miércoles, 3 de marzo de 2010

ASUN Y LA HIGIENE. Por Blanca Nieves Pérez Francia

Asun llegó con un maletín en la mano y un gran frasco en la otra.
-Ya vien –le dijo mi madre.
-¿Tiéneslo too preparao como te encamenté?
-¡Claro muyer!
-¿Ónde ta?
-Arriba nel so “gabinete”
-¿Quies decir nel dormitoriu?
- Sí muyer.
-¡Qué fino hables!
Mientras subían las escaleras yo analizaba inconscientemente la figura de Asun.
A pesar de sus años, aún era de complexión fuerte y hasta cierto punto vigorosa. Anudaba su pelo cano en la nuca con un movimiento sistemático, venía haciéndolo de la misma manera desde hacía más de cuarenta años. No es que fuera muy guapa, pero lucía una mirada acogedora y una sonrisa amigable. Casi no tenía arrugas, ella decía que era debido a que tenía el cutis graso y sudaba mucho. En conjunto, era abundante y curvilínea en toda su amplitud.
Antes de que me diera cuenta volvían a bajar por la escalera.
-Queden dos o tres hores, pero tien buen aspectu -afirmó Asun.
-Sabráslo tú que yes la partera –dijo mi madre.
Asun volvió su mirada hacia mí.
-Ya ves. Como non tengo fios ayudo a otros a traelos al mundo.
-¿Cómo es que no te casaste? Porque guapa sí que eres guapa –le dije.
-¡Cómo lo sabes! Ahora ya sé que no, aunque gracies. Los años no pasen en vanu, pero sí que fui una gran moza, taníalos asina -unió los dedos de las dos manos en un piño-. Pero… no tenía tiempu pa cortejar. Amás, yera muy independiente. “Casástiti, cagástiti”, decía mi güela que yera de Cangues... Acabóse la independencia. Pocu diba a durame un paisanu, porque tengo muchu geniu.
-Yo creo que los hay de todo tipo, alguno te aguantaría, ¿no?
-En toa mi vida gustóme unu, pol cincuenta y ocho, desque fui al cursillu.
-¿Qué cursillo?
-Desque yera pequeña ayudaba a Vicenta.
-¿Quién era Vicenta?
-La partera del pueblu.
-¡Ah!
-Asína que, desque Vicenta morrió, vime obligada a heredar el s’oficiu. Pero, nel añu cincuenta y ochu, les autoridades sanitaries, quisieron que toes tuviéramos titulaes y mandáronme a Medina del Campu.
-¡Pero si ya eras partera!
-Non creas, fue una gran cosa. Había que trabayar muncho y sobre too estudiar. ¡Eso sí yera difícil! No entendía ni les palabres. ¡Qué tiempos! Al principiu costóme muncho, pero gustóme. Pero, desque llevaba dos meses, cháronme.
-¿Qué? ¡No lo creo!
-Sí, cháronme. Ye que no tenía el certificau d’estudios primarios. Nel pueblu dexabes d’ir a l’ascuela pa trabayar na casería. Amás, como ayudaba a Vicenta y dábame alguna perruca…
-¡Qué pena! Y si trabajabas bien… ¡Qué injusticia!
-No creas, seguí estudiando. Como tenía libros… No ye lo mismo, pero fice lo que pude. No tendré títulu, pero si conocimientu. Así que puede decise que hubo un antes y un después del cursillo. De la Asun artesana a la Asun científica.
De pronto, se sintió un alarido.
-Ya vien. Dejaime a mí pero poneos colo que diga, porque les coses hay que faceles como Dios manda.
Y comenzó el trajín.
- Llena toes les potes que tengas con agua y ponles a calentar.
-Ya les tenía preparaes –afirmó mi madre, experta en estas lides.
- Tú, paisanu… Saca la contraventana y tríncala sobre’l somier, baxu del xergón.
Yo tenía doce años y estaba interna en un colegio de Gijón. Mi madre quería que me educara como una señorita y que hablase bien, no como ellos que, al parecer, no sabían ni hablar. Nunca había visto nacer a un niño, sólo a los animales. Todo se me volvían preguntas.
-¿Para qué es tanta agua?... ¿Para qué es la contraventana?
-Ye que la parturienta necesita tener algo duru baxu del colchón, pa poder emburriar con más fuerza.
Al fin entró en la habitación en la que estaba mi hermana, que aullaba cada cinco o diez minutos como si fuera un “gochín” al que estuvieran capando.
- ¡Esti sitiu no val!
El disgusto de mi madre fue mayúsculo, porque ella le había comprado esa habitación como regalo de bodas y era su gran orgullo: “El gabinete” de castaño macizo, con mesitas, armario, comodín y coqueta: ¡un lujazo!
- Muyer, ¿que ye? ¿por qué non sirve?
- Pues no tien onde garrase pa emburriar. ¿Ye que no ties una cama de fierru?
- N'el ni cuartu.
Mi madre decidió trasladar a la parturienta a su habitación y luego, cuando ya estuviera todo resuelto, volver a pasarla a la suya. ¡Cómo iba a perder la oportunidad de que vecinos y parientes la vieran!
Finalmente, inspeccionó a mi hermana y nos dijo:
-Va pa ratu. Da tiempu pa preparalo too bien.
Así que se fue para la cocina y comenzó a sacar unos aparatos rarísimos del maletín y a limpiarlos mojándolos con el líquido de la botella.
Yo no paraba de preguntar: ¿qué es?, ¿para qué sirve? Ella me decía en tono distraído:
-Vas a enteráte de too.
-¿Por qué limpias todo con ese líquido?
Asun levantó la cabeza de la tarea, me miró como reflexionando y dijo:
-Fía, esto ye lo más importante de too (cuando hablaba de cuestiones técnicas cuidaba mucho su lenguaje): ye la desinfección. Bien que nos lo recalcaba don Julio en clase: “la desinfección es la primera letra de este catón”. Yo enantes no lo sabía. Aquí se facían les coses muy mal. Vicenta, que tan buena fama tuvo, lo facía muy mal, no sé cómo no se le morrieron más “pacientas” de “fiebres puerperales”, y no digo nada de los probes rapacinos. Sí, la ignorancia ye lo que ye…
A medida que pasaba el tiempo, los auténticos “berridos” aumentaban en número e intensidad, hasta que llegó el momento. Colocaron a mi hermana con las manos agarradas a los barrotes de la cama y las piernas muy abiertas. A mí me hicieron agarrarle una pierna, a mi madre la otra, mientras que Asun metía su mano fuerte y decidida dentro de su cuerpo y decía:
-¡Emburría, emburria, que ya ta casi fuera!
Y la pobre empujaba; pero, a cada poco, parecía como si le flaquearan las fuerzas. Luego volvía a gritar a pulmón libre y la partera volvía a meterle la mano. En los “descansos”, Asun comentaba:
-Esto va lento, pacencia, ¡como ye “primípara”!
Nunca creí que esas cosas fueran tan trabajosas. Asun sudaba a mares pero no se despegaba de la cama.
Al fin, tras un alarido increíble, asomó la cabeza del niño y, con una rapidez y habilidad sorprendentes, Asun sacó el resto. En cuanto salió, casi gritó:
-¡Que nadie toque na!... ¡Dejáime sola! La “esterilización” y la “higiene” ta por encima de too.
Cogió los aparatos que tan cuidadosamente había desinfectado y comenzó a cortar el cordón umbilical… Yo estaba interesadísima.
-Baja y di-yos a los homes que ya nació y que ye neñu…, y quédate allí pa lo que sea –me dijo mi madre.
-¡Va! –contesté con desgana porque tenía que abandonar la escena en lo más interesante.
Cuando llegué a la cocina, todos me miraron expectantes.
-Que ya está y que es niño.
Mi padre sacó un par de puros del bolsillo de la chaqueta y le ofreció uno al flamante padre que estaba totalmente descolocado.
-Y dice mamá que pronto lo veréis.
Me quedé atizando el fuego muy a mi pesar, mientras mi madre subía con calderos y calderos de agua caliente y bajaba montones de ropa ensangrentada. Al fin oí llorar al niño. Creí que todo había acabado, pero, ¡qué va!, ¡el trasiego siguió! Venga a meter agua limpia y sacar agua sucia.
-¿Qué pasa ahora? –le pregunté a mi madre.
-Ye la placenta, non ye quien a chala.
-¿Qué es la placenta?
-Pregunta-y a Asun.
Y sin más mi madre subió con otro caldero de agua caliente.
Pasaron unos treinta interminables minutos y, al fin, pude entrar. Todo estaba limpio y aseado, y hasta Asun se había cambiado de ropa.
Mi hermana descansaba plácidamente con cara de felicidad… como si nada… nadie hubiera dicho que media hora antes vociferaba como si fuera a morirse. Y el niño, como si no existiera, se adivinaba entre un amasijo de ropa blanca que estaba colocado a su lado.
-¡Mira! –me dijo saliendo de su éxtasis-. ¡Ves qué guapín?
Yo entreabrí el amasijo de ropa y vi una cosa horrible. Ya no estaba ensangrentado, como cuando salió del cuerpo de mi hermana, pero era rojo y arrugado… algo repelente.
-Sí, es muy guapo –le dije por compromiso.
-Ye igual que’l mi home.
Volví a mirar al niño. No era igual que nadie. Era feísimo.
-¡Podemos pasala ya pa la so habitación? –preguntó mi madre a Asun.
-¡Tas lloca! Espera unes hores, no tengas tanta priesa.
-Pon la mesa y mira de ver si el caldu ta caliente, pon a calentar el pollu y les patates –me dijo mi madre.
Y es que después de tan gran esfuerzo todo el mundo tenía que comer cumplidamente, incluso la recién parida.
-Trae el caldu de gallina que preparé a la tu hermana. ¡Que té bien caliente! Luego preparamos el chocolate.
Yo me afané en obedecer las órdenes que venían de todas partes y, veinte minutos después, la recién parida ya tenía su caldo y los comensales, con excepción de la partera, estábamos todos en la mesa.
Cuando Asun apareció por la cocina, seguía sudando a goterones.
Mi madre, que, con ocasión de la boda de mi hermana, había mejorado la casa y, sobre todo, había puesto un “cuarto de baño” en lugar de la letrina que había anteriormente, quiso aprovechar la ocasión para presumir y lucirlo. Así que pensó en invitarla a bañarse para que se quitara el sudor y se refrescara, más teniendo en cuenta que, desde que hizo el cursillo, la higiene y la limpieza eran la primera máxima de Asun y que lo consideraba como un signo de cultura.
- Quedrás lavate, ¿no? Mira, allí ta el cuartu de bañu y pues bañate mientres terminamos de aviar la comida.
- ¿Qué ye lo que dices? ¿Bañáme yo?
Todos quedamos sorprendidos.
-Asegúrote que’l bañu ye nuevu y entovía non pudimos usalu muncho -dijo mi madre, un poco azorada por la situación, pensando que le daba un cierto asco usar un baño ajeno.
-Qué quiés, ya no cumplo los sesenta y cinco, al mi cuerpu xamás lu tocó l’agua y toy tan fresca como una rosa.
Y debió de vernos cara de incredulidad porque añadió:
-¿Non veis que sudo muchu? ¿Qué cosa meyor pa lavar el cuerpu que’l propiu sudor que amás tien “sales minerales disueltes”?
Y es que el cursillo de Medina del Campo no dio para más.

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