martes, 26 de febrero de 2013

COSES DE AYER MISMO. El güelu, la güelina y el caballu blancu.



           
   Durante muchos años, la pared central del comedor de mi casa, la casa de mis padres  claro, estuvo presidida por la foto de boda de mis abuelos. Él,  sentado en una silla,  erguido, con la cabeza alta, la mirada dura, sus abundantes bigotes en primer plano y el sombrero en la mano. Ella de pié,  con un brazo sobre el respaldo de la silla, alta, espigada, extremadamente guapa, con un vestido claro y una cinta en la frente que recogía su cabello discretamente rizado. Parecían una pareja perfecta: él representaba  la fortaleza, ella la dulzura y la fragilidad. 
   Pero la realidad pura y dura era otra.
   El güelu  era pequeño y un poco contrahecho, razón por la que cojeaba ligeramente.        
   Era  cabezón, pelirrojo ( y dicen que no lo hay bueno), con un mostacho desmesurado de un  rojo amarillento  descolorido por lo mucho que fumaba en una pipa que, encendida o apagada, permanecía eternamente adosada a sus labios;  a decir verdad,  no recuerdo si se la quitaba para comer. Tenía muy mal genio, era déspota y mandón. Se había constituido en el jefe indiscutible de la familia. Su razón  era ley. Sólo lo que él hacía o lo poco que decía  estaba bien y no podía ser objeto de crítica.  Aunque bien mirado, hacer,  lo que se dice hacer, hacía muy poco. Se puede decir que veía transcurrir la vida sentado en un sillón de su exclusivo usufructo que sólo abandonaba para cultivar su propio tabaco y alguna que otra cosilla.
   Ella , a pesar de su avanzada edad, era alta y esbelta , de pelo abundante y rizado aunque cano, con la mirada dulce y la expresión siempre alegre y sonriente, cariñosa, extremadamente servicial y muy habladora. Además, en contra a lo que la foto sugería, ella era la que realmente se movía para mantener a la familia.  Recuerdo que tenía aptitudes comerciales y cuando llevaba a la plaza las cuatro cosas que producían, compra aquí y vende allá, venía con provisiones para toda la semana. ¡ Ah!,  y siempre que no estuviera el güelu delante,  cantaba tangos , coplas y cosas así
  Yo  no me podía explicar cómo una mujer tan hermosa, buena y  trabajadora, se había casado con aquel hombre tan poca cosa y tan desagradable.
   En uno de esos momentos de intimidad en el que nos encontrábamos mi hermano y yo con mi abuela al calor del fuego le pregunté:
   -Güelita, ¿cómo te enamoraste  del güelu?
   -El güelu  era d’una casería  de un pueblu cercanu al nuestru,  decíen que de muchos posibles,  pero na d’eso,  to presunción , “mucho  ruidu y poques  nueces” , de “perres” na de na.
   -Sí, pero ¿cómo lo conociste?
   -Pa ser sincera  no sé onde me vio, pero cuando dijo a mi padre que quería  cortéjame  pa casase, todos lo vieron con buenos ojos
   - Pero… el güelu de joven  ¿era alto y guapo?- pregunté intentando saciar mi curiosidad.
   -¡Que va! Era más o menos como ye, un poco más altu, tos menguamos cola edad.
   - Entonces,  ¿cómo es que tú tan alta y guapa te casaste con un mozo  tan birria?
   -No sé… A decir verdad, creo que antes de casame nunca lu  vi de pie.
   -!Qué tontería! ¿Es que no fuisteis novios? ¿Cómo es posible que no lo vieras nunca?
   - Si, verlo si lu tenía visto… Vino a cortejar unes cuantes veces,  cuatro o cinco. Llegaba  montao  nun caballu blancu , yo salía a la quintana…,  hablábamos…, mirábamos l’unu pa l¡otru…,  reíamos…, Pero  nunca se bajó del caballu. Y  como  tenía fama de ricu y todos decçien que era tan buen partido…,  no se…,  no me fijé mucho
Nosotros la mirábamos estupefactos.
- La verdad ye que subído n’a quel hermosu caballu blancu ¡ parecía tan buen  mozu!
La abuela se quedo pensativa como extasiada y luego como si volviera de pronto a la realidad añadió:
- Ya veis, cuando quise dame cuenta ya  taba casada.


No hay comentarios:

Publicar un comentario