mal disimulada risa.
-¿No estas enterada?
-¿De qué?
-¿De verdad no sabes nada?
-Me estáis intrigando…
Marichén, que siempre tuvo mucho desparpajo me dijo con cierta picardía:
-Sor María de la Purificación vive en Francia con Sor Teresa, una monja que vino al cole al año siguiente de marcharte tú.
-¿Qué quieres decir?
-Que era eso… _Marichén no se atrevía a soltar la palabra adecuada, todavía era una palabra prohibida.
-¿Queréis decir que era lesbiana?
-Tú lo has dicho.
Me quedé sin palabras. Todas me miraban esperando mi reacción ¡Cómo yo era su favorita! ¡Qué cerdas, se estaban vengando! Desde luego no me hice de la asociación y a día de hoy no sé como encajar el golpe.

ES PRIMAVERA




domingo, 28 de marzo de 2010

¡CON LO BIEN QUE SE ESTABA EN LA ESCUELA!

Yo comencé a ir a la escuela en plena guerra civil, cuando mi pueblo ya estaba en “zona nacional”. Era una escuela con dos aulas, una para los niños y otra para las niñas. Nosotras teníamos una maestra estupenda, o así me lo parecía a mí, porque a las que les pegaba con la regla cundo no sabían la lección, no les gustaba tanto. Doña Elena tendría unos cincuenta años, era corpulenta y no muy alta, feucha, creo que se había quedado solterona y por eso se dedicaba a la enseñanza.
Teníamos clase de nueve a doce y de tres a cuatro y por la mañana salíamos al recreo, todos : chicos y chicas, pero no nos juntábamos porque los chicos jugaban con los chicos y las chicas con las chicas. A mí me gustaba mucho ir al recreo porque jugaba con las amigas. En mi casa, el mi guelu no nos dejaba parar un momento y nada de juegos.
Estudiábamos de todo: historia sagrada y catecismo y labores; eso era lo más importante, y también matemáticas, dictados, biología, geografía. A mí me gustaba todo, teníamos un libro que nos servía para todo el tiempo, menos cuando estábamos aprendiendo a leer, y yo lo leía cuando podía por pura distracción.
También recuerdo con cariño la fiesta que hacía la maestra el día de su cumpleaños, todos le regalábamos algo. Yo siempre llevaba harina de maíz, ¡como teníamos molino!
Era muy buena maestra. A mí me trataba muy bien. Un día nos dejó sin salir porque había puesto un problema, que en realidad era para las mayores, no para nosotras, y nadie lo había sacado. Dándole vueltas, al fin lo saqué yo y desde entonces todas me miraban con respeto, incluso la maestra porque empezó a sacarme a la pizarra, y normalmente sacaba a los mejores.
La verdad es que nunca me pegó porque estudiaba muy bien y ella no castigaba por estar distraída o cosas así. Un día estaba jugando con otra debajo de la mesa y me tiró un poco del pelo, pero no me pegó.
Cuando tenía doce años le dije que tenía que dejar de ir a la escuela porque me necesitaban en casa y enseguida se presentó a ver a mis padres, porque ella quería que yo siguiera estudiando. El caso es que estaba mi guelu en casa, que era un dictador, y le dijo que no se metiese donde nadie la llamaba. Así que con gran disgusto dejé de ir a la escuela. Se acabó el aprender y los juegos del recreo y comencé a trabajar como si ya fuera una mujer. ¡Qué tiempos! ¡Con lo bien que se estaba en la escuela!

LOS PRIMEROS LIRIOS DEL JARDÍN


Los lirios son una de mis plantas preferidas: no necesitan mimos, ni cuidados, resisten la helada, cuando no están en flor lucen unas hojas verdes y llamativas y además, al inicio de la primevera te regalan unas flores bellísimas. ¿Se les puede pedir más?

martes, 23 de marzo de 2010

LAS FLORES MÁS HUMILDES DEL JARDÍN



Las pobres salen solas y no hay que cuidarlas mucho, pero en esta época del año alegran el jardín.

DE AQUÍ PARA ALLÁ. Por blamca Francia

Cuando iba a cumplir siete años, mis padres me llevaron a una academia unitaria que estaba situada en el segundo piso de un inmueble de cuatro pisos muy próximo a nuestra casa. En esta academia estaban juntos todos los niños y niñas desde los cinco a los once años. Las tres maestras que atendían al alumnado se repartían entro los distintos niveles y, evidentemente, no se aprendía muchísimo.
Entrábamos a las nueve de la mañana y lo primero era rezar. Después, las maestras ponían primero letras y números; luego sílabas y sumas; y luego frases y restas en el encerado y cuando ya dominabas estas habilidades empezaban con los dictados y la tabla de multiplicar. No había recreo porque al fin y al cabo aquello era un piso. La sesión de la mañana se acababa las doce.
Por la tarde se daba la “clase general” y los pequeñines oíamos a los mayores recitar las mismas cosas una y otro vez “ El caballo del Cid Campeador se llamaba Babieca y sus espadas Colada y Tizona” …. EL río Miño nace en fuente Miña provincia de Lugo, pasa por Lugo, Orense y Pontevedra y desemboca en el Océano Atlántico por la Guardia” ………… O sea que a los seis años ya me sabía de memoria esas cosas y otras muchas…. De oirlas y oirlas .
Cuando tenía ocho años mis padres me mandaron a “secar a castilla” y allí fui a una escuela, también unitaria y, para ser sincera, no recuerdo si aprendí algo o no, sólo sé que todas las tardes llegaba escalabrada a casa de mis tíos, porque, allí , las pedradas y los puñetazos eran la forma de divertirse.
Cuando volví de Castilla, me mandaron a un colegio de monjas muy elegante en el que no se entraba si no se tenía recomendación. Mi madre, que no había tenido muchas oportunidades para ir a la escuela, quería que fuéramos unas señoritas y que estudiáramos una carrera. La mujer lo hizo con buena intención, pero a mí me cayó como un jarro de agua fría. De la absoluta libertad del pueblo de Castilla había pasado a una sociedad victoriana llena de reglas y prohibiciones: lo que no era pecado era de mala educación.
Asistíamos al colegio todos los días del mes menos un domingo, que llamábamos “domingo de salida” y si no te portabas bien te lo suprimían. Y lo que es peor, era un colegio católico en el que a los rojos y a los ateos se les tenía por auténticos demonios y ¡claro! y mis padres eran rojos y ateos. Si no me hubiera hecho fuerte como un roble (de mente, se entiende) rebelde e independiente, me habría muerto de asco y habría sido una persona acomplejada.
Entrábamos a las ocho y media de la mañana y salíamos a las ocho de la tarde porque nosotras (mis hermanas y yo) estábamos “mediopensionistas”, es decir, comíamos en el cole.
Lo primero era la misa, a la que teníamos que acudir puntualmente todos los días. Nos poníamos un “capulé” especie de extraño velo de tela blanca, como la de las sábanas, bordado con patas de gayo moradas. El efecto del capulet sobre el uniforme negro y morado era espectacular. En la misa era difícil no dormirse, lo conseguía gracias a los cánticos, que era lo más divertido de todo. La misa se alargaba una hora porque la mayoría de las cuatrocientas niñas comulgaban todos los días.
Después empezaban las clases. Respecto a esta cuestión la situación era muy curiosa: de entre las treinta niñas que éramos en clase, sólo diez o doce nos preparábamos para hacer el ingreso de bachillerato y el resto eran de cultura general, que compartían con nosotras algunas clases, aunque se les exigía menos, y, aparte, daban piano, idiomas, bordado… y alguna otra cosilla que no recuerdo.
El recreo duraba media hora y luego venía la clase de gimnasia o la de formación del espíritu nacional.
Cuando se marchaban las externas, teníamos media hora de estudio, luego la comida y luego otra media hora de recreo hasta que llegaban de nuevo las que comían en casa.
Por la tarde, otras dos horas de clase y luego otra vez a la capilla a rezar el rosario y además, la exposición del santísimo en octubre o noviembre y las correspondientes novenas que iban cayendo mes a mes. Luego otra hora de estudio y para casa.
Nos daban un boletín de notas semanal y si todo iba bien, te ponían una insignia en la esclavina del uniforme que quería decir que eras una alumna de honor y si mantenías durante algún tiempo, esta distinción salías publicada en la revista del colegio. Yo acumulé algunas de estas distinciones hasta los catorce años, más o menos, luego me hice un poco rebelde, aunque eso no suponia otro castigo que no fuera que mis padres se enteraban semanalmente de mis andanzas y rendimiento.
En una ocasión llegué incluso a “pirar” al cole por estar con una amiga que estaba enferma y al día siguiente no me atrevía ir porque tenía que llevar un justificante, así que volví a pirar y al día siguiente igual. La cosa se puso fea, porque como era mediopensionista me quedaba sin comer. Al fin se me descubrió el pastel y me castigaron todos, las monjas y mi madre, pero una vez pasado el trance las cosas volvieron casi a su ser, porque yo nunca volví a ser la misma.
En la primavera de 1958. En una tarde de domingo más bien lluviosa, en la que estrené mis primeras medias, salí a dar una vuelta por el paseo. El caso es que como en un momento dado arreció el agua, nos refugiamos en un portal y allí estaba un chico que también esperaba que amainara. La verdad es que yo siempre fui muy decidida y entreabierta, así que enseguida entablé conversación con él. Charlamos un buen rato, no me acuerdo de qué hablamos, pero quedamos en saludarnos si otro día nos encontrábamos en el paseo y al poco éramos novios. Cuando se enteraron las monjas de que tenía novio, le dijeron a mi dadre que o dejaba el novio o el colegio, así que mi madre decidió mandarme a Vitoria interna, porque además de seguir el consejo de las monjas, el colegio era muy, pero que muy fino y allí me haría una verdadera señorita.
El nuevo colegio era similar al anterior, quizás un poco más grande paro su estructura y sistema eran muy parecidos, aunque se puede decir que era realmente bilingüe, pues tres de las clases clases se daban en francés: El francés, la historia y el “polites” ( protocolo y buena educación) Allí aprendí a jugar al tenis, a degustar espectáculos finos: nos llevaban a la ópera, a la zarzuela etc… . También me enseñaron cuántos criados necesita tener una casa para tener un servicio completo (11) y las funciones de cada uno; hacer la reverencia al rey; comer todo con cuchillo y tenedor; el orden de los invitados en una cena de compromiso y cosas así. Era todo muy elegante y muy fino. El “Polites” era la asignatura más importante y no pasábamos tanto tiempo en iglesias y rezos.
Dos años después mi padre nos abandonó, tuve que dejar el colegio, y me mandaron al Instituto . El cambio fue radical, aunque se rezaba en algunas clases, allí se iba a lo que se iba: a aprender matemáticas…física etc. Se juntó el abandono de mi padre, con el final de mi adolescencia y con un cura que manipulaba todo y me odiaba de forma compulsiva. No me fue demasiado bien, pero luego recuperé el tiempo perdido y al fin fui a la universidad como quería mi madre.

lunes, 22 de marzo de 2010

Doña Matilde. Por Blanca Francia.

Doña Matilde, mi maestra, era una mujer madura, alta corpulenta y esbelta. Tenía el cabello cano, los ojos negros, la boca carnosa y la cara redonda con la tez muy blanca. En su juventud tuvo que ser muy hermosa. No se comprendía como es que era solterona y estaba amargada, o así lo parecía. Llegaba a la escuela montada en su moto, con un aire juvenil y moderno que no se correspondía con su actitud en clase: era borde, antipática, autoritaria y déspota.
En clase estábamos todas las niñas de la contorna, dieciocho o veinte, con distintas edades y cultura y, en este batiburrillo, aprender, lo que se dice aprender, poco y mal.
Las cosas eran así, más o menos:
Entrábamos a las nueve de la mañana y había que esperar de pie y en silencio a que todas estuviéramos en orden.
-Buenos días señorita
- Buenos días –Echaba una mirada para comprobar las que estábamos en clase- Oremos -Levantaba la mirada para comprobar que todas participábamos y hacíamos la señal de la cruz -. En el nombre del padre y del hijo y del espíritu santo. Padre nuestro
Todas a coro, gritando para que se viera bien que participábamos, en otro caso nos caía un reglazo en las uñas, casi cantábamos:
-Padre nuestro que estas en los cielos, santificado sea el tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo- breve parada para tomar aliento- El pan nuestro de cada día dánosle hoy, perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores y no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal, amén. ( creo que no se me olvida nada)
-Dios te salve
-Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús -Parada para tomara aliento- Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.
-Sentaros –esperaba a que estuviéramos sentadas en nuestro pupitre- Es lunes, ya sabéis. ¿Quién fue ayer a misa?
Todas levantábamos la mano, hasta las que no habían hecho la primera comunión.
-Alguna miente, como siempre –ponía su gesto más adusto– A ver, Pilar ¿de qué iba el Evangelio?
-Es que… señorita… No lo recuerdo bien….
-Lo ves. ¿Crees que me chupo el dedo? ¡Ven aquí!
-No señorita… -A Pilar empezaban a salírsele las lágrimas- Yo fui, es que no me acuerdo.
-¿A qué vais a misa, a jugar o a atender? No me hagas repetirlo, ¡ven aquí!
Pilar se acercaba a la mesa y la maestra, con cara sádica le golpeaba con la regla en las uñas y la pobre se volvía a su sitio roja y con una mueca de dolor.
Pilar vivía muy lejos y su familia era muy modesta, no tenían xiarré ni nada parecido para desplazar a los niños a la iglesia.
-Rosamarí, has estudiado la historia de David?
-Si señorita. David era un pastor….
Rosamari, la empollona de la clase, hija de Justo el dueño de la tienda, nos soltaba el rollo sobre David y Goliat, o sobre cualquier otro personaje de la Biblia y cuando había acabado, la maestra daba por terminada la clase de “Historia, Sagrada” que se alternaba día sí y día no con el catecismo.
-Contigo da gusto, todas deberíais de hacer lo que hace Rosamari, pero sois unas vagas, no sé por qué me molesto. –Se daba la vuelta- Vamos con las cuentas –escribía unas cuentas en la pizarra.
Algunos días, mientras estaba de espaldas, Dorita y Fely, que eran unos trastos y estaban siempre haciendo monadas, hacían que se tiraban pedos, o que eructaban… o cosas así. Yo no sé cómo no escarmentaban, porque la maestra les daba con la regla en las uñas y luego las castigaba a ir a quitar malas yerbas al huerto que plantaba en la zona que teníamos destinada a recreo. Incluso en ocasiones pagaban justos por pecadores porque echaba la culpa a quien le parecía y no atendía a razones.
Todas copiábamos las cuentas y nos poníamos a ello mientras ella escribía unas letras o sílabas para que las copiasen las pequeñas. Luego se sentaba a lo suyo, se hacía las uñas, o se ponía con sus labores, siempre estaba haciendo canastillas para sus sobrinas y sobrinos que eran numerosos. Al cabo de tres cuartos de hora o así preguntaba:
-¿Habéis terminado?
Sin esperar a la respuesta se paseaba por entre las mesas y nos miraba por encima, menos a Carmen Argüelles, que era hija de soltera y jamás la tenía presente en su trabajo, era como si no fuera a clase, nunca la nombraba ni tan siquiera la miraba.
-Rosamari, sal al encerado.
Y Rosamari hacía las cuentas en el encerado para que todas las corrigiésemos. Cuando acababa salíamos al recreo, no tenía hora fija, eso sí, a las doce menos cinco había que estar otra vez en clase y esperábamos a que sonaran las campanas de las doce en el reloj de la iglesia, cuando esto ocurría todas nos poníamos de pie.
- El Ángel del Señor anunció a María, -decía muy solemne la maestra.
-Y concibió por obra del Espíritu Santo. Dios te salve, María... Santa María...
-He aquí la esclava del Señor.
-Hágase en mí según tu palabra. Dios te salve, María... Santa María...
-Y el Verbo se hizo carne.
-Y habitó entre nosotros. Dios te salve, María... Santa María...
-Ruega por nosotros, santa Madre de Dios.
-Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.
-Oremos. Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del Ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor.
-Amén.
Después de este ritual diario venía lo mejor : la clase de labores. En eso Doña Matilde era un as y hasta se le dulcificaba el carácter. Era una clase que me gustaba mucho porque se me daba muy bien y ella me miraba con buenos ojos, incluso se me daba mejor que a Rosamari. A la una íbamos para casa y por la tarde no había clase porque la mayoría veníamos de lugares muy lejanos.
Y esta era nuestra rutina, otro día era dictado en lugar de cuentas, o geografía…
Un día me castigó porque creyó que yo había imitado un hipido mientras ella estaba de espaldas escribiendo las cuentas en el encerado, y, la verdad, no había sido yo, así que no quise volver a la escuela. Ante mi resolución total mi padre me permitió dejar la escuela y me llevo con un maestro que por las tardes ponía clase particular, pero esa es otra historia.

SOS. Por favor, contarme cosas

Me gusta escribir historias, casi siempre en tono de humor, y tengo el proyecto de escribir una “historia social” de los últimos setenta años. Empezaría por la vida en la escuela, que es algo que casi todas recordamos.
Por eso, os pido que me contéis cosas de cuando ibais a la escuela o al colegio, podéis mandármelas a xanaespinosa@gmail.com y si no os apetece escribir, mandarme un mensaje para que os de mi número de teléfono y podamos hablar, bien sea por teléfono o personalmente.
En mis historias no aparecen nombres ni datos en los que se pueda identificar a nadie así que la privacidad está garantizada.
La cuestión es que, como la vida va tan deprisa y todo cambia de un día para otro, si no lo contamos las gentes de nuestra generación caerá en el olvido, no se sabrá cómo éramos o como vivíamos y os aseguro que a nuestros hijos les gusta leer estas cosas y a nuestros nietos les gustará algún día.
Después de los días de escuela vendrán las demás situaciones: los juegos, la adolescencia, las primeras salidas a bailes, el noviazgo, el matrimonio, los hijos…etc.
En breve daré entrada a mi primera “historia de escuela”

domingo, 21 de marzo de 2010

sábado, 20 de marzo de 2010

EL GÜELIN, LA GÜELINA Y EL CABALLO BLANCO. Por Blanca Francia.

Durante muchos años, la pared central del comedor de mi casa, la casa de mis padres, claro, estuvo presidida por la foto de boda de mis abuelos. Él, sentado en una silla, erguido, con la cabeza alta, la mirada dura, sus abundantes bigotes en primer plano y el sombrero en la mano. Ella de pié, con un brazo sobre el respaldo de la silla, alta, espigada, muy guapa, con un vestido claro y una cinta en la frente que recogía su cabello rizado. Parecían una pareja perfecta: él representaba la fortaleza, ella la dulzura y la fragilidad.
Pero la realidad pura y dura era otra.
El güelu era pequeño y un poco contrahecho de una caída, razón por la que cojeaba ligeramente. Era cabezón, pelirrojo ( y dicen que no lo hay bueno), con un mostacho desmesurado de un rojo amarillento, descolorido por lo mucho que fumaba en una pipa que, encendida o apagada, permanecía eternamente adosada a sus labios; a decir verdad, no recuerdo si se la quitaba para comer. Tenía muy mal genio, era déspota y mandón. Se había constituido en el jefe indiscutible de la familia. Su razón era ley. Sólo lo que él hacía o lo poco que decía estaba bien y no podía ser objeto de crítica. Aunque bien mirado, hacer, lo que se dice hacer, hacía muy poco. Se puede decir que veía transcurrir la vida sentado en un sillón de su exclusivo usufructo que sólo abandonaba para cultivar su propio tabaco y alguna que otra cosilla.
Ella , a pesar de su avanzada edad, era alta y esbelta , de pelo abundante y rizado aunque cano, con la mirada dulce y la expresión siempre alegre y sonriente, cariñosa, extremadamente servicial y muy habladora. Además, en contra a lo que la foto sugería, ella era la que realmente se movía para mantener a la familia. Recuerdo que tenía aptitudes comerciales y cuando llevaba a la plaza las cuatro cosas que producían, compra aquí y vende allá, venía con provisiones para toda la semana. ¡ Ah!, y siempre que no estuviera el güelu delante, ¡claro! , cantaba tangos porque le traían recuerdos de la época feliz en Buenos Aires ( lo de Buenos Aires es otra historia que contaré otro día)
Viendo la foto del comedor, en la que el abuelo parecía otro, yo imaginaba, y la imaginación de los niños no tiene fronteras, que había sido guapo y simpático, y que su aspecto físico y mal carácter eran debidos a los efectos de alguna enfermedad o desgracia que yo siempre suponía épica y grandiosa. De otra forma, no me podía explicar cómo una mujer tan hermosa, buena y trabajadora, se había casado con aquel hombre tan poca cosa.
En uno de esos momentos de intimidad, en el que nos encontrábamos mi hermano y yo con mi abuela, al calor de la estufa, le pregunté:
- ¿Cómo te enamoraste del güelu?
- El güelu era d’una casería d’un pueblu cercanu al nuestru, decíen que de muchos posibles, pero na d’eso, too presunción , “mucho ruidu y poques nueces” , de “perres” na de na. - La abuela hablaba amestao (de villa) con un acento argentino muy personal.
- Sí, pero, ¿cómo lo conociste?
- Pa ser sincera non se ónde me vio, pero habló con mi padre pa cortejame y casase, tos lo vieron con buenos ojos.
- Pero el güelu de joven era alto y guapo ¿ no?- Pregunté intentando saciar mi curiosidad.
- ¡ Que va!, era más o menos como ye, un poco más altu, tos menguamos de vieyos.
- Entonces, ¿cómo es que tú tan alta y guapa te casaste con un mozo tan poca cosa?
- No se…. A decir verdad, creo que antes de casame nunca lu vi de pie.
- !Qué tontería ! ¿Es que no fuisteis novios? ¿Cómo es posible que no lo vieras nunca?
- Si, verlu si lu tenía visto…-Hizo una parada como recordando.
- Sigue, anda ….
- Vino a cortejarme unes cuantes veces,…. cuatro o cinco. Llegaba montao n’un caballu blancu , yo salía a la quintana…, hablábamos…, mirábamos lunu pal otru…, reíamos… Pero nunca se bajó del caballu y como tenía fama de ricu y todos decíen que era tan buen partido…,no se, no me fijé mucho……
Nosotros la mirábamos estupefactos.
- La verdad ye que encima d’aquel hermosu caballu, ¡ parecía tan buen mozu!….
La abuela se quedo pensativa como extasiada y luego como si volviera de pronto a la realidad añadió:
- Ya veis, cuando quise dame cuenta ya taba casada.

viernes, 19 de marzo de 2010

CUÉNTASELO A GEMMA. Por Delia Blanco Tamargo

Buenas noches Gema, felicidades por el “pograma”.
Pues verás, te cuento: un día mi mujer llegó a casa y dijo: Esta es Rosa y es anoréxica –lo dijo así, anoréxica- y a mí qué, a mí como si es Testiga de Jehová. Sí, qué inocente, y se va a quedar unos días. ¡Qué pinta tenía, Gema! Llevaba el pelo recogido en medio de la cocorota en forma de palmera, una falda larga, así como de remiendos y una camiseta apretada que tenía todos los colores del arco iris. Flaca, flaca,…allí nada de curvas, todo rectas. Menudo palitroque. Y nada, que allí se instaló la tía. Como en su casa, oye. El mejor sitio del sofá, pa ella; el mando de la tele, pa ella… Yo, al principio, correcto eh, no te creas Gema, correcto, correcto. Pero poco a poco, me fui quemando quemando … que no la aguantaba. La mía la traía en palmitas. Estaban las dos todo el día cuchicheando y jijiji, jajaja, y hablar, hablar, hablar… Yo pasaba. Que si la crisis –estoy de la crisis, ¡puf!- que si el paro,… ¿y a mí qué? Yo, con mi prejubilación estoy tan ricamente, así que el que venga detrás que arree. ¿O no es así, Gema? Ellas pasaban de mí y yo de ellas. Tanto cuento, tanto ponerse interesantes. Un día, le dice la otra a la mía -¿qué te parece la elegancia del erizo?- y la mía -¡Ay, me encanta! Qué sensibilidad, qué…- Yo ahí ya no me puede aguantar y les solté –Sí, el erizo, tan elegante como la albarda de un burro y tan sensible como el mismísimo- Estuve fino, ¿eh Gema? Es que a mí cuando me salen, me salen. Se miraron una a la otra como diciendo… ¡menudo imbécil!. A la porra. –Después resulta que eso era por un libro que le había regalado la otra a la mía- Pero a mí que no me quieran vender la moto, el erizo, tiene de elegante lo que yo de bombero. Se lo dedicó y todo, no te lo pierdas, ponía… no sé si decirlo. Bueno, qué más da, entender no entendía nada, pero a las claras se ve que está como una cabra, ponía: - todo tu cuerpo tiene- puntos suspensivos. Y después firmaba –Tu alfarera Rosa- No me digas que no está como una chota, Gema ¿Y en la mesa? Menudos números se montaba, bueno, se montaban las dos. La mía –otro poquito, anda, otro poquitín- La otra –Ay,que no. Que no puedo más- Y es que no había comido lo que lleva una jícara, qué digo una jícara, lo que lleva un dedal. Y la mía –Hazlo por mí, cariño- Sí, eso dijiste. Lo mismo me da que estés escuchando, que yo no “oía visiones” como tú decías. Pero lo más gordo pasó cuando tuve la necesidad de ir al baño y no pude, porque como siempre estaban ellas allí metidas. Yo nunca uso ese, voy a uno que tengo en el garaje, allí estoy más a mi aire, el otro está a todo confort. Tiene un jacuzzi que es la bomba, caben en él bien a gusto dos personas, espejos de cuerpo entero, instalación de música… yo qué sé. Aquello es de mírame y no me toques. Así que yo voy siempre al otro. Pero ese día, precisamente, no lo podía usar porque se me había roto la manilla y tenía la puerta atrancada, y la mía lo sabía, como también sabe, que lo mío es comer y obrar. Yo siempre obré muy bien. Pero claro, tenía que entrar la otra primero y mi mujer con ella. Siempre entraban juntas. Se pasaban allí las horas muertas. Al parecer, tenía que vigilarla y hacerle terapia activa o no sé qué. Mientras tanto, yo allí aguantando el tirón, encima con aquella dieta que llevábamos últimamente a base de verduras… Revoltillo del bosque habíamos comido ese día. ¿te lo puedes creer, Gema? Reboltillo del bosque. Con las fabadas que hacía mi Mª Oliva. ¿Y el bacalao al pil pil? ¡De chuparse! Y los callos? ¡De chuparse! No es por nada, pero cocinar cocina… ¡Cómo cocina mi Mª Oliva! Lo que te decía, aquel día fue un calvario. Yo por aquel pasillo, paseo atrás, paseo adelante. Que me iba, Gema. Perdón, pero es que me iba. Y ellas que no acababan de salir. Llamé discretamente y nada. Volví a llamar…nada. Allí sólo se oía la banda sonora de Memorias de África que tenían puesto a todo volumen. Parece que era parte del tratamiento. La tercera vez aporreé la puerta sin miramientos y tampoco dio ningún resultado. Esperé un tiempo prudencial y, ya desesperado, volví a aporrear la puerta con toda la fuerza de la que fui capaz, gritando -¡Alabado sea Dios!- no lo dije así exactamente - ¡o abrís o echo la puerta abajo!- abrieron, vaya que si abrieron. Entré como un miura y, sin fijarme en ellas, me bajé los pantalones sentándome en la taza. Ellas…-Grosero, sinvergüenza, zafio- y no sé cuántas cosas más, pero yo a lo mío. Yo chitón. Con las mismas, la otra dice que se va. La mía prepara la maleta y se marcha con ella. Y aquí estoy Gema. Que me quedé solo. Con mi mando, mi sofá, mis cuartos de baño, mi lata de fabada…
¡Por favor! Mª Oliva, vuelve.
¡Vuelve Mª Oliva!

martes, 16 de marzo de 2010

Es maravilloso

Es como si hubieran roto todas las ataduras de mi existencia. Parece una cursilada, pero no lo es.

Ahora que estoy jubilada y limitada por mis achaques físicos y el mundo se me va cerrando poco a poco…

Ahora que mis familiares y mis amigas y amigos más queridos empiezan a desaparecer de mi vida…

Sí…, de repente, este aparato tecnológico me permite volar libremente, sin otra limitación que mi voluntad de llegar a ti y la tuya de recibirme.

No te conozco físicamente, tu nombre puede ser ficticio, pero eres tú y me escuchas y yo te escucho.

¿No es maravilloso?

Porque al fin y al cabo somos lo que pensamos, lo que sentimos, lo que amamos…, y en la medida que compartimos nuestro pensamiento con los demás nos enriquecemos, nos hacemos más persona, nos sentimos más libres.

Definitivamente, para mí, esto de los blogs y de las redes sociales es como una explosión de libertad, una nueva forma de vivir y de sentir. Y creo que no es una cursilada.

Yolanda López y Ana Suárez: dos grandes profesionales de la hostelería.

Todas las mañanas voy a rehabilitación porque mi artrosis generalizada me está jugando una mala pasada y tengo el brazo derecho casi inutilizado. Voy a primera hora de la mañana y el frío cala hasta los huesos, pero una hora después, cuando salgo, la mañana se ha desperezado y, en ocasiones como hoy , resulta radiante.
Indefectiblemente me planteo si debo ir al Café Alva a tomar mi segundo desayuno, y lo pienso porque con el café te regalan dos exquisitos churros que ya se sabe: engordan.. Luego pienso que dos churros tampoco son para tanto y acabo cayendo en la tentación.
Y todo porque el Café Alva es un lugar luminoso y acogedor en el que apetece entrar. Y sobre todo porque te reciben Yolanda y Ana, dos magnificas profesionales de la hostelería que, aún siendo dos chicas bien guapas, no van de divas de la barra, como ocurre en tantas ocasiones. Te reciben con una sonrisa en los labios, te atienden con toda celeridad, y están preparadas para cualquier circunstancia, incluida la posibilidad de preparar cafés (con sus dos churros), para llevar al ambulatorio que está enfrente si no dispones de tiempo para tomarlo en la cafetería.
Gracias, Ana y Yolanda por alegrarme el día cuando comienza y ayudarme a ponerme las pilas para el resto, aunque el brazo me duela horrores.

sábado, 13 de marzo de 2010

LA SEPARACIÓN

Un día más sin poder librarme de esta opresión que casi no me deja ni respirar. Lo que realmente me gustaría es meterme en la cama y dormir sin parar. No tengo que pensar estas cosas, pero no puedo evitarlo…
Estoy contenta, soy libre, puedo vivir mi vida como a mí me gusta, sin aguantar borracheras ni malos rollos. ¡Ea! Hay que levantarse para ir a trabajar y dejarse de lamentaciones porque estoy mejor que estaba. En realidad no me puedo quejar, tengo mi independencia económica, mi coche, no le tengo que dar cuentas a nadie. Hay que empezar de nuevo, todavía soy joven.
A ver si hoy tengo tiempo para ir a las rebajas a comprarme algo, me vendrían bien unos pantalones nuevos y si encontrara una chaqueta que me gustase… algo juvenil. Claro que tendría que adelgazar, pero no soy capaz. Voy a desayunar poco, un café y una pieza de fruta.
Y total para qué me voy a comprar ropa nueva si casi no salgo, si ni tan siquiera me atrevo a decirle a la gente que estoy divorciada, se van a reír ¿O sea que estás divorciada y sigues viviendo con él? Sí pero un día dije no aguanto más y lo hice, lo de cambiar de casa y todo lo demás es muy complicado y no es tan importante, además, desde que me separé es mucho más amable y prácticamente ha dejado de beber. Ahora que lo trato como a un hermano las cosas van mucho mejor, ayer me había hecho la cena y todo, hasta me resultó tierno. El lo notó porque volvió a decirme que teníamos que casarnos otra vez, en realidad lo que quería era que yo cediese y nos fuésemos para la cama, y luego, volver a lo de siempre. Pero no, eso sí que no. Yo ya no lo veo como a un hombre, no me emociona que me corteje, en realidad ya no se atreve ni a tocarme. Pero lo necesito y eso me fastidia. No quiero ni decírmelo a mí misma, pero soy una mujer dependiente. Lo necesito para vivir, para salir de vez en cuando, para la casería, para que me ayude a tomar decisiones, me siento a gusto cuando vamos a comer juntos, pero no quiero volver a lo de siempre. Los demás pensarán que estoy loca, seguro que soy la comidilla del pueblo.
Tendría que echarme amigas y salir por ahí. Eso es lo que tengo que hacer, salir, cambiar de ambiente, si no me decido ¿qué es lo que me espera? La soledad. El chiquillo se puede decir que vive con su novia y mi madre cualquier día me da un susto. Me aterra la soledad. No quiero volver a la depresión, a ese pozo negro que la traga a una, claro que si no fuera por las pastillas no habría levantado cabeza ¿Y si las dejara de tomar? Estoy segura de que son la causa de que haya engordado. Se lo diré al médico. El otro día Regina me dijo que lo peor era la soledad, que se había arrepentido una y mil veces de haberse separado. Yo no me arrepiento, pero no soy capaz de pensar en otra cosa y me mata esta angustia que no me deja vivir. Quisiera dormirme y no despertar.

LOS COLORES DE LA NATURALEZA

HOJAS DE RICINO


miércoles, 10 de marzo de 2010

Cuando mataron a Kennedy. Por Delia Blanco Tamargo

Cuando mataron a Kennedy
Aquel veintitrés de noviembre de 1963, en la escuela de niñas de Llamero de Candamo era un día como otro cualquiera. Doña Luz Busto, empeñada en la cruzada de salvarnos de la estulticia, preguntó a Diamantina:
-A ver niña, ¿qué es el estiércol?
Como no supo responder, la maestra, para darle una pista, le dijo:
-Diamantina, que es muy fácil, ¿dónde suele encontrarse el estiércol?
A lo que ella, ni corta ni perezosa, llevándose la mano al centro de la espalda, contestó: “Aquí señorita”.
Esta respuesta provocó una gran algarabía que se vio incrementada con la travesura de Rosita que, aprovechando el momento de relajación de la maestra, pisó con fuerza la tabla rota, tabla sobre la que estaba terminantemente prohibido pisar, pues, al hacerlo, un gran surtidor de agua surgía de las profundidades mojando a media clase.
En este ambiente distendido llegó la noticia. Mari había pedido salir al servicio e inmediatamente volvía a entrar, con cara de enorme susto: circunstancia que aumentó el ambiente hilarante de la clase. Se suponía que María Patiño, vecina de la escuela a la sazón, había logrado su objetivo una vez más, que no era otro que el de impedir que usáramos como excusado el camino que conducía hasta su casa. Imaginar a Mari la de Serafina, la más repipi de la escuela -en realidad la única repipi- huyendo de los cantazos de María, con las bragas a media asta, era más de lo que cualquiera podía soportar sin inmutarse; pues, incluso hasta la maestra -de natural hierática-, no pudo contener la risa al preguntar: “¿Qué ocurre ahora niña?”.
Mari, sin aliento, respondió: “¡Ay señorita! Ay señorita, que dice María que dijo la radio que mataron a Kennedy”.
En el manso discurrir del agua debajo de las tablas de la escuela, el silencio se pudo oír.

LOS COLORES DE LA NATURALEZA. Fotografía de Fernando Moreno Díaz.


miércoles, 3 de marzo de 2010

ASUN Y LA HIGIENE. Por Blanca Nieves Pérez Francia

Asun llegó con un maletín en la mano y un gran frasco en la otra.
-Ya vien –le dijo mi madre.
-¿Tiéneslo too preparao como te encamenté?
-¡Claro muyer!
-¿Ónde ta?
-Arriba nel so “gabinete”
-¿Quies decir nel dormitoriu?
- Sí muyer.
-¡Qué fino hables!
Mientras subían las escaleras yo analizaba inconscientemente la figura de Asun.
A pesar de sus años, aún era de complexión fuerte y hasta cierto punto vigorosa. Anudaba su pelo cano en la nuca con un movimiento sistemático, venía haciéndolo de la misma manera desde hacía más de cuarenta años. No es que fuera muy guapa, pero lucía una mirada acogedora y una sonrisa amigable. Casi no tenía arrugas, ella decía que era debido a que tenía el cutis graso y sudaba mucho. En conjunto, era abundante y curvilínea en toda su amplitud.
Antes de que me diera cuenta volvían a bajar por la escalera.
-Queden dos o tres hores, pero tien buen aspectu -afirmó Asun.
-Sabráslo tú que yes la partera –dijo mi madre.
Asun volvió su mirada hacia mí.
-Ya ves. Como non tengo fios ayudo a otros a traelos al mundo.
-¿Cómo es que no te casaste? Porque guapa sí que eres guapa –le dije.
-¡Cómo lo sabes! Ahora ya sé que no, aunque gracies. Los años no pasen en vanu, pero sí que fui una gran moza, taníalos asina -unió los dedos de las dos manos en un piño-. Pero… no tenía tiempu pa cortejar. Amás, yera muy independiente. “Casástiti, cagástiti”, decía mi güela que yera de Cangues... Acabóse la independencia. Pocu diba a durame un paisanu, porque tengo muchu geniu.
-Yo creo que los hay de todo tipo, alguno te aguantaría, ¿no?
-En toa mi vida gustóme unu, pol cincuenta y ocho, desque fui al cursillu.
-¿Qué cursillo?
-Desque yera pequeña ayudaba a Vicenta.
-¿Quién era Vicenta?
-La partera del pueblu.
-¡Ah!
-Asína que, desque Vicenta morrió, vime obligada a heredar el s’oficiu. Pero, nel añu cincuenta y ochu, les autoridades sanitaries, quisieron que toes tuviéramos titulaes y mandáronme a Medina del Campu.
-¡Pero si ya eras partera!
-Non creas, fue una gran cosa. Había que trabayar muncho y sobre too estudiar. ¡Eso sí yera difícil! No entendía ni les palabres. ¡Qué tiempos! Al principiu costóme muncho, pero gustóme. Pero, desque llevaba dos meses, cháronme.
-¿Qué? ¡No lo creo!
-Sí, cháronme. Ye que no tenía el certificau d’estudios primarios. Nel pueblu dexabes d’ir a l’ascuela pa trabayar na casería. Amás, como ayudaba a Vicenta y dábame alguna perruca…
-¡Qué pena! Y si trabajabas bien… ¡Qué injusticia!
-No creas, seguí estudiando. Como tenía libros… No ye lo mismo, pero fice lo que pude. No tendré títulu, pero si conocimientu. Así que puede decise que hubo un antes y un después del cursillo. De la Asun artesana a la Asun científica.
De pronto, se sintió un alarido.
-Ya vien. Dejaime a mí pero poneos colo que diga, porque les coses hay que faceles como Dios manda.
Y comenzó el trajín.
- Llena toes les potes que tengas con agua y ponles a calentar.
-Ya les tenía preparaes –afirmó mi madre, experta en estas lides.
- Tú, paisanu… Saca la contraventana y tríncala sobre’l somier, baxu del xergón.
Yo tenía doce años y estaba interna en un colegio de Gijón. Mi madre quería que me educara como una señorita y que hablase bien, no como ellos que, al parecer, no sabían ni hablar. Nunca había visto nacer a un niño, sólo a los animales. Todo se me volvían preguntas.
-¿Para qué es tanta agua?... ¿Para qué es la contraventana?
-Ye que la parturienta necesita tener algo duru baxu del colchón, pa poder emburriar con más fuerza.
Al fin entró en la habitación en la que estaba mi hermana, que aullaba cada cinco o diez minutos como si fuera un “gochín” al que estuvieran capando.
- ¡Esti sitiu no val!
El disgusto de mi madre fue mayúsculo, porque ella le había comprado esa habitación como regalo de bodas y era su gran orgullo: “El gabinete” de castaño macizo, con mesitas, armario, comodín y coqueta: ¡un lujazo!
- Muyer, ¿que ye? ¿por qué non sirve?
- Pues no tien onde garrase pa emburriar. ¿Ye que no ties una cama de fierru?
- N'el ni cuartu.
Mi madre decidió trasladar a la parturienta a su habitación y luego, cuando ya estuviera todo resuelto, volver a pasarla a la suya. ¡Cómo iba a perder la oportunidad de que vecinos y parientes la vieran!
Finalmente, inspeccionó a mi hermana y nos dijo:
-Va pa ratu. Da tiempu pa preparalo too bien.
Así que se fue para la cocina y comenzó a sacar unos aparatos rarísimos del maletín y a limpiarlos mojándolos con el líquido de la botella.
Yo no paraba de preguntar: ¿qué es?, ¿para qué sirve? Ella me decía en tono distraído:
-Vas a enteráte de too.
-¿Por qué limpias todo con ese líquido?
Asun levantó la cabeza de la tarea, me miró como reflexionando y dijo:
-Fía, esto ye lo más importante de too (cuando hablaba de cuestiones técnicas cuidaba mucho su lenguaje): ye la desinfección. Bien que nos lo recalcaba don Julio en clase: “la desinfección es la primera letra de este catón”. Yo enantes no lo sabía. Aquí se facían les coses muy mal. Vicenta, que tan buena fama tuvo, lo facía muy mal, no sé cómo no se le morrieron más “pacientas” de “fiebres puerperales”, y no digo nada de los probes rapacinos. Sí, la ignorancia ye lo que ye…
A medida que pasaba el tiempo, los auténticos “berridos” aumentaban en número e intensidad, hasta que llegó el momento. Colocaron a mi hermana con las manos agarradas a los barrotes de la cama y las piernas muy abiertas. A mí me hicieron agarrarle una pierna, a mi madre la otra, mientras que Asun metía su mano fuerte y decidida dentro de su cuerpo y decía:
-¡Emburría, emburria, que ya ta casi fuera!
Y la pobre empujaba; pero, a cada poco, parecía como si le flaquearan las fuerzas. Luego volvía a gritar a pulmón libre y la partera volvía a meterle la mano. En los “descansos”, Asun comentaba:
-Esto va lento, pacencia, ¡como ye “primípara”!
Nunca creí que esas cosas fueran tan trabajosas. Asun sudaba a mares pero no se despegaba de la cama.
Al fin, tras un alarido increíble, asomó la cabeza del niño y, con una rapidez y habilidad sorprendentes, Asun sacó el resto. En cuanto salió, casi gritó:
-¡Que nadie toque na!... ¡Dejáime sola! La “esterilización” y la “higiene” ta por encima de too.
Cogió los aparatos que tan cuidadosamente había desinfectado y comenzó a cortar el cordón umbilical… Yo estaba interesadísima.
-Baja y di-yos a los homes que ya nació y que ye neñu…, y quédate allí pa lo que sea –me dijo mi madre.
-¡Va! –contesté con desgana porque tenía que abandonar la escena en lo más interesante.
Cuando llegué a la cocina, todos me miraron expectantes.
-Que ya está y que es niño.
Mi padre sacó un par de puros del bolsillo de la chaqueta y le ofreció uno al flamante padre que estaba totalmente descolocado.
-Y dice mamá que pronto lo veréis.
Me quedé atizando el fuego muy a mi pesar, mientras mi madre subía con calderos y calderos de agua caliente y bajaba montones de ropa ensangrentada. Al fin oí llorar al niño. Creí que todo había acabado, pero, ¡qué va!, ¡el trasiego siguió! Venga a meter agua limpia y sacar agua sucia.
-¿Qué pasa ahora? –le pregunté a mi madre.
-Ye la placenta, non ye quien a chala.
-¿Qué es la placenta?
-Pregunta-y a Asun.
Y sin más mi madre subió con otro caldero de agua caliente.
Pasaron unos treinta interminables minutos y, al fin, pude entrar. Todo estaba limpio y aseado, y hasta Asun se había cambiado de ropa.
Mi hermana descansaba plácidamente con cara de felicidad… como si nada… nadie hubiera dicho que media hora antes vociferaba como si fuera a morirse. Y el niño, como si no existiera, se adivinaba entre un amasijo de ropa blanca que estaba colocado a su lado.
-¡Mira! –me dijo saliendo de su éxtasis-. ¡Ves qué guapín?
Yo entreabrí el amasijo de ropa y vi una cosa horrible. Ya no estaba ensangrentado, como cuando salió del cuerpo de mi hermana, pero era rojo y arrugado… algo repelente.
-Sí, es muy guapo –le dije por compromiso.
-Ye igual que’l mi home.
Volví a mirar al niño. No era igual que nadie. Era feísimo.
-¡Podemos pasala ya pa la so habitación? –preguntó mi madre a Asun.
-¡Tas lloca! Espera unes hores, no tengas tanta priesa.
-Pon la mesa y mira de ver si el caldu ta caliente, pon a calentar el pollu y les patates –me dijo mi madre.
Y es que después de tan gran esfuerzo todo el mundo tenía que comer cumplidamente, incluso la recién parida.
-Trae el caldu de gallina que preparé a la tu hermana. ¡Que té bien caliente! Luego preparamos el chocolate.
Yo me afané en obedecer las órdenes que venían de todas partes y, veinte minutos después, la recién parida ya tenía su caldo y los comensales, con excepción de la partera, estábamos todos en la mesa.
Cuando Asun apareció por la cocina, seguía sudando a goterones.
Mi madre, que, con ocasión de la boda de mi hermana, había mejorado la casa y, sobre todo, había puesto un “cuarto de baño” en lugar de la letrina que había anteriormente, quiso aprovechar la ocasión para presumir y lucirlo. Así que pensó en invitarla a bañarse para que se quitara el sudor y se refrescara, más teniendo en cuenta que, desde que hizo el cursillo, la higiene y la limpieza eran la primera máxima de Asun y que lo consideraba como un signo de cultura.
- Quedrás lavate, ¿no? Mira, allí ta el cuartu de bañu y pues bañate mientres terminamos de aviar la comida.
- ¿Qué ye lo que dices? ¿Bañáme yo?
Todos quedamos sorprendidos.
-Asegúrote que’l bañu ye nuevu y entovía non pudimos usalu muncho -dijo mi madre, un poco azorada por la situación, pensando que le daba un cierto asco usar un baño ajeno.
-Qué quiés, ya no cumplo los sesenta y cinco, al mi cuerpu xamás lu tocó l’agua y toy tan fresca como una rosa.
Y debió de vernos cara de incredulidad porque añadió:
-¿Non veis que sudo muchu? ¿Qué cosa meyor pa lavar el cuerpu que’l propiu sudor que amás tien “sales minerales disueltes”?
Y es que el cursillo de Medina del Campo no dio para más.