martes, 13 de abril de 2010

DE LA, LA, LA ...A... CHIQUI CHIQUI .Por Delia Blanco Tamargo

El revuelo creado en torno al Chiquilicuatre, un personaje prefabricado por una cadena de televisión, que fue el representante de España en el festival de Eurovisión, con una desenfadada canción llamada El Chiqui chiqui, me trajo a la memoria a Masiel que, por pura carambola, fue al mismo festival y, cantando el La,la,la, pasó a formar parte de la historia de la música de este país.
De La,la,la a Chiqui chiqui cuarenta años nos contemplan. El cambio económico y social que se produjo en el transcurso de este tiempo ha sido radical.
En Ferreros, mi pueblo, había en el año mil novecientos sesenta y ocho, veinte casas, veintiuno entre hórreos y paneras, y un solo televisor. Ahora tiene cinco casas más y una panera menos. En cuanto a televisores, lo desconozco; pero no sería muy aventurado calcularle dos por vivienda. En la mía, la “caja tonta” tardó muchísimo en entrar. Mi padre se oponía a ello con uñas y dientes. Él, que normalmente era persona de buen compás, y aceptaba con naturalidad que mi madre cargara con la administración de la economía familiar, en el asunto de la tele fue inflexible. Este objeto idolatrado estaba al fondo del pueblo, en casa Roldán, a bastante distancia, por malos caminos y sin ninguna clase de iluminación. Pero, no importaba: todos lo sufríamos de buen grado mis hermanas, amigas y yo por ver a Los Intocables, El Fugitivo o lo que tocara.
Allí vivía una familia compuesta por tres generaciones: los abuelos Fernando y Teresa, los padres Pepe y Longina y los hijos Manolín y Carmita. Eran, en el mejor sentido de la palabra, gente buena, pacientes y generosos en extremo. Las palomitas las ponía la casa, unas veces en forma de castañas asadas, fresas con vino y azúcar en otras ocasiones o una ronda de bollinas, también llamadas “suelas” en otras partes de Candamo. Consisten en una sencilla masa fermentada, hecha con harina de escanda frita y espolvoreada de azúcar. Este cereal era entonces un producto básico, ahora sólo se cultiva de forma testimonial en algunas partes de Asturias.
Ese día seis de abril, se celebraba el festival de Eurovisión, y el aforo en casa Roldán se vio ampliamente superado. La polémica creada al negarse Joan Manuel Serrat a cantar en otro idioma que no fuera el catalán desató el honor patrio aumentando aún más la pasión que suscitaba en aquella época el festival.
Manolín tenía entonces unos trece años, era un chico silencioso pero muy eficaz. Rápidamente, según iban llegando nuevos telespectadores, iba él improvisando nuevos asientos: unos tablones sostenidos por ladrillos en medio de la cocina, un tocón de castaño en una esquina, un caldero de cinc vuelto del revés en la otra… Una vez acomodado todo el mundo, él se instaló a horcajadas sobre una albarda.
El ambiente era de fiesta. Las bromas y los chascarrillos subidos de tono se sucedían. Aguardábamos con impaciencia a que comenzara el festival, y por fin… el rosco que anunciaba Eurovisión comenzó a girar en la pantalla, tatán, tarará, tatannn tará… las actuaciones se fueron sucediendo entre críticas y alabanzas de la concurrencia a la espera de la actuación más deseada de la noche.
Ataviada con un vestido minifaldero, Masiel salió al escenario a defender su canción. Terminada su actuación, la ovación fue cerrada; después empezaron las divisiones: que si no canta nada, que si parece ortopédica, que mira qué dientones que no le caben en la boca, que si patatín… Cuando comenzaron las votaciones volvimos a quedar todos en silencio. La emoción iba subiendo de tono ante el estrecho margen que había entre España, Francia e Inglaterra. Los points de Alemania fueron decisivos: España ganó el festival a Inglaterra por un voto de diferencia. Congratulation, de Cliff Richards, 28, y el La, la, la, de Masiel, 29.
La casa se venía abajo con los aplausos a la que cantaba como los ángeles. Era más guapa que una diosa y más flexible que un junco. La más grande. La más de lo más.
La vuelta la hicimos cantando a grito pelado el laaa, lalalaaa lala laaa… arrebatadas de alegría.

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