domingo, 16 de mayo de 2010

AVELINA

Avelina contempla el paisaje. Ha dejado de llover y está escampando. La luz fría de febrero ilumina los tejados rojos que salpican aquí y allá el verde rabioso de los prados. A lo lejos la boca estéril de la mina. Desde su corredor, caldeado por la cocina de carbón, es primavera.
También llovía en diciembre del treinta y seis, cuando los aviones surcaban el cielo y su madre la obligó a bajar al sótano después de ser alcanzada por la explosión. Al salir del sótano, a pesar de la desgracia, la tarde era primaveral.
Y en octubre del treinta y nueve, cuando la vil jactancia del vencedor rompió su vientre de quince años, aún virgen, después de raparle la cabeza y hacerle tomar aquel bebedizo maloliente. Y se le quedaron las entrañas secas y germinadas. Sí, también llovía; pero, al día siguiente, la luz y el color lo inundaba todo.
Y llovía el trece de abril del cuarenta y uno, cuando se casó con aquel minero rudo: el único que la quiso a pesar de tener una hija de otro hombre. Ella lo aceptó porque no le quedaba más remedio, pero ya se había arrepentido la misma noche de bodas. Y cuando se levantó, magullada por fuera y por dentro, y salió a la quintana a respirar aire puro, el olor de la hierba emergiendo le recordó que ahí estaba la primavera.
Y en julio del cuarenta y nueve, cuando corrió y corrió entre la lluvia por la ladera del monte porque aquel mal nacido intentó violarla. ¡Claro! ella trabajaba en la madera, como un hombre, y eso no se podía consentir. No paró hasta llegar a su corredor, y cuando, exhausta y llorosa, se sentó en su silla y miró al frente, ya era otra vez primavera.
Sí, Avelina es como nuestra tierra, siempre llorando y siempre brotando.

Güelita! ¿Estas ahí?
-Sí. Toy n’el corredor. Ties la merienda n’a mesa.
-Cuéntame algo, ¡anda!... De esas cosas tuyas.
-Yes como tu madre, y como tu güela. Téngolo contao más de mil veces.
-¡Anda!
-¿Qué quiés que te cuente?
-No sé, lo de la guerra, o lo del armario, o lo de mis tres güelitos, lo que tú quieras.
-Bueno, pero siéntate y merienda.

2 comentarios:

  1. leonordeaquitania18 mayo, 2010

    Me ha conmovido esta historia, Me recuerda a mi madre y a tantas mujeres que guardan sus secretos para contarlos en forma de fábula. Mi madre me contó una historia de su vida en una ocasión en que tenía roto el corazón por una pérdida. Luego me dijo que lo había soñado, tal vez el dolor ya no quería vivirlo, sólo soñarlo...

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  2. Una historia bonita, que dice mucho en pocas palabras. !Me gusta!

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