viernes, 2 de abril de 2010

LOS SORTIJAZOS DE DOÑA MARTA

De la escuela recuerdo poco porque sólo fui hasta los diez años. Había dos aulas, una para las chicas y otra para los chicos. Teníamos clase sólo por la mañana, con un recreo hacia la mitad. Rezábamos bastante: a la entrada, el ángelus y a la salida, pero eso lo veíamos muy normal, se hacía en todas partes. .
Cuando empecé, mi maestra era Doña Marta: Una señora de unos sesenta años, con el pelo muy canoso y un moño de vieja amarrado atrás. Vestía siempre de negro, como si estuviera viuda, aunque creo que era soltera. En ella sólo destacaban unos pendientes de colgante muy llamativos, que siempre eran los mismos, y numerosas sortijas que cambiaba con frecuencia. Lo recuerdo como si fuera ahora:
Cuando entraba por la puerta todas teníamos que ponernos de pié y mi compañera que era muy pequeña y no veía por entre el resto de las niñas me daba un codazo.
-¿Qué sortija trae hoy?
-La de la piedra negra.
-¿Y que cara trae?
-De malas pulgas.
-¡Vaya por Dios! Hoy nos la cargamos
Y así era, porque Doña Marta tenía un carácter muy variable y cuando estaba de malas cobrábamos todas, sin ton ni son, no hacía falta hacer ninguna travesura o no saber la lección. Y cuando llevaba la sortija negra o la de las piedras blancas y rojas la cosa se ponía fea porque hasta nos dejaba cardenales. Cuando estaba de buen humor era encantadora y lo pasábamos muy bien. Nos contaba todo con gran entusiasmo, daba lo mismo lo que fuera, pero sobre todo lo de la historia sagrada.
A nuestros padres, en general, les preocupaba poco o nada lo que hacíamos en la escuela, y si ibas contando que te había pegado sin más ni más, estabas apañada, porque lo más seguro era que ellos te dieran otro coscorrón argumentando que algo habrías hecho.
A pesar de todo, a mi me gustaba ir a clase. En el poco tiempo que estuve aprendí a leer a escribir y algo de cuentas. Es que yo ponía mucho interés, las había que no aprendían nada de nada.
Un día nos dijeron que Doña Marta se marchaba, seguramente porque se jubiló, y nos pusimos contentísimas porque nos librábamos de los “sortijazos”. Y así fue, Doña Carolina tendría unos treinta años y era mucho más agradable y más estable. Pero ya se sabe, lo bueno dura poco, cuando tenía nueve años se murió mi madre y al poco tuve que dejar de ir a la escuela porque hacían falta todas las manos. ¡Una pena!

No hay comentarios:

Publicar un comentario