martes, 8 de junio de 2010

EL DÍA QUE MURIÓ FRANCO.. Por Xana Espinosa.

El veinte de noviembre me levanté con poco espíritu. Llevaba diez o doce días con la duda de si ir o no ir a la facultad y al final había clase y volvíamos a casa con la convicción de que Franco se iba a morir y adiós clases por una pequeña temporada…, o larga, vete tú a saber, pero al fin no pasaba nada. Así que el “no sé qué hacer” era ya casi una rutina.
Cuando me dirigía a la ducha, Tina, la “empleada de hogar”, era el apelativo que estaba de moda para estas profesionales, se acercó a mí y con voz llorosa me dijo:
-Creo que se ha muerto Franco.
-Ya Tina. Con esas estamos desde hace más de un mes.
-No. Esta vez es de verdad. Lo dijeron por Radio Nacional a las seis y pico. Ya sabe que yo me despierto con la radio. No creo que lo soñara.
-¿A quien le podría preguntar yo para asegurarme? No se puede andar llamando por teléfono a estas horas.
-Yo estoy casi segura, señora.
-Pues mire. ¿Sabe qué? No voy a la facultad. Si después de estar allí hay que dar la vuelta es que me tiro de los pelos. De momento no levante a las niñas. Si no van al colegio que no vayan.
-He pensado en llamar a la tienda para que traigan el pedido a primera hora. Si luego tienen que cerrar por lo menos que nos hayan servido.
-Mejor voy yo. Por si acaso.
-¿Usted señora?
-Sí Tina. No se me van a caer los anillos. Se lo aseguro.
Es que Tina era una empleada de hogar de categoría. Anteriormente había servido en Madrid en una casa importante. El señor era militar y amigo personal del príncipe Juan Carlos y esto la marcó. Volvió a Gijón porque toda su familia vivía en Vega y con sus ahorros había comprado una casa en Pumarín, pero constantemente hacía referencia a sus antiguos amos y a lo importantes que eran. Eso sí, se había prometido que ella sólo trabajaría en una casa donde los señores fueran unos verdaderos señores.
Fui a la tienda y todo eran rumores. Nadie sabía qué hacer ni que decir. Todos nos mirábamos expectantes, esperando que el otro dijera algo, pero nada.
-¿Me vais a llevar el pedido?
-No lo sabemos doña Teresa. Estamos esperando a saber si hay que cerrar.
-No importa, no es mucho. Lo llevo yo misma.
-Lo sentimos, pero es lo mejor.
Constantino, el tendero, estaba como anonadado. Así que cogí las bolsas como pude y paré en la cafetería de al lado de mi casa porque a la hora del desayuno estaba repleta de hombres de negocios y alguna ama de casa. ¡Vacía!
-Oye Luis –le pregunté al camarero- ¿Sabes algo?
-¿Algo de qué?
-De lo de Franco. ¿Sabes si se ha muerto de verdad?
-Pues no estoy seguro. Pero ya ve que no hay nadie. Desde luego pasa algo muy gordo.
Como no había manera de enterarse de nada, volví a casa. Tina se escandalizó al verme cargada de paquetes.
-¿Señora! ¡Vaya por Dios! Ya le dije que iba yo.
-Vale Tina. ¿Se ha levantado Ramón?
-No. El señor no se levanta hasta las once o así. ¿Quiere que despierte al señor?
Por no morirme de risa me dirigí al cuarto de baño. ¡Y no había manera! Cuantas veces le dije: “Tina, deje esas tonterías de señor”, pero me miraba como si fuera a matarme.
Me senté en la sala y encendí la tele. Eran las diez cuando Carlos Arias Navarro, presidente del Gobierno, apareció con la voz entrecortada y quejumbrosa y los ojos hinchados, el color no se veía porque la tele era en blanco y negro.
-“Españoles: Franco ha muerto”. El hombre de excepción que ante Dios y ante la Historia asumió la inmensa responsabilidad del más exigente y sacrificado servicio a España ha entregado su vida, quemada día a día, hora a hora, en el cumplimiento de una misión trascendental. Yo sé que en estos momentos mi voz llegará a vuestros hogares entrecortada y confundida por el murmullo de vuestros sollozos y vuestras plegarias. Es natural. Es el llanto de España, que siente como nunca la angustia infinita de su orfandad. Es la hora del dolor y de la tristeza…
Y siguió largo y tendido en el mismo plan. La verdad es que a mí no me producía ninguna tristeza, pero me angustiaba la imagen que estaba viendo. Casi lloré. Además me sentía como huérfana. ¿Y ahora qué? Sonó el teléfono.
-Residencia de los señores de Expósito –dijo Tina con tono ceremonial- ¡Dígame!... Le paso… Señora es su madre.
-¡Hola mamá! ¿Ya te has enterado?
-¡Claro! Ahora lo que tenemos que hacer es ir a la tienda a comprar provisiones.
-Yo ya fui.
-Y, ¿cuánto compraste?
-Tengo algo en el congelador, quitando el pan y la leche me dará para tres o cuatro días.
-Con eso no haces nada. Tenemos que ir a comprar de todo por si viene una guerra. Tú de eso no sabes nada, pero te aseguro que lo más importante es tener comida.
-¡No exageres! Aquí no va a pasar nada así.
-¿Tú qué sabes! Después de comer vamos a por toda clase de víveres –su tono y hasta su vocabulario era prebélico.
-Supongo que cerrarán todos los comercios.
-¡Mecachis! Teníamos que haberlo previsto. En cuanto abran va a ser lo primero que hagamos.
-Bueno mamá, iremos.
En el fondo no lo dije por compromiso. De pronto, me pareció que tenía su lógica.
Cuando se levantó Ramón le di la noticia. No pareció sorprenderse nada. A mí me daba un poco de miedo lo que pudiera hacer o decir. Mi cuñado le llamaba “el metralleta” porque era muy de izquierdas y él todo lo solucionaba a tiros. Se me ocurrió cómo entretenerlo.
-Oye Ramón. Como va a estar todo cerrado, ¿qué te parece si invito a Carlos y a Chelo a tomar un café y luego echamos un mus?
Ramón hizo una especie de rugido afirmativo y se metió en el baño. Todos sabíamos que no podríamos contar con él en unas dos horas.
Carlos llegó a las tres en punto.
-¿Qué os ha parecido la noticia? –preguntó por decir algo.
-Ya se sabía. Si no era hoy sería mañana –y también contesté por contestar algo.
-Ese lleva fiambre más de una semana -aseguró Ramón-. Necesitaban tiempo para organizarlo todo y que nada se desmande ¿Qué ibas a esperar de estos cabrones?
-Desde el tres de noviembre, cuando lo operaron en el Pardo, era de esperar; pero, al alargarse tanto, uno no sabía qué pensar.
En esto llegó Chelo.
-¿Visteis? Era sabido que se moría –dijo mientras se quitaba la ropa.
-Señora. ¿Puedo servir ya el café? –Tina tan ceremoniosa como siempre.
-Sí. Gracias –le contesté con gran corrección.
-¿Empezamos? –preguntó Ramón.
Todos afirmamos y nos sentamos en la mesa que yo ya había organizado. Siempre jugábamos chicas contra chicos. A ellos les daba mucha rabia que ganaran unas simples mujeres. Cuando Ramón estaba dando la primera mano apareció Tina con el juego de café de plata que nos había regalado la tía, aunque yo creo que era de alpaca. También traía unas tacitas de porcelana de Macao que sólo se usaban en las grandes ocasiones.
-Dicen que Arias Navarro secuestró todo lo que se publicaba al respecto –afirmó Carlos que era muy discreto y nunca opinaba de nada-. No quería especulaciones sobre el futuro.
-En mi casa están todos hechos polvo -dijo Chelo que, aunque venía de una familia de gente humilde, últimamente les había ido muy bien y se habían hecho socios del Club Hípico.
Tina me había puesto una campanita de bronce, que ella misma me había regalado, para que llamara y no se me ocurriera levantarme para llevar las tazas sucias a la cocina. Ese era su reino y allí yo no podía entrar. Toqué la campana, vino a por el servicio y nosotros volvimos al mus. Empezó Ramón:
-Mus.
-Mus -dije mientras le pasaba a Chelo la señal de par de reyes.
-Mus.
-No hay mus –afirmó Chelo categóricamente. Envido a la grande.
-Pasamos.
-A la chica envida tú –me sugirió mi compañera.
-Envido.
-Envido más –dijo Ramón y yo hice un signo de afirmación.
-Tengo pares.
-Pares no.
-Pares sí.
-Pares sí.
-Siete a los pares.
- ¿Qué llevas? –le preguntó Ramón a Carlos.
-Un par de reyes.
-Queremos.
-Tengo juego.
-Juego sí.
-Juego no.
-Juego no. ¿Ves? Si son unas faroleras.
Pero no. Chelo tenía medias de ases. Total ganamos doce chichos y ellos dos.
-¿Qué creéis que va a pasar? –pregunté mientras Chelo barajaba.
-Pues nada. Que Juan Carlos asumirá la Jefatura del Estado y todo como siempre –aseguró Chelo. Ya lo ha dicho en su testamento político. Pidió para el Rey el mismo afecto y lealtad que habíamos tenido con él.
-Coronar lo coronarán, pero va a durar menos que un pastel a la puerta de un colegio –dijo Ramón muy convencido.
Y seguimos con nuestro juego.

No hay comentarios:

Publicar un comentario