viernes, 30 de abril de 2010

jueves, 29 de abril de 2010

EMILIO MILIO Y MILÍN. Por blanca Nieves Pérez Francia

Emilio estaba casado con Florentina, a la que todos llamaban simplemente Tina y tenían un único hijo, que también se llamaba Emilio pero al que llamaban Milio para diferenciarlo del padre. Tina estaba del corazón y por eso no pudo arriesgarse a más embarazos. Era una familia entrañable y acogedora, yo los visitaba muy frecuentemente y ellos siempre me recibían con alegría .
Cuando iba a su casa, les llevaba una licoreta y ellos me obsequiaban con delicias que hoy son impensables: buen jamón y chorizo de casa, requesón, unas deliciosas galletas de huevo y mantequilla, unos hojaldrados hechos por Tina y mojados en la miel que ellos mismos cultivaban…, bueno... ¡una maravilla! Las tardes en su compañía eran dulces y agradables y pasaban con rapidez. En Navidades les llevaba turrones, vino, coñac, champaña y café y ellos me regalaban un hermoso pollo capón de más de cinco kilos que habían criado para mí.
Me enorgullecía su amistad por su grandeza personal y también por su cultura profesional que yo envidiaba sanamente. Porque, la verdad sea dicha, la gente de campo acumula una enorme sabiduría. Además de dominar su profesión de ganaderos y agricultores, son albañiles, fontaneros mecánicos y muchas cosas más. El mismo Emilio, con una bici vieja y otros artefactos inservibles, había construido una eficaz sembradora que dosificaba sabiamente el maíz y les fabes. ¿ Y ellas ? Saben más que nadie de la conservación de alimentos y sus habilidades culinarias son casi insuperables.
Pues bien, así estaban las cosas hasta que un día de otoño Tina se puso a asar unas manzanas que nunca acabó, de forma rápida y silenciosa se marchó para siempre. Cuando sus seres queridos llegaron a casa ya no hubo nada que hacer. El infarto es así de rápido, no da tiempo a nada. Emilio y Milio se quedaron desorientados y confundidos, al margen de tristes.
De repente, Milio , que ya rondaba los cuarenta años, se enamoró de una vecina de toda la vida, de su misma edad o algo más, a la que los vecinos llamaban “ María la Fea”. No es que fuera especialmente fea: era muy delgada, no muy alta y de nariz aguileña, pero tenía unos bonitos ojos orlados por unas hermosas pestañas. En su juventud, como era hija de una familia relativamente acomodada para aquellos tiempos, había ido a Gijón para aprender “de modista”, profesión que nunca ejerció, pero su estancia en la capital le confirió una “ cierta distinción” que la indujo a autoproclamarse la señorita del pueblo y mirar a sus convecinos por encima del hombro. En suma, tenía cara de “fedor” y de ahí el mote.
Cuando María se hizo cargo de la casa puso todo patas arriba, consiguió, no se cómo ni de quién, una recomendación y un puesto para Milio en Ensidesa y al cabo de muy poco tiempo ya no criaban ni vacas, ni cerdos ni gallinas ni nada. Cuando ibas de visita te obsequiaban con aceitunas, jamón de York y pastas de “Reglero”. Y del pito de Navidad, nada de nada. Además, yo ya me sentía incómoda, María no me veía con buenos ojos porque consideraba que ensombrecía durante un corto periodo de tiempo su indiscutible reinado intelectual y, por otra parte, no la secundaba en sus aspiraciones ciudadanas porque siempre he considerado que la vida en la aldea es mucho más plena y rica que en la ciudad. Así que mis visitas quedaron reducidas a la época de Navidad.
Milio y María tuvieron un hijo al que también llamaron Emilio, pero que respondía a Milín para distinguirlo de su padre y de su abuelo. El chiquillo parecía nacido de la piel del diablo, era más malo que la tiña, y, cuando un rapacín es estravieso, en la aldea tiene muchas más oportunidades de ejercer. A su madre no le preocupaba demasiado la conducta de su hijo, lo que realmente le inquietaba era que se andaba hurgando continuamente en la nariz y la tenía siempre inflamada y con pupas y en su opinión, esto le confería un aspecto tosco y rural nada deseable. Así que, en una Navidad en la que fui a verlos, había encargado a su suegro que llamara al niño haciendo de rey mago para decirle que no se tocara las narices.
El abuelo fue a casa del vecino y llamó a su casa. Cuando sonó el teléfono todos llamaron a Milín para que se pusiera advirtiéndole de que le llamaba un Rey Mago. El niño tenía unos seis o siete años, se puso pálido. Emilio dijo con voz ronca y profunda
-¿Yes Milín ?
-Si… El sonido era casi imperceptible.
-Soy el Rey Magu Melchor
-Si
-Recibí la tu carta y tengo lo que pides, el balón de reglamentu, el camión, el volquete,
-Si
-Doite les coses si me prometes que non te vas meter más el deu n’es ñarices
-Si
-Ye que, dime ¿ qué saques con eso?
- Mocos.
Emilio no supo que contestar y Milín siguió a lo suyo.
Pasados unos años, cuando el rapacín tenía unos diez u once, me encontré al nieto y al abuelo que iban en el ALSA a Gijón camino del dentista. Me alegré mucho. Emilio y yo nos sentamos juntos para charlar y el crío, que simulaba tener una metralleta en la mano, no hacía otra cosa que correr de un lado para otro, gritar y molestar al resto del personal. Todos miraban para nosotros con cara reprobatoria, así que Emilio se vio en la necesidad de regañar a su nieto de forma patente.
-¡Milín! ¡Tate quietu y pórtate bien o digo-y a tu ma lo malu que yes!
- ¡Si dices eso yo voy decile que te tiraste peos! -contestó el chaval a voz en grito de forma que se enteró todo el mundo.
Y es que el pobre Emilio era ya mayor, no controlaba bien sus esfínteres y su nuera lo recriminaba constantemente por ello, pues consideraba que eso era propio de aldeanos y palurdos.
Hace unos tres años Milio se fue como su madre, de un infarto, rápidamente, en silencio y de forma discreta y triste, tal y como había vivido después de la muerte de Tina. Su mujer no tardó nada en hacer realidad el sueño de su vida; vendió la casería y se compró un piso en Gijón llevándose con ella a su hijo y a su suegro.
El año pasado fui a felicitarles las pascuas a su piso de La Calzada, Emilio no estaba.
-Está ya completamente chochu, desde que vinimos del pueblo no quiere estar en casa, diz que se afuega dentro y se pasa el día sentado en un banco de ese parque de ahí enfrente, ¡con el frío que hace! Te aseguro que me tiene loca, no se que hacer, estoy pensando en meterlo en una residencia -dijo María.
Milín, que ya es un hombre hecho y derecho se río simplonamente mirando a su madre y luego afirmó:
-¡No hay quién lu aguante! ¡Menos mal que al viellu no le queda mucho!
Me alegré de que no estuviera, no me hacía ninguna gracia pasar dos horas aguantando a aquellos imbéciles. Fui al parque. Allí estaba Emilio sentado en un banco, con la mirada triste y perdida. No me reconoció. Yo creo que sólo anhela el momento de ir a reunirse con sus queridos Tina y Milio, en su casa de la aldea, con sus vacas, sus cerdos…..

LOS COLORES DE LA NATURALEZA. Fotografía de Fernando Moreno Díaz


Estrella de mar del cantábrico


lunes, 26 de abril de 2010

MARISA VALLEDOR.Jardinera de palabras

El 23 de abril, día del libro, en Sotrondio se celebró un homenaje a Miguel Hernández y, entre otras actuaciones, algunas de las componentes del Grupo Literario Alameda leímos unos poemas de Marisa Valledor.
Considero que los poemas de Marisa merecen un puesto de honor en mi blog “arte, artesanía y caxigalines” y los iré publicando poco a poco, para saborearlos con detenimiento y dedicación. Espero que os gusten.

sábado, 24 de abril de 2010

Mi preciosa "anthuriun"


Ésta es mi preciosa “anthuriun”. Lleva conmigo doce años y tiene más de un metro de diámetro. Está en floración desde diciembre y como se puede apreciar es un prodigio: 17 flores, de las que alguna pasan de 20 centímetros de largas y 15 centímetros de anchas. Aunque parezca increíble nos comprendemos. Yo la mimo, casi en exceso: siempre tiene la humedad que le gusta y la abono un poco cada año, no le apetecen en exceso los nutrientes, me costó mucho llegar a comprenderla en este sentido. Sólo la he cambiado de tiesto en dos ocasiones, pero mientras se vea que está a gusto no la toco, aunque parece que la casita que tiene ahora ya le queda un poco pequeña. La giro cada quince días para que reciba su correspondiente ración de calorcito y luz en cada una de sus partes. Le digo una y otra vez lo hermosa que es y le doy algún besito y ella me devuelve los mimos con esas flores exuberantes y casi permanentes. ¿Y qué voy a hacer yo? La quiero.











PAULA ECHEVARRIA. Dignidad y pundonor.

Fue mi alumna cuando estaba en 3ª de ESO. Nuestra relación fue la más normal entre una profesora de Física y Química exigente y una jovencita cumplidora a la que no le gustaban mucho las fórmulas y los algoritmos. También le di clase a su cuñada Nati durante cuatro deliciosos años. Nati era, y sigue siendo, un prodigio de sensibilidad y ternura que dejó una huella muy profunda en mi corazón.
Cuando finalizó el curso, o al año siguiente, no recuerdo bien, fui a Candás a las fiestas del Cristo y, para mi sorpresa, allí estaba Paula, en lo alto de una carroza, bellísima y con una sonrisa madura de profesional de toda la vida, una reina de las fiestas a la altura de las circunstancias. Me dio un pálpito, supe que llegaría muy lejos.
Siempre que me encontraba con su padre, ahora parece que lo veo menos, le preguntaba por la chiquilla, lo hago con las madres y padres de todos mis exalumnos. Así fui siguiendo su carrera profesional. Siempre que podía, veía sus intervenciones y cómo prosperaba día a día, con cierto orgullo de exprofe, para qué negarlo.
Luego se casó con Bustamante, un chico muy agradable por su sencillez y cercanía, una pareja estupenda, y ambos potenciaron su popularidad.
Y Paula sigue creciendo con dignidad y pundonor, sin intentar ganar famoseo vendiendo su vida o su físico en revistas y televisiones, manteniendo ese candor de provincias, no ordinariez y desvergüenza, ese algo que me invita a decir con orgullo: yo fui profesora de Paula y de Nati.

jueves, 22 de abril de 2010

LA CLASE DE GEOGRAFÍA. Por Benigno Delmiro Coto

--Me estrené a los cinco años, previo pago al maestro (obligatoria a los seis), en una Escuela Nacional en la que convivíamos niños y muchachos desde los cinco años a los catorce o quince.
--Una Escuela Nacional en el corazón de la cuenca minera (huelgas del 57 en adelante: conseguir carbón de los vagones recargados con “llábanes fines” y vivir el día a día de una familia minera: el miedo a los accidentes y a la muerte del padre –grisú, derrabes, inundaciones- siempre constantes).
--Pocos íbamos, a los diez años, al examen de ingreso al bachillerato.
--El maestro reunía “por rincones” cada grupo y recuerdo las dificultades para acabar aprendiendo la división (no había asentado bien la operación de la resta) porque al maestro se le ocurría leerles a los mayores noticias del periódico (“La Nueva España”) y les pedía que las resumiesen en sus pizarras. Antes del maestro ya tenía yo compañeros “mayores” muy avispados que sabían de mis artes como redactor: me hacían las cuentas en un periquete y yo les escribía sus redacciones. Como tardaba en arrancar a dividir, el maestro comenzó a preocuparse y yo, al saberlo preocupado, me fui fijando para el rincón de los que restaban y di con la clave de la resta. De pronto, al restar bien: también sabía dividir.
--Separados chicos y chicas (las chicas eran un universo aparte).
--El fútbol y toda clase de juegos: todo el día en la calle (la pandilla era fundamental).
--El catecismo, para la primera comunión, en la Iglesia (a dos kilómetros): excursiones y más pandilla.
--He aquí un cuento que ilustra bien esa época:

Lecciones de Geografía
(Para el profesor Pedro Caballero Jurado del IES Rosario de Acuña. Gijón)
Llovía. Llovía sin cesar. Los cordones de agua se abatían desde el cielo gruesos, uniformes y persistentes. El patio de tierra apisonada presentaba un aspecto de laguna impracticable para toda cosa ajena a la natación entre el fango. Un recreo más habría que pasarlo a resguardo. En estas ocasiones el maestro, don Fulgencio Llera, actuaba con manga ancha y permitía que los niños ocupasen libremente el espacio del aula-escuela con dos condiciones: no romper nada y no gritar demasiado. Él, por su parte, se recluía con fruición en el periódico, La Nueva España, al calor del fuego del hogar de leña que ardía en una esquina.
En un momento, los niños se apresuraban para repartirse los mapas que colgaban en vertical de las paredes: aquellos mapas de colores, hechos de cartón grueso, que representaban la España física, la España política, Europa, América y un mapa del mundo entero que entrelazaba los dos hemisferios. Los disponían en horizontal encima de aquellas mesas amplias de madera de castaño, formaban distintos corros ávidos de juego y de azar y comenzaba el espectáculo. De manera inopinada, uno de aquellos renacuajos extraía del bolsillo un frasco de vidrio (de aquellos que poco antes habían servido como inyectables de penicilina) lleno de moscas emboscadas entre azúcar, elegía una a la que le faltaba un ala y alguna de sus patas, la colocaba en el centro del mapa y la obligaba a deambular por éste. Josevalti, que siempre había tenido una voz diáfana de tiple, muy apreciada para cubrir los puestos de monaguillo de la parroquia, se hacía cargo de la retransmisión al modo de lo que se estilaba en las vueltas ciclistas a España o a Francia: “En este momento la bestia avanza con rapidez por la campiña francesa y se dispone, si Dios no lo remedia, a penetrar en la Península Ibérica... llega a la base de los Pirineos... duda, parece que se da la vuelta... no, no, sigue, sigue, asciende y asciende...” Y, justo en ese momento crucial, casi de éxtasis del locutor, el dedo índice proverbial del pequeñajo que suministraba el ganado para esa feria tan particular se colocaba encima del sufrido insecto para detener su desaforada ascensión.
—Hagan juego, señores, ¿cruzará los Pirineos o se dará media vuelta de nuevo hacia Francia? –medio chillaba el rapaz responsable de las moscas elevando la voz lo justo para no ser entendido por el maestro lector.
Allí todo se pagaba con banzones y canicas. Jamás fallaban las matemáticas. El comercio tenía unas reglas inflexibles: diez banzones de barro igual a una canica de cristal, una canica de bronce lo mismo que dos canicas de cristal; una de bronce: veinte banzones.
Y ardía de nuevo Troya: “¿Cuántos decís que se queda en Francia?... ¿Pepito, Pinón, Ricardito y Goyito?, vale... ¿Quiénes decís que pasa a España?... ¿Antonio, Ferre, Fuentes, Pepín y Salas?... vale, ¿y tú, Josevalti, por qué apuestas?... La mitad tenía que inclinarse por un bando y la otra mitad por el otro: no había vuelta de hoja.
El dedo del organizador dejaba por fin de oprimir el manoseado cuerpo de la mosca y ésta reanudaba a duras penas su itinerario para decidir el destino de la competición. La apuesta simple culminaba con la entrega a los ganadores de las canicas puestas en juego. Los momentos de mayor dolor sobrevenían cuando alguno de aquellos enanos salvajes, descontento con el resultado, le propinaba al inocente bicho un manotazo que ensangrentaba el cartón del mapa en un punto exacto, a veces en el que se señalaba el Valle de Arán, otras en Jaca, en Tudela o en Tarazona de Aragón.
Pasó el tiempo, y a aquellos lebreles les llegó la ocasión de mayor apuro de sus vidas. Tuvieron que presentarse en un colegio extraño para ser examinados de ingreso en el bachillerato. Les llegó el momento de verse colocados ante un mapa de similares características a los que tantas veces manejaran en su escuela.
—Veamos, señale usted el recorrido del Ebro –inquiría el examinador. Josevalti, Pinón, Pepín, Fuentes, Salas... no importaba a quien preguntase, ninguno experimentaba ni la más ligera duda: de soslayo marcaban con rapidez y precisión el itinerario de tan caudaloso río patrio.
Cádiz, Zaragoza, La Coruña, Bilbao... pan comido, la geografía era pan comido para aquellos estudiantes tan bien informados. Los profesores intercambiaban miradas de asombro, pero no conseguían desvelar el secreto de tanta sabiduría.
Y eso que jamás se les habría ocurrido desplegar ante ellos un mapa de Europa o de América para comprobar que con la misma suficiencia y naturalidad podían referirse al Volga, el Danubio, el Amazonas, los Andes o al mismísimo lago Titicaca.

miércoles, 21 de abril de 2010

LAS AMIGAS

Cuando la vida se sosegó y dejé de tener todo el día ocupado.
Cuando mis hijos ya tienen hijos, y me siguen queriendo, paro priorizan su propia vida, como es natural.
Cuando la rutina, o el desamor o la decepción hicieron un vacío en mi alma....

Mis hermanas y mis amigas, que me han devuelto multiplicado por mil el cariño que yo pude darles, han dado a mi vida nuevas ilusiones, nuevos estímulos, colmándome de atenciones y afecto.
Algunas son amigas de toda la vida, otras exalumnas, a otras las he conocido en los últimos doce años en cursillos, charlas y todo tipo de actividades:
Luisina, que aunque se nos haya ido siempre está ahí. Mary Sol, Pilar, Gene, Ofelia, Mary, Charo, Amelia, Isabel, María Jesús, Balbina, Yareli, Delia, Paquita, Elvirina, Geles, Marisa, Amparo, Libby... Gracias por vuestra amistad.

martes, 20 de abril de 2010

LOS LIRIOS DE MI MADRE.

Ya han brotado los lirios amarillos, impresionantes, cada uno mide más de 25 centímetros. No sé de donde salieron, sólo sé que, después de esparcir las cenizas de mi madre por el jardín que tanto le gustaba, aparecieron estos lirios. No es que crea yo que tiene algo que ver, desde luego que no, pero la coincidencia me los hace más queridos.

sábado, 17 de abril de 2010

LAS LIBRETAS DE PILARINA. Por Blanca Nieves Pérez Francia

Pilar tiene unos setenta años, es menuda, delgada, de pelo corto teñido de castaño y unos ojillos alegres y burlones que dan fe de su buen humor y jovialidad. Nunca ha sido guapa, pero a medida que han pasado los años se la ve más armoniosa.

Ahora vive en Piedras Blancas, con su hija y su yerno. Se siente útil porque, como su hija trabaja, ella se encarga prácticamente de sus dos nietos, pero no deja de echar de menos el trajín de su tienda.

Hace unos días fui a visitarla a su casa, “la suya”, una vecina me dijo que la había visto.

No puede pararse quieta, así que en cuento me saludó se puso a preparar una tortilla para merendar. Yo no proteste, era una hora estupenda para tomar algo.

Abrió la nevera y sacó los huevos. Tenía dos cajas de docena, las miró y me miró a mí con cara de complicidad. Se puso a batir los huevos y finalmente dijo:

-¡Como cambió España¡ Tengo más coses n’a casa que cuando tenía la tienda

d’ultramarinos.

-Claro que sí. Eran otros tiempos

-Lo que son les coses, n’aquellos tiempos, diben a comprar tres guevos, to lo más media docena. Teníamoslos dentro d’un caxón, amontonaos y mirábamoslos por una bombilla pa ver si taben bien y luego chabénse n’una cestina de hierro plegable que llevaben les clientes pa que no se rompieran, El café, vendíase de cien en cien gramos y molíase con un molinillu de “motor”, que no creas, en poques tiendes lu tenían. Pesábase n’una bolsa de papel, que taba muy caro, pero claro cobrábase a preciu de café. Asín que pa ganar un duro teníes que despachar mucha mercancía porque to era a poquitinos , no como ahora que to vien empaquetao y a lo grande. Y no teníamos horariu ni fiestes , hoy ties que tener la despensa llena pa´l domingu porque non abre nadie. D’aquella la xente compraba p’al día y veníen a cualquier hora.

- ¿No había una ley que prohibía abrir a partir de cierta hora y los días festivos?

- Si pero non facia nadie casu. Algunes veces pasaben los municipales, invitábeslos a un bocadillu de jamón y un tragu vino y to resuelto. Les coses eran d’otra manera, pero vivíase, tampoco voy decir que fue tan malo.

-Anda no te quejes Pilarina, que las que tenías comercio erais las ricas del pueblo -comenté sabiendo que iba a protestar.

-¡Riques!...¡En deudes! –exclamó rápidamente- Taría rica si me pagaren todes les libretes que tengo guardaes, de recuerdu, que pa otra cosa no sirven.

-¿Qué es eso de la libreta?

-Ven, verás , voy enseñáteles – dijo mientras se adentraba en un cuarto oscuro, que en sus tiempos debió ser la trastienda del comercio, y me invitaba a seguirla.

La tienda estaba igual que cuando Pilar dejó de trabajar, hace unos quince años una vez que murió Pepe, su marido. Oscura, con unas estanterías de madera semivacías, en las que aún quedaban vestigios de cajas y algunas latas. Las antiguas básculas dormían su vetustez en la penumbra. Los ganchos de los que antaño colgaban jamones, chorizos, calderos, candiles, madreñas etc. seguían adheridos al techo, inútiles. Múltiples objetos y artilugios se distribuían entre los mostradores de madera, blancos de tanta lejía y arena aunque llenos de polvo Unas cuantas piñas, inalteradas, permanecían el cajón y, a su lado, aún quedaban restos de arena en otro cajón deslucido

-De casualidad, tuve faciendo limpieza ayer y topeme con elles- aclaró mientras me enseñaba una maraña de papeles entre los que se encontraban un montón de libretas- Ya no les tenía en mente.

Se puso a meter los papeles en un cajón de cartón.

-Ye que voy preparar esto pa que los chiquillos jueguen, así no sirve pa na.

Cogió algunas libretas en una brazada, se dirigió de nuevo a la cocina y dejó que se desparramaran sobre la mesa. Eran unos cuadernos “de rayas” de un tamaño aproximado a la mitad de un folio. Tenían las tapas de cartulina azul–grisaceo mugrientas. Se leía con dificultas la palabra “ cuaderno” escrita de forma diagonal y con letra cursiva. En sus páginas interiores, amarillentas y llenas de manchas de todo color e índole, se podían leer, no sin cierta dificultad, fechas, números y cuentas, todo ello escrito con lápiz, unas veces más nítido y en otros casos tan borroso que era imposible saber lo que ponía. A veces estaban tachadas y ponían pagado, pero todas ellas acababan en una larga lista sin tachones y algunas, al final y en números más gordos, presentaban un total que oscilaba entre las tres mil y las veinte mil pesetas.

-¿Ves? -comentó mirándome a los ojos- Rica en pufos. Y si na más que fueren los pufos, ¡lo que tuve que aguantar!

Hojea desdeñosamente las añosas libretas, toma una entre las manos y comenta.

- Mira, ésta si que tien cara. La probe taba casada con un borrachin que`y dio una vida de perros. Tenía cuatro fios, tres nenos y una nena y pasolas canutas. D’un principio pagábame a primeros de mes, en cuanto cobraba el su hombre, pero poco a poco fue largando el pufo y mira -me enseña la libreta- tuvo dos años mandando a la neña a comprar de fiau. Ella no daba la cara no, venía la cría que ni miraba p’arriba, estiraba la mano con los ojos puestos n’el suelu y decía: “ que diz mi ma que lo apuntes”. Y…, ¿que diba facer yo?

Pilar me mira con los ojos anegados de lágrimas, sin duda busca mi aprobación y yo sólo supe contestar:

-¡Claro! ¿Qué otra cosa podías hacer ?

-Yo bien sabía que diba a otru sitiu a comprar con les perres en la mano y que sólo mandaba a la neña aquí cuando no tenía un duru. Pues el casu ye que pasó mucho tiempu y la cría no venía y ¡claro! extrañome, aunque debíame tantes perres que por otra parte no era d’extrañar. El casu ye que un día pasó por delante la tienda y yo taba a la puerta con la mi prima. Al veme mudó la cara pal otru llau y fízose como que diba a saludar a unos nenos que xugaben por la calle. Yo comenté con la mi prima: Non se lo que’y pasa, parez que no quier na conmigo. No dije na del pufu claro, que a nadie interesaba. La mi prima miróme y díjome: ¡Yes boba! , diz que descubrió que robabes nel pesu y que apuntabes de más na libreta ¿ No lo sabies?. ¡Cayome l’alma a los pies!

Pilar calla y se pone a cuajar la tortilla. Luego añade:

- Si, teníes que aguantar mucho. Quedeme con el pufu y con la mala fama y ella, ahora que los fios tán bien situaos y tien una gran paga del paisanu que murió haz unos años, pasa como una marquesa. ¡ Tanta fame que y’os quité!

Pone la tortilla en la mesa y empezamos a comer ¡qué rica!

-No sé si fuiste tendera lista o tonta, pero lo que es las tortillas las haces de maravilla…

Y seguimos comiendo como si nada. Pilar, como siempre, sonrió con sus ojos alegres aún humedecidos por las lágrimas.

jueves, 15 de abril de 2010

DIRÁN...

Si  no tienes criterio propio, ni voluntad, ni sabes decir que no y eres incapaz de tomar  decisiones dirán que eres una "buena mujer", pero eso sí, si eres hombre, diran que eres un pelele.


Si tienes criterio propio, voluntad, sabes decir que no y eres capaz de tomar decisiones, dirán que eres un "hombre cabal", pero si eres mujer, dirán que eres una feministona…

miércoles, 14 de abril de 2010

SIGUE LA PRIMAVERA

El romero está en flor
Una composición floral natural.

martes, 13 de abril de 2010

DE LA, LA, LA ...A... CHIQUI CHIQUI .Por Delia Blanco Tamargo

El revuelo creado en torno al Chiquilicuatre, un personaje prefabricado por una cadena de televisión, que fue el representante de España en el festival de Eurovisión, con una desenfadada canción llamada El Chiqui chiqui, me trajo a la memoria a Masiel que, por pura carambola, fue al mismo festival y, cantando el La,la,la, pasó a formar parte de la historia de la música de este país.
De La,la,la a Chiqui chiqui cuarenta años nos contemplan. El cambio económico y social que se produjo en el transcurso de este tiempo ha sido radical.
En Ferreros, mi pueblo, había en el año mil novecientos sesenta y ocho, veinte casas, veintiuno entre hórreos y paneras, y un solo televisor. Ahora tiene cinco casas más y una panera menos. En cuanto a televisores, lo desconozco; pero no sería muy aventurado calcularle dos por vivienda. En la mía, la “caja tonta” tardó muchísimo en entrar. Mi padre se oponía a ello con uñas y dientes. Él, que normalmente era persona de buen compás, y aceptaba con naturalidad que mi madre cargara con la administración de la economía familiar, en el asunto de la tele fue inflexible. Este objeto idolatrado estaba al fondo del pueblo, en casa Roldán, a bastante distancia, por malos caminos y sin ninguna clase de iluminación. Pero, no importaba: todos lo sufríamos de buen grado mis hermanas, amigas y yo por ver a Los Intocables, El Fugitivo o lo que tocara.
Allí vivía una familia compuesta por tres generaciones: los abuelos Fernando y Teresa, los padres Pepe y Longina y los hijos Manolín y Carmita. Eran, en el mejor sentido de la palabra, gente buena, pacientes y generosos en extremo. Las palomitas las ponía la casa, unas veces en forma de castañas asadas, fresas con vino y azúcar en otras ocasiones o una ronda de bollinas, también llamadas “suelas” en otras partes de Candamo. Consisten en una sencilla masa fermentada, hecha con harina de escanda frita y espolvoreada de azúcar. Este cereal era entonces un producto básico, ahora sólo se cultiva de forma testimonial en algunas partes de Asturias.
Ese día seis de abril, se celebraba el festival de Eurovisión, y el aforo en casa Roldán se vio ampliamente superado. La polémica creada al negarse Joan Manuel Serrat a cantar en otro idioma que no fuera el catalán desató el honor patrio aumentando aún más la pasión que suscitaba en aquella época el festival.
Manolín tenía entonces unos trece años, era un chico silencioso pero muy eficaz. Rápidamente, según iban llegando nuevos telespectadores, iba él improvisando nuevos asientos: unos tablones sostenidos por ladrillos en medio de la cocina, un tocón de castaño en una esquina, un caldero de cinc vuelto del revés en la otra… Una vez acomodado todo el mundo, él se instaló a horcajadas sobre una albarda.
El ambiente era de fiesta. Las bromas y los chascarrillos subidos de tono se sucedían. Aguardábamos con impaciencia a que comenzara el festival, y por fin… el rosco que anunciaba Eurovisión comenzó a girar en la pantalla, tatán, tarará, tatannn tará… las actuaciones se fueron sucediendo entre críticas y alabanzas de la concurrencia a la espera de la actuación más deseada de la noche.
Ataviada con un vestido minifaldero, Masiel salió al escenario a defender su canción. Terminada su actuación, la ovación fue cerrada; después empezaron las divisiones: que si no canta nada, que si parece ortopédica, que mira qué dientones que no le caben en la boca, que si patatín… Cuando comenzaron las votaciones volvimos a quedar todos en silencio. La emoción iba subiendo de tono ante el estrecho margen que había entre España, Francia e Inglaterra. Los points de Alemania fueron decisivos: España ganó el festival a Inglaterra por un voto de diferencia. Congratulation, de Cliff Richards, 28, y el La, la, la, de Masiel, 29.
La casa se venía abajo con los aplausos a la que cantaba como los ángeles. Era más guapa que una diosa y más flexible que un junco. La más grande. La más de lo más.
La vuelta la hicimos cantando a grito pelado el laaa, lalalaaa lala laaa… arrebatadas de alegría.

sábado, 10 de abril de 2010

Las margaritas de mis vecinos

En este época del año los macizos de las humildes margaritas son una verdadera delicia. Son unas plantas estupendas, no dan nada de trabajo y nos regalan su inestimable belleza.




Pilar González Boixo y Elena Fernández Pérez. Excelentes profesoras y compañeras maravillosas.



Pilar González Boixo y Elena Fernández Pérez. Excelentes profesoras y compañeras maravillosas.

Elena y Pilar fueron mis compañeras de departamento durante trece o catorce años. Cuando llegaron al instituto se quedaron un poco descolocadas porque nosotros estábamos en “la Reforma”: la fase experimental anterior a la LOGSE. Teníamos a la vez cursos de BUP y cursos de Reforma y para que no se asustasen demasiado con la nueva metodología que se aplicaba en la Reforma, esperamos uno o dos cursos para incompararlas definitivamente al nuevo modelo educativo. Desde el primer momento pusieron un interés total por adaptarse y ese fue el principio de una increíble colaboración entre las tres, algo muy poco común en los centros educativos en los que he trabajado.

Dos profesoras excelentes, siempre mejorando, siempre aprendiendo, sacando conclusiones de sus experiencias educativas para hacerlo mejor al curso siguiente. Las primeras en actualizarse con las nuevas tecnologías en beneficio de su docencia… y podría seguir y seguir… Si hubiera tenido que calificarlas en algún momento por su grado de compromiso con su profesión, les hubiera puesto una matrícula de honor.

Y eso no tiene nada que ver con el hecho de que además fueran unas compañeras maravillosas a todos los niveles. Me hicieron la vida fácil, me permitían dar clase de lo que más me gustaba, me evitaban todos aquellos trabajos dificultosos para mí a causa mi deteriorada condición física, se involucraron totalmente en mi percepción de lo que era un departamento educativo , en suma, me hicieron más agradable el trabajo en los últimos años previos a mi jubilación por incapacidad. ¿Se puede pedir más?

No me extraña que cuando encuentro a muchos de sus exalumnos por la calle me hablen de ellas con cariño y respeto, aunque dar clase de Física y Química con rigor y el nivel que exige nuestro sistema educativo y a la vez hacerse querer no es nada fácil.

Sabéis que os estaré eternamente agradecida.

jueves, 8 de abril de 2010

LA PITA DE MARUJA. Por Blanca N.Pérez Francia

Maruja es mi vecina. Ha criado a un montón de hijos que ya están casados y a su vez tienen hijos que pululan constantemente a su alrededor porque ella es de esas personas que saben hacer familia. Trabaja a todas horas porque le gusta tener de todo para compartirlo con sus hijos, nietos, vecinos, amigos y hasta con su ex-yerno. Pero lo que más destaca en Maruja es su amor a los animales.
Sus cinco o seis gatos de angora blancos se han adueñado de la casa y aunque materialmente le han destrozado el sofá, ella considera más importante que los mininos sean felices. Tiene un pastor alemán mestizo, viejo, lisiado e inútil, pero lo trata como si fuera un semental pura raza. Y luego está el asunto de la gocha.
Maruja, cuando iba a dar de comer a la gocha, lo mejor de lo mejor: castañas, berzas, patatas de casa…, hablaba con ella y la gocha le contestaba y se frotaba contra sus piernas; supongo que será la manera de acariciar una gocha. Y Maruja, en compensación, le dedicaba piropos y la llamaba tesoro.
Nunca encontraba el momento oportuno para transformarla en un suculento sanmartino, así que la gocha engordó y engordó, porque los cerdos no tienen control en eso del comer, cuanto más les das más felices son, y a Maruja le gustaba que la gocha estuviera contenta. Y un día se murió de un infarto de puro gorda que estaba. Maruja lloró, no por los chorizos y morcillas que había perdido, ni por que la gocha le sirviera para recriar, porque como estaba tan gorda no quedaba preñada, sino que lloró porque realmente la quería.
Pues bien, recuerdo que cuando yo tenía 8 o 9 años, en un día de invierno en el que hacía un frío que pelaba, mi madre me mandó a casa de Maruja a por perejil porque a nosotros se nos había acabado. Yo protesté porque tenía que salir de casa con aquel frío, pero a la vista de que mis protestas no surgían ningún efecto, me resigne y salí corriendo para recorrer los cien metros que separan nuestras casas en el menor tiempo posible. Como una exhalación entre en su casa.
En aquellos tiempos la cocina de Maruja era la representación del desorden porque a ella le gustaba complacer a los suyos , y a algún visitante que cayera por allí, y hacía todos los días un montón de comidas distintas. Ahora está mucho más ordenada y triste porque ya sólo están Octavio, ella y el colesterol, la hipertensión…, así que sólo se hace una comida y con poco fundamento.
Pues bien, entré en aquella anárquica cocina saturada de exquisitos aromas culinarios, y ! horror!, ví como Maruja estaba guisando un pita viva con pluma y todo. De inmediato quité la vista, pero luego volví a mirar porque no me lo podía creer. Pero sí, allí estaba la pita, viva, mirándome con eso mirada bobalicona que tienen las gallinas.
No sé ni como pedí el perejil ni lo que pasó después, sólo sé que salí como alma que lleva el diablo y llegué a casa gritando
-¡Mamá, mamá! Maruja esta guisando una gallina viva con pluma y todo.
Mi madre me regañó.
- Niña, no digas mentires que ye muy feo y además ye pecao.
-¡Te lo prometo! -decir te lo juro en aquellos tiempos estaba muy mal visto.
Mi madre, entre la incredulidad y la curiosidad morbosa, se abrigó, se calzó les madreñes y se aventuró entre el frío dirigiéndose a casa de Maruja. Y yo la seguí, más que nada por el afán de demostrarle que no mentía.
Mi madre llamó a la puerta y como no era cosa de quedarse hablando en el dintel con aquel frío, Maruja enseguida nos mandó pasar a la cocina. Y allí estaba la gallina viva, en la pota, tal y como yo había dicho.
Durante un rato hablaron de cosas que no recuerdo y yo disimuladamente tiraba a mi madre del mandil para que nos fuéramos porque no resistía aquella visión. Hasta que en un momento, mi madre dijo:
-Oye Maruja, ¿cómo ye que cocinas la pita viva y con plumas?
Maruja, aunque está siempre sonriente, raramente se ríe a carcajadas, pero le entró una tal risa que durante un rato no fue capaz de hablar.
-¡Muyer!, ¡ qué coses tienes! ¿Cómo ye que crees que voy cocinar la pita viva? . Ye que como fai tantu fríu en la cuadra y la pita tá clueca, busqué una pota vieya , la llene de pación seca, metí la pita y ahí la tienes tan contenta, calentina al amor del fuego.
Y es que Maruja, para esto de los animales, es una cosa especial.

miércoles, 7 de abril de 2010

DE LA ESCUELA.... EL RECREO

En el lugar donde vivo, muchos niños y niñas tuvieron sus primeros contactos con las letras en la Escuelina de Mary, conocida por todos los de mi generación y que daba clase en su casa en los veranos; una buena persona. En mi caso fue poco el tiempo que fui con ella ya que de mi educación al igual que de el de mis hermanas, se encargaba el mayor.
Fui a la escuela de verdad hacia el año 69, en una “Escuela Nacional” en la que niños y niñas estaban separados.
Me hizo mucha ilusión. Me imagino con mi cavás mis trenzas y mi vestido. ¡Ya era mayor ya podía ir al colegio!
Pero resultó que no. No me gustaba ir a la escuela y creo que ni siquiera me molestaba en odiarla. Iba y no había más. No era negociable, lo decían en casa y ya está. Esta era mi rutina:
-¡Pórtate bien! –me decía mi madre- ya sabes que tu hermano se entera de todo.
-Sí mamá.
-Y que si te portas mal te vamos a castigar.
-Sí mamá - contestaba mientras pensaba: ya me gustaría a mí ser como Chusín, ¡Qué tío! Ese si que hace frente a los mayores. Claro que así le va, se pasa la vida “de cara a la pared”. Y ni cuento los varazos que lleva. Y luego están sus padres, siempre está castigado. No, en realidad no compensa. Hay que portarse bien aunque eso sea profundamente aburrido.
Salíamos de casa y a medida que íbamos caminando el grupo aumentaba.
-Vamos por el prao del Fermín que así atajamos.
-¿Y las vacas?
-¡No seas nenaza! ¡Las vacas qué!
-A mí me da miedo.
-Espera que te quito yo el miedo…-gritaba un compañero de los mayores mientras corría para asustarnos a los pequeños.
Yo a las vacas las veía enormes, más que enormes. Apretaba el paso y los dientes cuando pasaba por el prao del Fermín como una exhalación. Lo curioso era que una vez pasado, me sentía muy orgullosa de mí misma.
Después de las vacas nos quedaba un ritual: cuando cruzábamos al lado de la casa Dora, la de la tienda. Ella siempre salía a protestar cuando pasábamos alborotando y nosotros, a más, más, nos preparábamos concienzudamente para hacer el mayor ruido posible.
Y Al llegar a la escuela empezaban los juegos en el patio, las “patatitas matutano”, los pastelitos “bimbo” con sus cromos , que solo podían comprar los mas privilegiados… El recreo… el único momento feliz, donde saltar a la comba, jugar a la queda, al cascayo, al corro, o al pañuelo era una huida del sujeto, del objeto directo, de los godos o de los montes de la península.
Nada de la escuela me da nostalgia porque los mejores años de mi vida vinieron después. Recuerdo el “buenos días” cada vez que entraba algún maestro y el ponernos de pies para decírselo. O el rezo del rosario en el “mes de la flores” y como cada día tenia que rezarlo algún niño o niña y como nunca quise hacerlo por miedo al ridículo y a las bufas de los maestrillos. O como los listos se sentaban en la fila de adelante y los tontos en la de atrás. Adivinen donde estaba siempre sentada. Eso es la única manía que me queda, la de sentarme atrás ya que se ve todo mejor.
Años después entre de nuevo en una de las escuelas de la tortura y lo que antes era grande lo encontré pequeño.
La cosa empezó a ser más tolerable cuando pasé a una “graduada”; ahí hasta me divertía… a veces. Allí encontré verdaderos maestros, no maestrillos que se dedicaban a dejarte en ridículo. Maestros con todo el significado de la palabra que se ocupaban de enseñar. Fue en ese momento cuando mi hermano pudo descansar de intentar meter en esta dura cabeza la tabla de multiplicar, porque era divertido saber cosas. Y cuando uno va contento a la escuela es otra cosa.
Y prefiero acordarme solo de los buenos colegios, de los buenos maestros que he tenido la suerte de tener después como una compensación que se me ofreció por un mal inicio.

martes, 6 de abril de 2010

PRECIOSAS PERO CAPRICHOSAS.

Así es. Estos bulbos dan unas flores naranjas muy bonitas y los tengo en el jardín, en el interior de casa con luz directa y en el interior con luz indirecta. Viven en todos los ambientes, pero la planta que está en el interior y con luz indirecta es la que da las flores más hermosas. A mí me los vendieron como planta de exterior pero parece ser que no les gusta mucho ni el frío ni el calor. Las plantas son muy caprichosas.

viernes, 2 de abril de 2010

LOS SORTIJAZOS DE DOÑA MARTA

De la escuela recuerdo poco porque sólo fui hasta los diez años. Había dos aulas, una para las chicas y otra para los chicos. Teníamos clase sólo por la mañana, con un recreo hacia la mitad. Rezábamos bastante: a la entrada, el ángelus y a la salida, pero eso lo veíamos muy normal, se hacía en todas partes. .
Cuando empecé, mi maestra era Doña Marta: Una señora de unos sesenta años, con el pelo muy canoso y un moño de vieja amarrado atrás. Vestía siempre de negro, como si estuviera viuda, aunque creo que era soltera. En ella sólo destacaban unos pendientes de colgante muy llamativos, que siempre eran los mismos, y numerosas sortijas que cambiaba con frecuencia. Lo recuerdo como si fuera ahora:
Cuando entraba por la puerta todas teníamos que ponernos de pié y mi compañera que era muy pequeña y no veía por entre el resto de las niñas me daba un codazo.
-¿Qué sortija trae hoy?
-La de la piedra negra.
-¿Y que cara trae?
-De malas pulgas.
-¡Vaya por Dios! Hoy nos la cargamos
Y así era, porque Doña Marta tenía un carácter muy variable y cuando estaba de malas cobrábamos todas, sin ton ni son, no hacía falta hacer ninguna travesura o no saber la lección. Y cuando llevaba la sortija negra o la de las piedras blancas y rojas la cosa se ponía fea porque hasta nos dejaba cardenales. Cuando estaba de buen humor era encantadora y lo pasábamos muy bien. Nos contaba todo con gran entusiasmo, daba lo mismo lo que fuera, pero sobre todo lo de la historia sagrada.
A nuestros padres, en general, les preocupaba poco o nada lo que hacíamos en la escuela, y si ibas contando que te había pegado sin más ni más, estabas apañada, porque lo más seguro era que ellos te dieran otro coscorrón argumentando que algo habrías hecho.
A pesar de todo, a mi me gustaba ir a clase. En el poco tiempo que estuve aprendí a leer a escribir y algo de cuentas. Es que yo ponía mucho interés, las había que no aprendían nada de nada.
Un día nos dijeron que Doña Marta se marchaba, seguramente porque se jubiló, y nos pusimos contentísimas porque nos librábamos de los “sortijazos”. Y así fue, Doña Carolina tendría unos treinta años y era mucho más agradable y más estable. Pero ya se sabe, lo bueno dura poco, cuando tenía nueve años se murió mi madre y al poco tuve que dejar de ir a la escuela porque hacían falta todas las manos. ¡Una pena!

LOS COLORES DE LA NATURALEZA

Ocaso en Arguineguín (Gran Canaria)

Preciosa escala de grises y dorados