lunes, 22 de marzo de 2010

Doña Matilde. Por Blanca Francia.

Doña Matilde, mi maestra, era una mujer madura, alta corpulenta y esbelta. Tenía el cabello cano, los ojos negros, la boca carnosa y la cara redonda con la tez muy blanca. En su juventud tuvo que ser muy hermosa. No se comprendía como es que era solterona y estaba amargada, o así lo parecía. Llegaba a la escuela montada en su moto, con un aire juvenil y moderno que no se correspondía con su actitud en clase: era borde, antipática, autoritaria y déspota.
En clase estábamos todas las niñas de la contorna, dieciocho o veinte, con distintas edades y cultura y, en este batiburrillo, aprender, lo que se dice aprender, poco y mal.
Las cosas eran así, más o menos:
Entrábamos a las nueve de la mañana y había que esperar de pie y en silencio a que todas estuviéramos en orden.
-Buenos días señorita
- Buenos días –Echaba una mirada para comprobar las que estábamos en clase- Oremos -Levantaba la mirada para comprobar que todas participábamos y hacíamos la señal de la cruz -. En el nombre del padre y del hijo y del espíritu santo. Padre nuestro
Todas a coro, gritando para que se viera bien que participábamos, en otro caso nos caía un reglazo en las uñas, casi cantábamos:
-Padre nuestro que estas en los cielos, santificado sea el tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo- breve parada para tomar aliento- El pan nuestro de cada día dánosle hoy, perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores y no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal, amén. ( creo que no se me olvida nada)
-Dios te salve
-Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús -Parada para tomara aliento- Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.
-Sentaros –esperaba a que estuviéramos sentadas en nuestro pupitre- Es lunes, ya sabéis. ¿Quién fue ayer a misa?
Todas levantábamos la mano, hasta las que no habían hecho la primera comunión.
-Alguna miente, como siempre –ponía su gesto más adusto– A ver, Pilar ¿de qué iba el Evangelio?
-Es que… señorita… No lo recuerdo bien….
-Lo ves. ¿Crees que me chupo el dedo? ¡Ven aquí!
-No señorita… -A Pilar empezaban a salírsele las lágrimas- Yo fui, es que no me acuerdo.
-¿A qué vais a misa, a jugar o a atender? No me hagas repetirlo, ¡ven aquí!
Pilar se acercaba a la mesa y la maestra, con cara sádica le golpeaba con la regla en las uñas y la pobre se volvía a su sitio roja y con una mueca de dolor.
Pilar vivía muy lejos y su familia era muy modesta, no tenían xiarré ni nada parecido para desplazar a los niños a la iglesia.
-Rosamarí, has estudiado la historia de David?
-Si señorita. David era un pastor….
Rosamari, la empollona de la clase, hija de Justo el dueño de la tienda, nos soltaba el rollo sobre David y Goliat, o sobre cualquier otro personaje de la Biblia y cuando había acabado, la maestra daba por terminada la clase de “Historia, Sagrada” que se alternaba día sí y día no con el catecismo.
-Contigo da gusto, todas deberíais de hacer lo que hace Rosamari, pero sois unas vagas, no sé por qué me molesto. –Se daba la vuelta- Vamos con las cuentas –escribía unas cuentas en la pizarra.
Algunos días, mientras estaba de espaldas, Dorita y Fely, que eran unos trastos y estaban siempre haciendo monadas, hacían que se tiraban pedos, o que eructaban… o cosas así. Yo no sé cómo no escarmentaban, porque la maestra les daba con la regla en las uñas y luego las castigaba a ir a quitar malas yerbas al huerto que plantaba en la zona que teníamos destinada a recreo. Incluso en ocasiones pagaban justos por pecadores porque echaba la culpa a quien le parecía y no atendía a razones.
Todas copiábamos las cuentas y nos poníamos a ello mientras ella escribía unas letras o sílabas para que las copiasen las pequeñas. Luego se sentaba a lo suyo, se hacía las uñas, o se ponía con sus labores, siempre estaba haciendo canastillas para sus sobrinas y sobrinos que eran numerosos. Al cabo de tres cuartos de hora o así preguntaba:
-¿Habéis terminado?
Sin esperar a la respuesta se paseaba por entre las mesas y nos miraba por encima, menos a Carmen Argüelles, que era hija de soltera y jamás la tenía presente en su trabajo, era como si no fuera a clase, nunca la nombraba ni tan siquiera la miraba.
-Rosamari, sal al encerado.
Y Rosamari hacía las cuentas en el encerado para que todas las corrigiésemos. Cuando acababa salíamos al recreo, no tenía hora fija, eso sí, a las doce menos cinco había que estar otra vez en clase y esperábamos a que sonaran las campanas de las doce en el reloj de la iglesia, cuando esto ocurría todas nos poníamos de pie.
- El Ángel del Señor anunció a María, -decía muy solemne la maestra.
-Y concibió por obra del Espíritu Santo. Dios te salve, María... Santa María...
-He aquí la esclava del Señor.
-Hágase en mí según tu palabra. Dios te salve, María... Santa María...
-Y el Verbo se hizo carne.
-Y habitó entre nosotros. Dios te salve, María... Santa María...
-Ruega por nosotros, santa Madre de Dios.
-Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.
-Oremos. Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del Ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor.
-Amén.
Después de este ritual diario venía lo mejor : la clase de labores. En eso Doña Matilde era un as y hasta se le dulcificaba el carácter. Era una clase que me gustaba mucho porque se me daba muy bien y ella me miraba con buenos ojos, incluso se me daba mejor que a Rosamari. A la una íbamos para casa y por la tarde no había clase porque la mayoría veníamos de lugares muy lejanos.
Y esta era nuestra rutina, otro día era dictado en lugar de cuentas, o geografía…
Un día me castigó porque creyó que yo había imitado un hipido mientras ella estaba de espaldas escribiendo las cuentas en el encerado, y, la verdad, no había sido yo, así que no quise volver a la escuela. Ante mi resolución total mi padre me permitió dejar la escuela y me llevo con un maestro que por las tardes ponía clase particular, pero esa es otra historia.

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