domingo, 30 de mayo de 2010

OLVIDO Y JESÚS.

Hace algún tiempo que me aseguraron que Olvido producía unas “fabes” excelentes y como era tiempo de cosecha decidí comprobar la bondad de sus productos. Me acompañó Meri que conocía a Olvido porque de vez en cuando le compraba huevos, fabes patatas y cosas así.
Nos dirigimos a casa de Olvido por un camino estrecho que se empinaba loma arriba por .una zona desconocida para mí. Al llegar a la cima del pequeño montículo se abrió ante nosotros un paisaje maravilloso, una vista increíble, un cerrado y jugoso valle poblado de casas dispersas ornadas aún de alguna que otra flor y rematado en la otra orilla por un frondoso bosque. Es verdad que Asturias es así pero todavía me sorprende.
A medida que nos acercábamos a la casa tenía la sensación de traspasar el umbral del tiempo cincuenta años atrás. Era de arquitectura cuadrada, mezcla de piedra y cemento, sin ningún revoque ni pintura, con una galería de madera absolutamente desvencijada y dos ventanas pequeñas, tan llenas de trastos que casi se adivinaban unos escuálidos geranios en lo que aún afloraban tímidamente, confundidos entre hojas y ramas secas, los restos rojos de las flores ya mustias.
La puerta de madera deslucida por el tiempo estaba entreabierta. Mi amiga llamó pero no contestó nadie. Dimos vuelta hacia la parte trasera y apareció una estancia que podía ser la cuadra, o un almacén, o la tenada, o no se sabe qué, en la que las telarañas, el polvo y las gallinas se había apoderado de enseres y aperos. Sentado a la puerta y cabruñando la guadaña se encontraba un hombre de entre sesenta o setenta años, de pelo aún oscuro, abundante, mirada huidiza y bastante corpulento.
Meri se dirigió a él:
- Buenas tardes Jesús. ¿Por dónde anda Olvido?
El hombre contestó algo que yo no alcancé a comprender, era como si hablara para dentro. Yo miré a Meri con cara de interrogación y ella me explicó:
- Dice que está en la cocina. Voy a ver. Espérame aquí.
A los pocos segundos de desaparecer mi amiga, una mujer de unos setenta años vino hacia mí. Me miró con cara de pocos amigos. Era alta y corpulenta a pesar de la edad, de pelo abundante, pocas canas y restos de una permanente abandonada a su suerte. No es que fuera fea, pero si mal encarada. A la vista de su expresión inmediatamente le expliqué:
- Soy amiga de Meri
Silencio.
-Vinimos por fabes.
Silencio.
-Su marido le dijo a Meri que estaba en la cocina y ha ido a buscarla.
- No ye mi marido, ye el mi fiu -me dijo airadamente.
¡Vaya metedura de pata! Intenté arreglar las cosas.
-Bueno, no lo parece. La verdad es que usted no representa tanta edad como para ser su madre.
La tal Olvido me siguió mirando con cara hosca y yo tratando de ser amable añadí:
-Claro, es que antes en la aldea se casaban muy jóvenes.
-Yo nunca me casé. Soy soltera.
La verdad es que me “descolocó” de tal forma que no sabía que añadir. La situación era muy embarazosa. Gracias que en ese momento llegó Meri.
-Buenas tardes Olvido. Fui a la cocina a buscarte. Jesús me dijo que estabas allí. Mira , queríamos fabes.
-No tengo - contestó secamente.
-¡No me digas que ya las vendiste todas!
-No. Entovía no les escogí.
-¡Ah! Bueno. No hay prisa. Ya volveremos otro día.
Meri se dio la vuelta con la intención de irse pero yo me resistía a marcharme de aquella forma tan destemplada así que añadí:
-Estaba hablando con Olvido. Me ha dicho que fue madre soltera y me gustaría que me contase algo más. Verá Olvido, es que yo escribo historias y la suya me interesa.
-No hay na que contar. Lo que pasó, pasó.
-Ya, lo comprendo. No le gusta recordarlo.
Olvido me miró de arriba abajo.
- Son coses de la vida. De siempre vivimos aquí aunque no ye nuestru. Nosotros semos los arrendatarios
-Ya..
- Enantes el dueñu era Don Jaime, el padre. –Y como vio que no quedaba muy claro añadió- Sí, el médicu de Ovieu. Pero murrió na guerra.
-Ya.
- Cuando pasó yo tenía trece años, diba pa catorce y el fiu de Don Jaime, el señoritu Jaime tenía vente. El también diba pa médicu.
- ¿El hijo del médico es el padre?
- Bueno era. Murrió hace cinco años. El casu ye que… Un día contrelu caminu del chigre. Yo diba buscar a padre, que siempre taba n’el chigre y ¡ pescaba unes!. Topelu y díxome que si taba muy bien, que si era una muyer. Yo ni casu, pero diba tras mío hasta que llegamos al prau del calvu, allí cogiome pola fuerza y fízome… - se quedó callada , como si no supiera o no quisiera explicar lo que había pasado - Bueno ya se sabe, yo d’aquella no sabía na.
- Y usted ¿qué hizo?
- Na más que me soltó fui pa casa corriendo a contalo a mi ma, pero no me creyó, o no quiso creeme. Díxome que no lo contara, que podía ser una gran desgracia. Podien dexanos na calle. Asína que yo no fice ni dixe na.
- ¿Qué paso después?
- De seguío creciome la barriga. Padre y los mis hermanos preguntáronme pol padre, pero yo callada.
- ¡Claro! En aquellos tiempos ser madre soltera estaba muy mal visto.
- Sí. -Se le aguaron los ojos- No m’echaron de casa, pero prohibiéronme salir y relacioname con otra xente. El día que nació Jesús cristianáronlu allí mesmamente, no queríen que lu viera la xente y tos ficieron como si no tuviera aquí, como si no naciera. Sólo tábamos él pa mí y yo pa él. Acuérdome bien de que tardó en andar porque, al llevalu yo siempre arreblagau n'a cadera, porque facíalo to col neñu a cuestes, el criu tenía les piernes muy torcies. Lo cierto ye que nunca nos separamos.
- Bueno, pero Jesús iría a la escuela, como todos los niños.
- Nunca fue. Cuando tenía tres años pasó lo de la guerra. Fue una gran desgracia. Mataron a dos de los mis hermanos y el otru migró, y mi padre tamién murrió, dixeron que d’un infartu, pero yo creo que de pena y tristeza. En el cuarentiuno sólo tábamos n’a casa la mi ma, el neñu y yo. Pensamos que los amos divan chanos, pero desque el señoritu Jaime, el padre de Jesús, fízose cargu de la casa no volvieron a la casona ni supimos más nada. Creo que quiso ayudame, chame una mano, porque él bien sabía que era el padre del neñu. El casu ye que como Jesús tenía nueve años y ya podía trabayar no pudo facer otra cosa, asína que no tuvo tiempu pa dir a la escuela.
- Y ¿ nunca salió de casa ?
- No. No fue a la mili por ser fiu de soltera. La verdad ye que nunca nos separamos si no fuera cuando me operaron del fibroma.
-Y ¿nunca pensó en casarse? - pregunté osadamente.
- ¿Quier decir que si Jesús tuvo moza?
- Bueno no, quería decir que si usted nunca pensó en buscar un marido.
-¡ Pa que diba casame yo!, ¡ni Jesús! Él y yo semos una familia, no necesitamos más.- dijo de muy mal talante- Y, ¡ya va bien! Nunca conté estes coses. No sé pa que digo na.
La verdad es que era difícil seguir preguntando sin herir la sensibilidad de aquella mujer de trágico destino y a su vez era cruel hacer cualquier comentario sobre las circunstancias sociales y políticas que permitieron aquellas cosas Y como ella dio por terminadas sus confidencias nos despedimos sin fabes pero con una historia interesante.

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