martes, 27 de noviembre de 2012

EL BICHO DE LOS CUERNOS.


   Cuando yo tenía 18 o 19 años, tuve que dejar de estudiar durante una temporada por razones familiares y económicas, así que me puse a trabajar en lo que pude,  de recepcionista y ayudante de un médico: Don Pedro.
   Era un hombre de mediana edad, no muy alto y con algunos kilos de más, tenía el pelo blanco y abundante y esto le daba un venerable aspecto que se correspondía exactamente con su realidad personal. Era absolutamente correcto y educado,  extremadamente profesional, pero sobre todo,  profundamente serio.
   En una ocasión llegó a su consulta un paciente de unos 55 a 60 años. Tenía un aspecto realmente impresionante para su edad,  alto, delgado, bien parecido, bien trajeado, educado y comedido. Parece ser que tenía unos extraños dolores abdominales que le molestaban  constantemente.
   Con el rigor de siempre, Don Pedro le hizo todas las pruebas pertinentes pero  no pudo encontrar la razón de su  malestar,  así que le dijo: 
   - Mire Don Aquilino, todas las pruebas son correctas ¡Ya quisiera yo tener su salud¡ Le voy a dar un informe para Don Antonino ( era su médico de cabecera) y él verá lo que hay que hacer.
   Don Aquilino miró al médico con una cierta ansiedad, dudó durante unos segundos y al fin casi balbuceó: 
- Verá, yo tengo una teoría , bueno,  quiero decir que… creo que sé lo que tengo.
   Don Pedro, hombre acostumbrado a situaciones semejantes se dispuso pacientemente  a escucharle.
   - Bueno, dígame usted.
    - Verá, es que mi mujer está de los ovarios y  como yo comencé a tener estas molestias después de…,  quiero decir después…,  ¡Vaya!… usted me entiende ¿no? -  bajó la voz en tono confidencial-  después de hacer uso del matrimonio (esto es lo que se decía en “fino” por aquellos tiempos) 
   El médico, en tono distraído, o sin querer darle más vueltas al asunto, dada mi juvenil presencia,  insistió:
   -Está bien, siga.., siga.
   - Bueno… pues… eso, que me parece que yo tengo los mismo síntomas que mi mujer y creo que me lo ha contagiado y yo también estoy de los ovarios.
   Yo nunca había visto reírse a Don Pedro, pero en esta ocasión las carcajadas se podían oír en todo el consultorio. Era como si una fuerza de la naturaleza contenida durante mucho tiempo  se hubiese desatado.  Cuando al fin tomó el resuello, se paró a pensar unos instantes y mirándome por el rabillo del ojo le dijo:
   -Vamos a ver,  Aquilino.  ¿Usted tiene pene?
   Don Aquilino, mosqueado por la juerguecita que había montado don Pedro a cuenta de sus suposiciones,  tragó saliva, le miró y dijo con  tono dubitativo:
- No… ¿ No?   Verá… yo no creo que tenga eso.
   Don Pedro contenía la risa hasta el punto de que se puso completamente rojo, me miró con actitud inquietante, el hombre era tan educado que no sabía cómo llamar a  la cosa  delante de mí sin utilizar alguna expresión más burda.
   -¡Bueno! Quiero decir que si tiene “pito”
   Don Aquilino respiró tranquilo, ¡eso si que lo sabía!
   -¡Qué cosas tiene! ¿Se está riendo de mí? ¡Naturalmente que sí! ¡Usted lo ha visto!
   -  Bien, bien…Y su mujer ¿También lo tiene?
   -¡Cómo va a tener pito mi mujer !  Y se atrevió a reír tímidamente.
   - Bueno, bien…Y dígame ¿Usted tiene próstata?
   Don Aquilino puso cara de perplejidad  absoluta , enrojeció, tragó saliva unas cuantas veces . Su aún llamativa nuez subía y bajaba sin cesar.
   - ¿La tengo que tener?
   A la vista de que sus esfuerzos para  explicar a Don Aquilino las diferencias entre hombre y mujer eran  inútiles optó por tomar un libro de anatomía y abriéndolo en donde se encontraba un  dibujo del aparato reproductor del hombre y de la mujer se lo enseñó..
  












- Mire ¿ve? …  así somos los hombres por dentro, esto es el pene, esto son los testículos, esto es la próstata   y así son las mujeres por dentro, esto es la vagina, esto el útero, estos los ovarios, esto son las trompas… ¿ Ve?  Usted no tiene ovarios, pero su mujer si, así que no le pudo contagiar su enfermedad.

   Don Aquilino  miraba como hipnotizado los dibujos, especialmente el referente a la mujer.  Se quedó callado, pensativo  y… convencido de que sus males se habían originado en sus contactos con la “parienta” ,  miró de soslayo a Don Pedro y le dijo: 
   - Y este bicho de los cuernos que tiene mi mujer  ahí adentro, ¿ no pudo morderme ?
   Don Pedro, tan comedido él,  tuvo que suspender la consulta,  porque a partir de ese momento, el hombre,  no era capaz de concentrarse.


(NOTA.Aunque parezca incríble éramos así de incultos)


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