viernes, 21 de octubre de 2011

Los viajes de Viole


Salimos de Gijón el 11 de septiembre de 1986 en nuestro "Citroën BX-14" nuevo y a eso de las nueve de la mañana. Era nuestro viaje de novios. A mí me embargaba una sensación de felicidad sorda, muda y ciega que taponaba todos los poros de mi ser. No es de extrañar, después de los últimos años de matrimonio con Ernesto, plagados de infidelidades y de sus consecuencias : discusiones; apuros económicos; esperanzas siempre fallidas… Y después de haberle dicho adiós con la consiguiente sensación de frustración y soledad, había encontrado al hombre de mi vida y todo era maravilloso.
Como siempre, el coche iba repleto de maletas porque yo pienso que si vas en coche, ¿por qué no llevar todo lo que crees que vas a necesitar? A Carlos le pareció una barbaridad de equipaje, ¡claro! era su primer viaje conmigo, luego se acostumbró a viajar con montones de ropa, zapatos bolsos etc


Llegamos a Madrid de un tirón, sólo nos paramos a tomar un café en el "Parador" del puerto

de pajares, para despedirnos de Asturias y , desde luego, allí las vistas son impresionantes.





Nos alojamos en el "Hotel Cuzco" . En aquellos tiempos era un hotel donde recalaba lo mejor y lo peor: ejecutivos, representantes de alto standing y "señoritas" de compañía, al margen de algún que otro cliente no clasificable, como nosotros por ejemplo. La habitación era espléndida y después de descansar, hacer el amor y volver a descansar, salimos a cenar.
Era una noche desapacible y lluviosa, no obstante, en los alrededores del hotel se congregaban ordenadamente jovencitas y menos jóvenes, ligeras de ropa y adornadas de una sonrisa sugestiva e inquietante.
-No mires para ellas ¿no ves que son putas? -me dijo Carlos al comprobar mi asombro.
-No soy tonta, ya me había dado cuenta.
En aquel momento no me pareció oportuno preguntarle si alguna vez, de las que iba a Madrid por asuntos de trabajo, había bajado a contratar los servicios de alguna de aquellas chicas, pero que conste que me quedaron las ganas, porque parecía que ellas sabían muy bien que allí había mucho negocio y supongo que ninguno de sus clientes volvía a casa diciendo que había pasado la noche acompañado.
Nos fuimos a cenar a "La Dorada" , un enorme, carísimo y concurrido restaurante de variopinta clientela que gozaba de cierta fama, bien merecida, como representante de la cocina andaluza.
Coquinas, boquerones, langostinos, gambas, chanquetes... y el camarero seguía y seguía trayendo delicias del mar. Hubo que decirle que no trajera nada más e hicimos bien, porque para ayudarnos a tragar tanta exquisitez pedimos un "Marqués del Riscal" que al final fueron dos y, la verdad, a la hora de levantarnos de la mesa todo me daba vueltas. Nos agarramos del brazo con fuerza para salir con dignidad del establecimiento y tomamos un taxi.
No recuerdo más de esa noche, sólo que tuve la sensación de que en los alrededores del hotel había muchas, muchas, pero que muchas chicas, casi desnudas y algo alborotadoras porque me sacaron del sopor etílico aunque volvió enseguida.
(Continuará)

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