sábado, 17 de abril de 2010

LAS LIBRETAS DE PILARINA. Por Blanca Nieves Pérez Francia

Pilar tiene unos setenta años, es menuda, delgada, de pelo corto teñido de castaño y unos ojillos alegres y burlones que dan fe de su buen humor y jovialidad. Nunca ha sido guapa, pero a medida que han pasado los años se la ve más armoniosa.

Ahora vive en Piedras Blancas, con su hija y su yerno. Se siente útil porque, como su hija trabaja, ella se encarga prácticamente de sus dos nietos, pero no deja de echar de menos el trajín de su tienda.

Hace unos días fui a visitarla a su casa, “la suya”, una vecina me dijo que la había visto.

No puede pararse quieta, así que en cuento me saludó se puso a preparar una tortilla para merendar. Yo no proteste, era una hora estupenda para tomar algo.

Abrió la nevera y sacó los huevos. Tenía dos cajas de docena, las miró y me miró a mí con cara de complicidad. Se puso a batir los huevos y finalmente dijo:

-¡Como cambió España¡ Tengo más coses n’a casa que cuando tenía la tienda

d’ultramarinos.

-Claro que sí. Eran otros tiempos

-Lo que son les coses, n’aquellos tiempos, diben a comprar tres guevos, to lo más media docena. Teníamoslos dentro d’un caxón, amontonaos y mirábamoslos por una bombilla pa ver si taben bien y luego chabénse n’una cestina de hierro plegable que llevaben les clientes pa que no se rompieran, El café, vendíase de cien en cien gramos y molíase con un molinillu de “motor”, que no creas, en poques tiendes lu tenían. Pesábase n’una bolsa de papel, que taba muy caro, pero claro cobrábase a preciu de café. Asín que pa ganar un duro teníes que despachar mucha mercancía porque to era a poquitinos , no como ahora que to vien empaquetao y a lo grande. Y no teníamos horariu ni fiestes , hoy ties que tener la despensa llena pa´l domingu porque non abre nadie. D’aquella la xente compraba p’al día y veníen a cualquier hora.

- ¿No había una ley que prohibía abrir a partir de cierta hora y los días festivos?

- Si pero non facia nadie casu. Algunes veces pasaben los municipales, invitábeslos a un bocadillu de jamón y un tragu vino y to resuelto. Les coses eran d’otra manera, pero vivíase, tampoco voy decir que fue tan malo.

-Anda no te quejes Pilarina, que las que tenías comercio erais las ricas del pueblo -comenté sabiendo que iba a protestar.

-¡Riques!...¡En deudes! –exclamó rápidamente- Taría rica si me pagaren todes les libretes que tengo guardaes, de recuerdu, que pa otra cosa no sirven.

-¿Qué es eso de la libreta?

-Ven, verás , voy enseñáteles – dijo mientras se adentraba en un cuarto oscuro, que en sus tiempos debió ser la trastienda del comercio, y me invitaba a seguirla.

La tienda estaba igual que cuando Pilar dejó de trabajar, hace unos quince años una vez que murió Pepe, su marido. Oscura, con unas estanterías de madera semivacías, en las que aún quedaban vestigios de cajas y algunas latas. Las antiguas básculas dormían su vetustez en la penumbra. Los ganchos de los que antaño colgaban jamones, chorizos, calderos, candiles, madreñas etc. seguían adheridos al techo, inútiles. Múltiples objetos y artilugios se distribuían entre los mostradores de madera, blancos de tanta lejía y arena aunque llenos de polvo Unas cuantas piñas, inalteradas, permanecían el cajón y, a su lado, aún quedaban restos de arena en otro cajón deslucido

-De casualidad, tuve faciendo limpieza ayer y topeme con elles- aclaró mientras me enseñaba una maraña de papeles entre los que se encontraban un montón de libretas- Ya no les tenía en mente.

Se puso a meter los papeles en un cajón de cartón.

-Ye que voy preparar esto pa que los chiquillos jueguen, así no sirve pa na.

Cogió algunas libretas en una brazada, se dirigió de nuevo a la cocina y dejó que se desparramaran sobre la mesa. Eran unos cuadernos “de rayas” de un tamaño aproximado a la mitad de un folio. Tenían las tapas de cartulina azul–grisaceo mugrientas. Se leía con dificultas la palabra “ cuaderno” escrita de forma diagonal y con letra cursiva. En sus páginas interiores, amarillentas y llenas de manchas de todo color e índole, se podían leer, no sin cierta dificultad, fechas, números y cuentas, todo ello escrito con lápiz, unas veces más nítido y en otros casos tan borroso que era imposible saber lo que ponía. A veces estaban tachadas y ponían pagado, pero todas ellas acababan en una larga lista sin tachones y algunas, al final y en números más gordos, presentaban un total que oscilaba entre las tres mil y las veinte mil pesetas.

-¿Ves? -comentó mirándome a los ojos- Rica en pufos. Y si na más que fueren los pufos, ¡lo que tuve que aguantar!

Hojea desdeñosamente las añosas libretas, toma una entre las manos y comenta.

- Mira, ésta si que tien cara. La probe taba casada con un borrachin que`y dio una vida de perros. Tenía cuatro fios, tres nenos y una nena y pasolas canutas. D’un principio pagábame a primeros de mes, en cuanto cobraba el su hombre, pero poco a poco fue largando el pufo y mira -me enseña la libreta- tuvo dos años mandando a la neña a comprar de fiau. Ella no daba la cara no, venía la cría que ni miraba p’arriba, estiraba la mano con los ojos puestos n’el suelu y decía: “ que diz mi ma que lo apuntes”. Y…, ¿que diba facer yo?

Pilar me mira con los ojos anegados de lágrimas, sin duda busca mi aprobación y yo sólo supe contestar:

-¡Claro! ¿Qué otra cosa podías hacer ?

-Yo bien sabía que diba a otru sitiu a comprar con les perres en la mano y que sólo mandaba a la neña aquí cuando no tenía un duru. Pues el casu ye que pasó mucho tiempu y la cría no venía y ¡claro! extrañome, aunque debíame tantes perres que por otra parte no era d’extrañar. El casu ye que un día pasó por delante la tienda y yo taba a la puerta con la mi prima. Al veme mudó la cara pal otru llau y fízose como que diba a saludar a unos nenos que xugaben por la calle. Yo comenté con la mi prima: Non se lo que’y pasa, parez que no quier na conmigo. No dije na del pufu claro, que a nadie interesaba. La mi prima miróme y díjome: ¡Yes boba! , diz que descubrió que robabes nel pesu y que apuntabes de más na libreta ¿ No lo sabies?. ¡Cayome l’alma a los pies!

Pilar calla y se pone a cuajar la tortilla. Luego añade:

- Si, teníes que aguantar mucho. Quedeme con el pufu y con la mala fama y ella, ahora que los fios tán bien situaos y tien una gran paga del paisanu que murió haz unos años, pasa como una marquesa. ¡ Tanta fame que y’os quité!

Pone la tortilla en la mesa y empezamos a comer ¡qué rica!

-No sé si fuiste tendera lista o tonta, pero lo que es las tortillas las haces de maravilla…

Y seguimos comiendo como si nada. Pilar, como siempre, sonrió con sus ojos alegres aún humedecidos por las lágrimas.

1 comentario:

  1. Desde luego, yes mundial Blanca.
    Da gusto leer tus historias, de verdad. Las disfruto enormemente. Besos

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