domingo, 28 de marzo de 2010

¡CON LO BIEN QUE SE ESTABA EN LA ESCUELA!

Yo comencé a ir a la escuela en plena guerra civil, cuando mi pueblo ya estaba en “zona nacional”. Era una escuela con dos aulas, una para los niños y otra para las niñas. Nosotras teníamos una maestra estupenda, o así me lo parecía a mí, porque a las que les pegaba con la regla cundo no sabían la lección, no les gustaba tanto. Doña Elena tendría unos cincuenta años, era corpulenta y no muy alta, feucha, creo que se había quedado solterona y por eso se dedicaba a la enseñanza.
Teníamos clase de nueve a doce y de tres a cuatro y por la mañana salíamos al recreo, todos : chicos y chicas, pero no nos juntábamos porque los chicos jugaban con los chicos y las chicas con las chicas. A mí me gustaba mucho ir al recreo porque jugaba con las amigas. En mi casa, el mi guelu no nos dejaba parar un momento y nada de juegos.
Estudiábamos de todo: historia sagrada y catecismo y labores; eso era lo más importante, y también matemáticas, dictados, biología, geografía. A mí me gustaba todo, teníamos un libro que nos servía para todo el tiempo, menos cuando estábamos aprendiendo a leer, y yo lo leía cuando podía por pura distracción.
También recuerdo con cariño la fiesta que hacía la maestra el día de su cumpleaños, todos le regalábamos algo. Yo siempre llevaba harina de maíz, ¡como teníamos molino!
Era muy buena maestra. A mí me trataba muy bien. Un día nos dejó sin salir porque había puesto un problema, que en realidad era para las mayores, no para nosotras, y nadie lo había sacado. Dándole vueltas, al fin lo saqué yo y desde entonces todas me miraban con respeto, incluso la maestra porque empezó a sacarme a la pizarra, y normalmente sacaba a los mejores.
La verdad es que nunca me pegó porque estudiaba muy bien y ella no castigaba por estar distraída o cosas así. Un día estaba jugando con otra debajo de la mesa y me tiró un poco del pelo, pero no me pegó.
Cuando tenía doce años le dije que tenía que dejar de ir a la escuela porque me necesitaban en casa y enseguida se presentó a ver a mis padres, porque ella quería que yo siguiera estudiando. El caso es que estaba mi guelu en casa, que era un dictador, y le dijo que no se metiese donde nadie la llamaba. Así que con gran disgusto dejé de ir a la escuela. Se acabó el aprender y los juegos del recreo y comencé a trabajar como si ya fuera una mujer. ¡Qué tiempos! ¡Con lo bien que se estaba en la escuela!

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