jueves, 8 de abril de 2010

LA PITA DE MARUJA. Por Blanca N.Pérez Francia

Maruja es mi vecina. Ha criado a un montón de hijos que ya están casados y a su vez tienen hijos que pululan constantemente a su alrededor porque ella es de esas personas que saben hacer familia. Trabaja a todas horas porque le gusta tener de todo para compartirlo con sus hijos, nietos, vecinos, amigos y hasta con su ex-yerno. Pero lo que más destaca en Maruja es su amor a los animales.
Sus cinco o seis gatos de angora blancos se han adueñado de la casa y aunque materialmente le han destrozado el sofá, ella considera más importante que los mininos sean felices. Tiene un pastor alemán mestizo, viejo, lisiado e inútil, pero lo trata como si fuera un semental pura raza. Y luego está el asunto de la gocha.
Maruja, cuando iba a dar de comer a la gocha, lo mejor de lo mejor: castañas, berzas, patatas de casa…, hablaba con ella y la gocha le contestaba y se frotaba contra sus piernas; supongo que será la manera de acariciar una gocha. Y Maruja, en compensación, le dedicaba piropos y la llamaba tesoro.
Nunca encontraba el momento oportuno para transformarla en un suculento sanmartino, así que la gocha engordó y engordó, porque los cerdos no tienen control en eso del comer, cuanto más les das más felices son, y a Maruja le gustaba que la gocha estuviera contenta. Y un día se murió de un infarto de puro gorda que estaba. Maruja lloró, no por los chorizos y morcillas que había perdido, ni por que la gocha le sirviera para recriar, porque como estaba tan gorda no quedaba preñada, sino que lloró porque realmente la quería.
Pues bien, recuerdo que cuando yo tenía 8 o 9 años, en un día de invierno en el que hacía un frío que pelaba, mi madre me mandó a casa de Maruja a por perejil porque a nosotros se nos había acabado. Yo protesté porque tenía que salir de casa con aquel frío, pero a la vista de que mis protestas no surgían ningún efecto, me resigne y salí corriendo para recorrer los cien metros que separan nuestras casas en el menor tiempo posible. Como una exhalación entre en su casa.
En aquellos tiempos la cocina de Maruja era la representación del desorden porque a ella le gustaba complacer a los suyos , y a algún visitante que cayera por allí, y hacía todos los días un montón de comidas distintas. Ahora está mucho más ordenada y triste porque ya sólo están Octavio, ella y el colesterol, la hipertensión…, así que sólo se hace una comida y con poco fundamento.
Pues bien, entré en aquella anárquica cocina saturada de exquisitos aromas culinarios, y ! horror!, ví como Maruja estaba guisando un pita viva con pluma y todo. De inmediato quité la vista, pero luego volví a mirar porque no me lo podía creer. Pero sí, allí estaba la pita, viva, mirándome con eso mirada bobalicona que tienen las gallinas.
No sé ni como pedí el perejil ni lo que pasó después, sólo sé que salí como alma que lleva el diablo y llegué a casa gritando
-¡Mamá, mamá! Maruja esta guisando una gallina viva con pluma y todo.
Mi madre me regañó.
- Niña, no digas mentires que ye muy feo y además ye pecao.
-¡Te lo prometo! -decir te lo juro en aquellos tiempos estaba muy mal visto.
Mi madre, entre la incredulidad y la curiosidad morbosa, se abrigó, se calzó les madreñes y se aventuró entre el frío dirigiéndose a casa de Maruja. Y yo la seguí, más que nada por el afán de demostrarle que no mentía.
Mi madre llamó a la puerta y como no era cosa de quedarse hablando en el dintel con aquel frío, Maruja enseguida nos mandó pasar a la cocina. Y allí estaba la gallina viva, en la pota, tal y como yo había dicho.
Durante un rato hablaron de cosas que no recuerdo y yo disimuladamente tiraba a mi madre del mandil para que nos fuéramos porque no resistía aquella visión. Hasta que en un momento, mi madre dijo:
-Oye Maruja, ¿cómo ye que cocinas la pita viva y con plumas?
Maruja, aunque está siempre sonriente, raramente se ríe a carcajadas, pero le entró una tal risa que durante un rato no fue capaz de hablar.
-¡Muyer!, ¡ qué coses tienes! ¿Cómo ye que crees que voy cocinar la pita viva? . Ye que como fai tantu fríu en la cuadra y la pita tá clueca, busqué una pota vieya , la llene de pación seca, metí la pita y ahí la tienes tan contenta, calentina al amor del fuego.
Y es que Maruja, para esto de los animales, es una cosa especial.

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