miércoles, 26 de mayo de 2010

EL DOLOR DE LA INOCENCIA

A pesar de que han pasado cuarenta y cinco años, durante sus dieciséis mil doscientas veinticinco noches, al apagar la luz y durante el duermevela previo al sueño, María tiene siempre la misma visión:
Está llamando por teléfono. Se pone al habla una voz infantil.
-¿Quién ye?
Sorprendida pregunta de forma tímida y titubeante:
-Por favor ¿Estará por ahí Fonso?
-No. Aquí no hay ningún Fonso -dice la voz infantil y sin más cuelga.
Vuelve a marcar
-Dígame… -Esta vez era una voz de mujer madura.
- Por favor, ¿está José ?
- ¿Qué José?, ¿padre o hijo?
No sabe qué contestar, el silencio resulta inquietante.
-Quiero decir que si pregunta por Jose hijo…
-Pues, ni padre ni hijo –contesta María.- Disculpe… No sé… Vamos a ver, pregunto por Don José Rendueles Ordiales.
- !Ah!, bueno…, ya … Ye el mi hombre. No está ¿Qué ye lo que quier?
María cuelga el teléfono. Está desconcertada.
Al poco rato vuelve a llamar de nuevo.
-Dígame -Otra vez la voz adulta.
-Disculpe que insista de nuevo. Me ha dicho que Don José Rendueles Ordiales es su marido, pero, ¿realmente es su marido? Es que, perdone que lo ponga en duda porque la persona por la que pregunto es mi marido.
-¡Naturalmente que soy su mujer! Y para más datos nos casamos el veintitrés de julio de mil novecientos cincuenta y tres, en la Iglesia de la Trinidad. Y tenemos cuatro hijos, dos chicos y dos chicas y...
María suelta el teléfono como si le quemara. Suena un tiro seco. Llora sin lágrimas y sin consuelo. Le duele la cabeza.

(Continuará)

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