jueves, 3 de enero de 2013

PILARINA Y LAS LIBRETAS.


  Pilar miraba su tienda con lágrimas en los ojos. Oscura, con unas estanterías de madera desangeladas, en las que aún quedaban vestigios de cajas vacías. Las antiguas básculas dormían su vetustez en la penumbra. Los ganchos de los que antaño colgaban jamones, chorizos, calderos, candiles, madreñas etc.,  seguían adheridos al techo, inútiles. Múltiples objetos y artilugios se distribuían entre los mostradores de madera blancos de tanta lejía y arena, aunque llenos de polvo. Unas cuantas piñas, inalteradas, permanecían en un cajón de madera.

  ¡Qué cosas!  No hace no tanto tiempo que las mujeres  venían  a comprar  tres huevos, todo lo más media docena. Los teníamos dentro de un cajón, amontonados  y los mirábamos con una bombilla para ver si estaban  bien. Luego se echaban en una cesta de aluminio  plegable que traían  las clientas para  que no se rompieran,  El café, se vendía  de cincuenta  en cincuenta  gramos, como mucho cien, y se molía  con un molinillo  de “motor”, que en pocas  tiendas lo tenían. Se pesaba en  una bolsa de papel, que estaba muy caro, pero claro, se cobraba a precio de café. La mayonesa se vendía al peso y se echaba en un recipiente que también trían las clientas de casa, en total dos cucharadas o tres cucharadas… Todo a granel y a poquitinos.  Así que para ganar un duro tenías que despachar mucha mercancía,  no como ahora que todo viene  empaquetado y a lo grande.
   Y no teníamos  horario, ni fiestas ni nada.  Hoy tienes que tener la despensa  llena para el  domingo porque no abre nadie. En realidad estaba prohibido abrir  después del horario permitido,  pero nadie hacía caso. Algunas veces pasaban los municipales, los invitabas a un bocadillo de jamón  y un vasin de vino y todo  resuelto.
   Todo el mundo pensaba que los tenderos éramos ricos, sí…, en deudas. Si me pagasen todas las  libretas que tenía pendientes cuando me jubilé, tendría alguna perruca.

   En una estantería de la trastienda se acumulaban  una maraña de papeles entre los que se encontraban un montón de libretas. Eran unos cuadernos “ de rayas”  de un tamaño aproximado a la mitad de un folio. Tenían las tapas de cartulina azul – grisaceo , mugrientas, se leía con dificultas la palabra “ cuaderno” escrita de forma diagonal y con letra cursiva. Sus páginas interiores, amarillentas y llenas de manchas de todo color e índole se podían leer, no sin cierta dificultad,  fechas, números y cuentas, todo ello escrito con lápiz, una vez más nítido y en otros casos tan borroso que era imposible saber lo que ponía.  A veces estaban tachadas y ponían pagado, pero todas ellas acababan en una larga lista sin tachones y algunas, al final y en números más gordos,  presentaban un total que oscilaba entre las tres mil  y las veinte mil pesetas.

   Esta sí que tiene cara. La pobre  estaba casada con un borrachin que le dio una vida de perros. Tenía cuatro hijos, tres niños y una nena y las pasó canutas. Al principio me pagaba a  primeros de mes, en cuanto cobraba el marido, pero poco a poco fue alargando el pufo y estuvo dos años mandando a la niña a por fiado. Ella no daba la cara no, venía la cría que estiraba la mano con los ojos puestos en el suelo y decía:  “ que dice mi mamá  que lo apuntes”. ¿Qué podía  hacer yo?
  Yo bien sabía que iba a otro sitio a comprar con las perras en la mano y que sólo  mandaba a la niña aquí cuando no tenía un duro. Pues el caso es que pasó mucho tiempo y la cría no venía.  Ella enviudó y prosperó mucho, pero no asomaba por la tienda. Un día me enteré que andaba diciendo por ahí que había dejado de comprar en mi tienda porque robaba en el peso y apuntaba de más en la libreta… ¡Se  me cayó el alma a los pies! Y todo para no pagar el pufo que tenía, ¡Bueno! El que tiene porque todavía está ahí.
  Ahora van a las grandes superficies y sí, puedes pagar con tarjeta, pero si al mes siguiente no pagas se acabó. Decían que los tenderos éramos unos aprovechados, lo que hicimos  fue ayudar a levantar un país que vivía permanentemente en crisis.
 Y ya ves, hace unos cuantos años que no ganaba ni  para pagar los autónomos para la jubilación, pero todo llega… Con la jubilación se cabó la tienda y los apuros.

Pilarina hacía estas reflexiones en 1994, han pasado casi veinte años y si levantara la cabeza pensaría que hoy sería muy necesario contar con esos tenderos que vendían  de cien en cien gramos,  fiaban… y podías contar con ellos en cualquier momento.

Y desde aquí quiero hacer un homenaje a los  tenderos  de mi barrio.  María, Lela, Rosario, Constantino y otros cuyo nombre no recuerdo, que como Pilar, vendían a poquitinos, apuntaban en la libreta y atendían en cualquier momento cuando la despensa estaba vacía y el dinero era escaso.

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