Pilar miraba su tienda con lágrimas en los ojos. Oscura, con unas estanterías de madera desangeladas, en las que aún quedaban vestigios de cajas vacías. Las antiguas básculas dormían su vetustez en la penumbra. Los ganchos de los que antaño colgaban jamones, chorizos, calderos, candiles, madreñas etc., seguían adheridos al techo, inútiles. Múltiples objetos y artilugios se distribuían entre los mostradores de madera blancos de tanta lejía y arena, aunque llenos de polvo. Unas cuantas piñas, inalteradas, permanecían en un cajón de madera.
¡Qué cosas! No hace no tanto tiempo que las mujeres venían a comprar tres huevos, todo lo más media docena. Los teníamos dentro de un cajón, amontonados y los mirábamos con una bombilla para ver si estaban bien. Luego se echaban en una cesta de aluminio plegable que traían las clientas para que no se rompieran, El café, se vendía de cincuenta en cincuenta gramos, como mucho cien, y se molía con un molinillo de “motor”, que en pocas tiendas lo tenían. Se pesaba en una bolsa de papel, que estaba muy caro, pero claro, se cobraba a precio de café. La mayonesa se vendía al peso y se echaba en un recipiente que también trían las clientas de casa, en total dos cucharadas o tres cucharadas… Todo a granel y a poquitinos. Así que para ganar un duro tenías que despachar mucha mercancía, no como ahora que todo viene empaquetado y a lo grande.
Y no teníamos horario, ni fiestas ni nada. Hoy tienes que tener la despensa llena para el domingo porque no abre nadie. En realidad estaba prohibido abrir después del horario permitido, pero nadie hacía caso. Algunas veces pasaban los municipales, los invitabas a un bocadillo de jamón y un vasin de vino y todo resuelto.
Todo el mundo pensaba que los tenderos éramos ricos, sí…, en deudas. Si me pagasen todas las libretas que tenía pendientes cuando me jubilé, tendría alguna perruca.
En una estantería de la trastienda se acumulaban una maraña de papeles entre los que se encontraban un montón de libretas. Eran unos cuadernos “ de rayas” de un tamaño aproximado a la mitad de un folio. Tenían las tapas de cartulina azul – grisaceo , mugrientas, se leía con dificultas la palabra “ cuaderno” escrita de forma diagonal y con letra cursiva. Sus páginas interiores, amarillentas y llenas de manchas de todo color e índole se podían leer, no sin cierta dificultad, fechas, números y cuentas, todo ello escrito con lápiz, una vez más nítido y en otros casos tan borroso que era imposible saber lo que ponía. A veces estaban tachadas y ponían pagado, pero todas ellas acababan en una larga lista sin tachones y algunas, al final y en números más gordos, presentaban un total que oscilaba entre las tres mil y las veinte mil pesetas.
Esta sí que tiene cara. La pobre estaba casada con un borrachin que le dio una vida de perros. Tenía cuatro hijos, tres niños y una nena y las pasó canutas. Al principio me pagaba a primeros de mes, en cuanto cobraba el marido, pero poco a poco fue alargando el pufo y estuvo dos años mandando a la niña a por fiado. Ella no daba la cara no, venía la cría que estiraba la mano con los ojos puestos en el suelo y decía: “ que dice mi mamá que lo apuntes”. ¿Qué podía hacer yo?
Yo bien sabía que iba a otro sitio a comprar con las perras en la mano y que sólo mandaba a la niña aquí cuando no tenía un duro. Pues el caso es que pasó mucho tiempo y la cría no venía. Ella enviudó y prosperó mucho, pero no asomaba por la tienda. Un día me enteré que andaba diciendo por ahí que había dejado de comprar en mi tienda porque robaba en el peso y apuntaba de más en la libreta… ¡Se me cayó el alma a los pies! Y todo para no pagar el pufo que tenía, ¡Bueno! El que tiene porque todavía está ahí.
Ahora van a las grandes superficies y sí, puedes pagar con tarjeta, pero si al mes siguiente no pagas se acabó. Decían que los tenderos éramos unos aprovechados, lo que hicimos fue ayudar a levantar un país que vivía permanentemente en crisis.
Y ya ves, hace unos cuantos años que no ganaba ni para pagar los autónomos para la jubilación, pero todo llega… Con la jubilación se cabó la tienda y los apuros.
Pilarina hacía estas reflexiones en 1994, han pasado casi veinte años y si levantara la cabeza pensaría que hoy sería muy necesario contar con esos tenderos que vendían de cien en cien gramos, fiaban… y podías contar con ellos en cualquier momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario