martes, 1 de junio de 2010

MI PRIMERA COMUNIÓN Por ängeles Montero García

Cuenca del Nalón

Corría el año sesenta y dos, cuando hubo una gran huelga minera de dos meses más o menos. Mi madre estaba muy preocupada porque mi hermano y yo íbamos a tomar la primera comunión y quería celebrarlo con amigos y familiares. Yo era una niña de nueve años y tenía toda la ilusión del mundo. A mi hermano le compraron un traje de segunda mano y a mí género para hacerme un vestido blanco y vaporoso que, al mirarme con él puesto, me parecía el de una princesa.
Un día, cuando aún faltaba un mes para el gran momento, ocurrió algo que jamás podré olvidar. Mi padre, como todos los días, salió a dar un paseo, pero con cuidado, ya que la calle estaba llena de policías: los temibles grises. Yo no había ido a la escuela, porque estaba enferma y mi abuela me acompañaba, así que me entretenía mirando por la ventana.
De repente, se oyó un gran estruendo en la calle. Abrí la ventana y me asomé. Me llevé un gran susto, no veía a mi padre por ninguna parte, los grises estaban dando palos a diestro y siniestro y los mineros corrían de un lado para otro.
De pronto, una vecina de enfrente que estaba asomada a una ventana del segundo piso gritaba:
-¡Si tenéis cojones venir a por mí! ¡Sois unos cobardes!
Ellos, enfurecidos, subieron la escalera y, mientras tanto, se tiró por la ventana. No se mató pero quedó destrozada para toda la vida. Fueron horas de verdadera angustia. Al atardecer, volvió mi padre y nos dijo que se tuvo que tirar al monte.
La huelga siguió y las cosas se complicaron mucho. Ya no había dinero para el pollo del convite ni casi para comer todos los días.
El día de la comunión, como siempre, comimos los cuatro lo que había por casa.

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